Crítica: El Monstruo de los Tiempos Remotos (The Beast From 20.000 Fathoms) (1953)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1953: Paul Christian (Tom Nesbitt), Paula Raymond (Lee Hunter), Cecil Kellaway (Dr Thurgood Elson), Kenneth Tobey (Coronel Jack Evans), Lee Van Cleef (soldado Stone)

Director: Eugene Lourie, Guión: Fred Frieberger & Lou Morheim, basados en el cuento La Sirena de la Niebla de Ray Bradbury, Musica – David Buttolph

Trama: Científicos americanos realizan pruebas nucleares en el Artico. Tras una explosión, un Rhedosaurio que se encontraba en estado de hibernación vuelve a la vida, y comienza a realizar ataques a las embarcaciones cerca del Polo Norte. El profesor Tom Nesbitt es el único que ha visto a la criatura, pero nadie cree sus afirmaciones. Realizando una pesquisa por su cuenta, da con el paradero de testigos de los ataques de la bestia en alta mar y convence al prestigioso paleontólogo Thurgood Elson para que hable con las autoridades y los persuada de investigar. Elson traza la trayectoria del Rhedosaurio, el cuál se dirige hacia Nueva York – donde históricamente siempre se dirigieron las manadas de su especie -, pero perece en el intento. Ahora la bestia ha llegado a la Gran Manzana y desata una oleada de destrucción que parece imparable.

  El Monstruo de los Tiempos Remotos La decada de los 50 es la de las grandes criaturas atómicas bobas. Todo tipo de animal habido y por haber sufriría cinematográficamente los efectos de la radiación y crecería a niveles gigantescos, lista para destrozar maquetas. Tarantulas, dinosaurios mutantes, mantis gigantes, enormes pajarracos de aspecto ridículo, y un largo etcétera.

Las causas no son accidentales. En 1952 se había reestrenado el clásico King Kong, y había demostrado ser un suceso de taquilla. Es entonces cuando aparece The Beast of 20.000 Fathoms al año siguiente, la que sería la piedra basal del género que tendría furor durante el resto de la década.

The Beast of 20.000 Fathoms toma en realidad el molde de King Kong – criatura colosal que llega a la civilización, desata su furia y es eliminada -, añadiéndole el toque nuclear que el tema precisaba. Acá la bomba no muta al animal, simplemente lo despierta de su estado de hibernación, y la naturaleza hace el resto. También establece algunas premisas que seguiría el género durante la decada: quien descubre el monstruo es quien lo mata y lleva adelante toda la investigación, el 75% del film es toda la pesquisa y búsqueda de pruebas para convencer a las escépticas autoridades, y los científicos siempre parecen modelos de las revistas de modas.

No es una película mal escrita. En general los diálogos son más que aceptables, pero la sensación que termina por dar es que la performance del guionista es mejor que la del director Eugene Lourie. Algunas escenas rayan en lo deliciosamente ridículo: por ejemplo, si usted es marinero, siempre tendrá su gorrita puesta hasta para ir al baño; o la inexplicable idiotez de la premisa inicial (¿cómo los científicos van a hacer explotar bombas atómicas en el artico?¿quieren que nos ahoguemos todos?), sin contar el encuentro de Nesbitt con el sicólogo en el hospital, o la absoluta inexpresividad de Paula Raymond como la paleontóloga Playmate de turno. Pero el film es bastante ágil, y especialmente el delicioso personaje del Dr. Elson (interpretado por Cecil Kellaway, que tenía el papel inolvidable del cura que asesoraba a Spencer Tracy en el clásico ¿Adivina quien viene hoy a cenar?), que roba todas sus escenas.

Es también uno de los primeros trabajos en solitario de Ray Harryhausen, el dios del stop motion. En lo personal nunca me convenció demasiado el stop motion, ni siquiera considerando que eran los FX mejores y posibles de su época. En comparación, Godzilla (1954) que usa a un hombre en traje de goma es mucho más creíble, si bien no está filmada del modo más prolijo. El problema del stop motion es que los directores suelen realizar primeros planos que terminan por exhibir todos los defectos de la técnica. Aquí pasa lo mismo, si bien en el clímax – con el Rhedosaurio atrapado en la montaña rusa, y con planos generales de humanos delante – se ve muchísimo mejor y más realista.

Es un film ok. La devastación de la criatura en Nueva York está bien, pero no es de lo mejor del género. Donde la película consigue sus mejores momentos es cerca del final, con la cacería nocturna del Rhedosaurio en las calles de Nueva York, algo que debe haber inspirado (por no decir copiado) a Roland Emmerich en su bizarra Godzilla de 1998. Hay muy buen suspenso en la secuencia donde los soldados comienzan a seguir el rastro de sangre de la bestia, y comienzan a caer fulminados por los gérmenes que contiene.

Sorprendentemente no es un film de propaganda atómica. A lo largo de la década el género tomaria posturas en pro y en contra de la bomba, desde que es una maldición para la humanidad que ha generado mutaciónes hasta que es el método para destruir a la amenaza. Eventualmente Paul Christian habla del poder del átomo, pero al menos no nos inunda con la sanata propia de la sci fi de los 50.

RAY HARRYHAUSEN

Debido a su trabajo pionero con los efectos especiales, a Ray Harryhausen se lo considera parte creativa necesaria de todos los filmes donde ha participado. Aquí hemos reseñado las siguientes obras: The Beast From 20.000 Fathoms (1953) – It Came from Beneath the Sea (1955) – La Tierra vs los Platillos Voladores (1956) – 20 Million Miles to Earth (1957) –  El Septimo Viaje de Sinbad (1958) – Mysterious Island (1961) – Jason y los Argonautas (1963) – Los Primeros Hombres en la Luna (1964) – El Valle de Gwangi (1969) –  El Viaje Fantastico de Sinbad (1974) – Sinbad y el Ojo del Tigre (1977) – Furia de Titanes (1981)