Crítica: Stardust, el Misterio de la Estrella (2007)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB / USA, 2007: Charlie Cox (Tristan Thorn), Claire Danes (Yvaine), Michelle Pfeiffer (Larnia), Robert De Niro (Capitán Shakespeare), Mark Strong (Septimus), Jason Flemyng (Primus), Kate Magowan (Una)

Director: Matthew Vaughn, Guión: Jane Goldman & Matthew Vaughn, basados en la novela de Neil Gaiman & Charles Vess, Musica – Ilan Eshkeri

Trama: Tristan Thorn se enamorado de una chica en su pueblo de Wall, y ha prometido traerle una estrella como muestra de su amor. Al ver una estrella fugaz caer a tierra, Tristan cruza el muro que separa a Wall del reino mágico de Stormhold, y logra apoderarse de ella, que ahora se ha materializado como una muchacha llamada Yvaine. Pero mientras intenta traerla de regreso a Wall, Tristan e Yvaine descubrirán que varias fuerzas poderosas se encuentran tras la chica pero por diferentes motivos. Por un lado, el príncipe Septimus, heredero del reino, debe capturarla para reclamar el trono; y por otro se encuentra la malvada bruja Larnia, quien precisa del corazón de Yvaine para poder recuperar su ansiada juventud.

Stardust, el Misterio de la Estrella Stardust está basada en la novela infantil del mismo nombre, escrita por Neil Gaiman y Charles Vess. El nombre de Gainman es el más conocido de la dupla, ya que se trata de un reconocido libretista de cine y comics; entre sus creaciones figuran The Sandman y The Swamp Thing, además de haber co escrito el guión de la versión de Robert Zemeckis de Beowulf. En una de sus etapas experimentales, Gainman se apartó del mundo de la fantasía adulta y se sumergió en las aguas de la literatura infantil, generando Stardust en 1998.

Aquí el responsable de llevarla a la pantalla grande es Matthew Vaughn. Vaughn era la verdadera fuerza creativa tras los filmes de Guy Ritchie como Humo, Trampas y Dos Armas Humeantes y Snatch, Cerdos y Diamantes, hasta que decidió independizarse y tuvo una excelente debut directorial con la aclamada Layer Cake. Tras el suceso de crítica, Hollywood le ofreció dirigir una se las secuelas de X-Men, pero Vaughn decidió volcarse a la adaptación de Stardust. Un cambio radical de género completamente para la habitual comedia negra policial a la que solía acostumbrarnos el productor y director.

La verdad es que tras el furor de la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, Hollywood ha estado buscando un sucesor valedero (o una franquicia fantástica igualmente lucrativa). Ciertamente Harry Potter lo es, aunque no en los términos de la fantasía tradicional – léase reinos, príncipes y brujas -; y todos los intentos posteriores a la trilogía de Tolkien se han decantado por la épica pura, lo que a veces – por falta de talento – ha terminado con tibios éxitos o sonoros fracasos (como Eragon). Aquí en cambio, las intenciones de Gaiman son mucho más modestas: simplemente se trata de un aggiornado cuento de hadas al estilo de clásicos de la Disney como La Cenicienta o La Bella Durmiente. Olvídense de gigantescos ejércitos y amenazas de destrucción del mundo conocido; aquí es chico encuentra chica, y los villanos fantásticos de turno quieren evitarlo.

Pero Stardust, el Misterio de la Estrella es una enorme bolsa de gatos. En sí, el filme no comete ningún error garrafal (o demasiado grueso como para denostarlo), pero es una mezcla desigual de estilos que no siempre cuajan entre sí. Está el cuento de hadas, al cual nos prepara la siempre soberbia interpretación (como narrador) de Ian McKellen; pero súbitamente la introducción pierde toda su magia y el filme pasa a presentarnos una deshabrida historia de romance pueblerino. Para peor, muchos de los personajes están construídos de modo muy moderno o en tono de comedia, algo que resulta chocante con el clima que McKellen había creado, y pareciera que el relato entra en un empantanamiento al que le va resultar imposible salir de él. Pero a los 20 minutos, cuando Tristán decide cruzar el muro mágico que separa al mundo de los humanos del reino mágico, las cosas empiezan lentamente a mejorar. Si uno supera las bizarras escenas iniciales de Claire Danes – como una mujer demasiado moderna para un cuento de hadas – y del entorno cómico que rodea a Peter O´Toole al momento de su fallecimiento, podrá descubrir a Michelle Pfeiffer como la villana de turno, papel y performance que levantan enormemente la puntería de la historia. De no ser por el talento de Pfeiffer, la película podría haber caído en la mediocridad habitual de las últimas entregas que el cine de fantasía viene produciendo.

Cuando Stardust, el Misterio de la Estrella funciona mejor es cuando se acomoda a los moldes tradicionales del género. Brujas, príncipes perversos, una búsqueda y un escape, una historia de amor, personajes pintorescos. El tema es que Vaughn no puede con su genio, y además de las sorpresas propias del relato de Gaiman le agrega otras de cuño propio, que parecieran secuencias extraídas de otros filmes radicalmente diferentes. Por ejemplo, la inclusión del capitán pirata gay de Robert de Niro, o la corte de herederos fantasmas que siguen al príncipe y viven haciendo chistes de las situaciones, sin importar lo dramáticas que sean. Ciertamente la mitad de estos pasos de comedia parecen descolgados, aunque la otra mitad resulta enteramente disfrutable, si bien no van con lo que es un relato de fantasía tradicional. Quizás el tema pase porque al espectador le lleva bastante tiempo acostumbrarse a este juego de Vaughn pero, cuando lo acepta, el director pasa a comandar nuestros sentidos, manteniendo la sorpresa constante de la trama – uno no sabe qué es lo que va a sacar Vaughn de la galera en el minuto siguiente, si un giro nuevo de la historia o alguna escena completamente bizarra -.

Por todo esto es que Stardust, el Misterio de la Estrella es una experiencia extraña aunque entretenida. A fuerza de talento Matthew Vaughn termina por ganar, gracias al aporte de Michelle Pfeiffer y a numerosos aciertos en lo creativo que superan, en cantidad y calidad, a una no muy pequeña cantidad de errores y desprolijidades de tono del relato. Es un intento desparejo por aggiornar un genero tan tradicional y trillado que termina por vencer debido a sus buenas intenciones.