Crítica: Papillon (1973)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1973: Steve McQueen (Henri ‘Papillon’ Charriere), Dustin Hoffman (Louis Dega), Victor Jory (jefe indio), Don Gordon (Julot), Anthony Zerbe (Toussaint), Robert Deman (Maturette), Woodrow Parfrey (Clusiot), Bill Mumy (Lariot)

Director: Franklin J. Schaffner, Guión: Dalton Trumbo & Henri Charrière, basados en la novela homónima de Charriere, Música – Jerry Goldsmith

Trama: Papillón es el apodo de uno de los tantos criminales que son enviados a la cárcel de la Isla del Diablo en la Guayana Francesa a principios del siglo XX. Dicha prisión es conocida por las durísimas condiciones de vida y disciplina en la que permanecen los reclusos, además de que nadie ha podido escaparse de la isla. Pero Papillón está decidido a fugarse, y se hace amigo y protector de Louis Dega, un conocido estafador. Los abundantes fondos que posee Dega le sirven para sobornar guardias y generar chances de escape; pero la suerte no siempre está de su lado y Papillón recibe los más brutales castigos. Aún así, el recluso está decidido a escapar de la isla como sea, aún a riesgo de su propia vida.

Papillon Hablemos de directores brillantes que, súbitamente, entraron en un ocaso irremediable. Franklin J. Schaffner en este caso. En cinco años, entre 1968 y 1973, dirigiría un puñado de clásicos como El Planeta de los Simios, Patton y Papillon. Después iría al crepúsculo, con la bizarra Los Niños del Brasil (1978) y terminando en la temible Yes, Giorgio (1982). Si, esa comedia mediocre que fue la única protagonizada por Luciano Pavarotti.

Es posible que Schaffner fuera un símbolo de sus tiempos. En los setentas los directores americanos hacían historia – Coppola, Lucas, Spielberg, Cimino – y creaban nuevos lenguajes cinematográficos. Pero también es cierto que, hasta aquél entonces, el cine mainstream tenía otro cuidado artístico. La gran mayoría de filmes major estaban basados en novelas. Vino Star Wars, y Hollywood perdió los estribos. Abandonó la base literaria, se dedicó a clonar éxitos y, básicamente, se abocó a producir películas serie B con enormes presupuestos. Comenzaría una lenta pero progresiva decadencia que seguiría hasta hoy – vean sino la euforia de las remakes que pueblan ahora las taquillas -.

Pero en los setentas el cine americano era realmente innovador. Y con Papillon Schaffner se mete en el género carcelario para transformarlo en pura aventura. Es una idea muy pequeña – un hombre que desea su libertad a toda costa -, narrada a través de una interminable carrera de obstáculos. Está basada en la autobiografía de Henri Charriere, aunque muchos coinciden de que el libro ficcionaliza una enorme cantidad de hechos, si bien la vida de Charriere merece en sí misma un capítulo aparte y no estuvo exenta de aventuras. Ex marino, criminal de poca monta, estuvo recluso en la Guayana Francesa durante casi quince años. Hizo numerosos intentos de escape – no tal cual como dice la película -, a veces siendo arrestado y encarcelado en prisiones de diferentes países. Recién en 1945 pudo escapar y asentarse en Venezuela. Su libro sería publicado en 1969 y en 1973 Charriere fallecería al poco tiempo de haber trabajado como asesor para la producción del filme basado en su biografía.

Si uno considera el contexto del filme – principios de los setentas, comienzo de la liberación de la producción hollywoodense sobre los tabúes de la censura -, Papillón cruza unos cuantos límites prohibidos. Referencias explícitas a la vida clandestina carcelaria – desde la homosexualidad y la masturbación hasta los famosos tubitos que hacían de billeteras -, torturas, muertes en primer plano, y un criminal que figura como el héroe – si bien aquí las cosas se han pasteurizado mucho, el Charriere de la vida real era mucho mas violento -. Cada escena es particularmente intensa, gracias al tour de force de Steve McQueen y Dustin Hoffman. En especial McQueen, en la secuencia del encierro en solitario, se transforma completamente en un fantasma de sí mismo.

No hay mucho que decir, excepto que es una aventura que hay que vivirla. Ciertamente cerca del final baja el ritmo – en la secuencia de las buscadoras de perlas -, ya que entra en una onda onírica y el espectador no está seguro si se tratan de alucinaciones del protagonista. Pero la moraleja final es que el espíritu del hombre es libre e indomable, y que luchará con todas sus fuerzas para recuperar lo que ha perdido.