Crítica: Los Niños del Brasil (1978)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1978: Laurence Olivier (Ezra Liebermann), Gregory Peck (Dr Josef Mengele), James Mason (Coronel Eduard Siebert), Jeremy Black (Boys), Steve Guttenberg (Barry Kohler), Lilli Palmer (Esther Liebermann), John Rubinstein (David Bennett), Bruno Ganz (Profesor Bruchner)

Director: Franklin J. Schaffner, Guión: Heywood Gould, basado en la novela homónima de Ira Levin

Trama: Década del 70. El veterano cazador de nazis Ezra Liebermann recibe una llamada desde Paraguay que lo alerta sobre un complot para asesinar a 95 personas de 65 años en distintas partes del globo en los próximos días … y el responsable de dicho plan sería el doctor Josef Mengele, el “angel de la muerte” que regía los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Pero Liebermann está viejo y cansado, y descree de las palabras del informante hasta que éste aparece asesinado. Pronto comienza a realizar un masivo rastreo de informes de diario sobre muertes misteriosas de varones de 65 años en los países que le mencionó el informante, y pronto termina por relacionar el dato con el de una agencia de adopciones que entregó chicos a cada uno de los matrimonios involucrados. Pero la sorpresa de Liebermann será mayúscula cuando descubra que todos los niños son versiones clonadas de Adolfo Hitler y que Josef Mengele – autor de la conspiración – está intentando reproducir las mismas condiciones ambientales que tuvo Hitler cuando era niño. Ahora el agotado Liebermann deberá impedir el cumplimiento del plan, batallando él solo contra una enorme organización de antiguos oficiales nazis, formidablemente armados y con masivos recursos financieros.

Los Niños del Brasil A veces tachar una película de mala no significa que sea aburrida o extremadamente estúpida. Calificar con un atómico, en el caso que nos ocupa, puede refrendar un ataque de indignación. Los Niños del Brasil fué un formidable best seller que apareció en 1976 de la mano de Ira Levin – autor de Las Esposas de Stepford y El Bebé de Rosemary, y que al parecer lo obsesionan las mujeres, la fertilidad y la medicina como temas de sus libros – y que tuvimos oportunidad de leerlo en su momento. El clima de conspiración y urgencia que transpiraban sus páginas reciben un flaquísimo favor en esta atroz versión a cargo de Franklin J. Schaffner. Parece mentira que éste sea el mismo artesano responsable de otros opus como El Planeta de los Simios, Papillón y Patton.

Aquí la trama se conserva prácticamente igual, pero lo que falla de manera miserable es la puesta en escena. Es cierto que la historia es bastante delirante, pero lo que nos ha enseñado Hollywood es que un buen director puede hacer creible cualquier disparate. El problema de la trama en sí no pasa por la existencia de versiones clonadas de Hitler – lo cual es relativamente digerible -, sino por la necesidad de reproducir las condiciones exactas de la infancia y adolescencia del dictador alemán, comenzando por la muerte de su anciano padre mientras él tenía 14 años. ¿Tan importante es el dato? A esto, ¿qué le seguiría? ¿Montar una nueva guerra mundial para que los clones de Hitler se hagan cabos y reciban medallas de guerra?. ¿Montar paises en crisis hiperinflacionarias para que los chicos se indignen y se vuelvan a la política?. Si uno se lo toma a pecho y empieza a expandir la premisa, verá que las ramificaciones se vuelven cada vez más ridículas. El tema es que, en el libro de Ira Levin, todo esto quedaba camuflado gracias a una estupenda narración. Pero aquí el director Schaffner no tiene tanta suerte y la puesta en escena deja demasiado que desear. Ni la dirección ni el guión logran untar suficiente barniz para disfrazar lo idiota que resulta todo el complot.

A esto se suma que las actuaciones son uniformemente atroces. Ya de arranque venimos muy mal cuando el idiota de Steve Guttenberg – un tipo cuyo mayor mérito en su vida artística ha sido estelarizar Locademia de Policía – es el periodista que descubre el complot. Guttenberg se ríe y pone su habitual cara de monito tierno en cualquier momento y situación sin importar lo desubicada que sea – ya sea cuando se infiltra en la cueva de los mayores asesinos del mundo, cuando escucha uno de los planes más atroces jamás imaginado por el hombre, o cuando llama por teléfono a Laurence Olivier, a sabiendas de que los asesinos lo han rastreado hasta el hotel y van a matarlo -. Gracias a Dios los asesinos son eficientes y matan a este patético actor, oportunidad que aprovecha Gregory Peck para destilar un poco de maldad concentrada – ordenando la muerte del niño cómplice de Guttenberg -.

Al menos Peck es el único que se toma en serio su trabajo, transpirando entusiasmo y villanía en cada una de sus apariciones. Por contra, Laurence Olivier es (una vez mas) irritante en pantalla. Es una interpretación extremadamente afectada, y el director Schaffner le prodiga una cantidad generosa de primeros planos. Pero para mí Olivier siempre ha sido un mal actor, al menos en el cine comercial; será fantástico para papeles shakespearanos (o en el teatro) pero la mayoría de sus performances en el celuloide van de lo chato a lo directamente lamentable. Su actuación aquí debe estar al mismo nivel de Inchon o Los Gansos Salvajes II.

Pero uno no termina de acostumbrarse a la sobreactuación de Olivier cuando empieza a descubrir otras aberraciones artísticas. James Mason haciendo de general nazi gay (son demasiadas minorías juntas). Una sobre-reacción de Gregory Peck en una fiesta nazi cuando descubre que su plan ha sido detenido (lo que resulta en una escena involuntariamente cómica; Peck le lanza una tormenta de trompadas a Walter Gotell y después le ofrece sus servicios de médico para curarle sus heridas). Secundarios valiosos – como Michael Gough o John Dehner – que duran menos de dos minutos en pantalla (¿para eso los contrataron?). El pendex clonado del título, que tiene unos ultrafalsos lentes de contacto azules y sobreactúa como si esta fuera una secuela más de La Profecía. Y una tonelada de diálogos que apestan, que cualquier otro guionista podría haber filtrado. Si todo esto es una conspiración, el protagonista tendría un sentido de urgencia y horror. Pero a uno le da la impresión de que el guionista Heywood Gould decidió no tomarse demasiado en serio la historia. Hay muchos guionistas mediocres que creen que si tratan al nazismo con seriedad se convierten en cómplices ideológicos (o hacen propaganda del mismo) y deciden tomar el camino más fácil y corto, que distanciarse mediante la ridiculización (obviamente ninguno de ellos ha apreciado obras como Conspiración, en donde los nazis están pintados con seriedad, humanidad, y hasta con detalles simpáticos, lo que los transforma en personajes aún más monstruosos debido a los actos sanguinarios que terminan por ordenar). Todo esto torpedea las intenciones de la historia, convirtiéndola en una comedia involuntaria la mayoría de las veces. Si en los años setenta las conspiraciones nazis estaban de moda en el cine (El Archivo Odessa, Maratón de la Muerte, La Fórmula, etc); ¿no podrían haber intentado copiar el tono de una de ellas?.

Los Niños del Brasil tiene una buena idea en sus entrañas, lástima que ha sido plasmada de manera incompetente. Por supuesto habrá mucha gente que la encontrará pasable, pero si leen el libro verán que hay un abismo de diferencia entre el original y la adaptación. Y por ello se merece la picota en este pequeño reducto cinéfilo.