¿Qué es el cine Exploitation?

Volver al Indice – géneros del Cine Fantástico / un artículo de Alejandro Franco

Las generaciones modernas desconocen que, en los 60s y 70s, existían sórdidas salas de cine en los barrios más peligrosos de la ciudad, las cuales proyectaban las películas más extremas de la época. Las que tocaban temas tabú, llegaban a niveles inesperados de violencia y gore, y estaban por fuera del circuito comercial tradicional. Esos eran los cines grindhouse, y ésta es la historia de los filmes exploitation que proyectaban.

¿Qué es el cine Exploitation?

(en cabecera: Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965), un caso ejemplar de película exploitation. Hay autos veloces, violencia brutal, mujeres monumentales con prendas más que sugerentes… y en un momento la líder (Tura Satana, derecha, e ícono de culto de toda una generación) muele a golpes a uno de los hombres a los que la pandilla de forajidas ha atacado)

Exploitation: género de filmes que explotan un tema determinado (generalmente controversial) como principal argumento de venta

Grindhouse: salas de cine donde exhiben filmes exploitation

Un historiador del tema decía que, desde existe el cine, existen los filmes exploitation. O sea que, ya en los albores de la cinematografía, habían estudios y cineastas que rodaban películas con escenas / temas controversiales con tal de atraer al público en masa a las salas de cine. El antecedente que se suele citar es el de los filmes de Hedy Lamarr, la cual se paseaba desnuda en las películas mudas de los años 20. Los filmes de la Lamarr eran producidos por grandes estudios y, con la excusa de la licencia artística, intercalaban escenas osadas para su tiempo con tal de conseguir titulares en los diarios, ya que el escándalo es la mejor manera de obtener publicidad gratuita.

Dwain Esper: padre del cine exploitation

Mientras la Lamarr se paseaba tal como Dios la trajo al mundo por las pantallas de los grandes cines, un montón de tipos avispados – con cero pretensión artística pero con mucha hambre de dólares – surgieron y se dedicaron a producir filmes independientes. Estas películas no iban a ir a los cines de prestigio sino a las salas de barrio y a los cines de pueblo, y tenían valores de producción mínimos pero temáticas que llamaban poderosamente la atención… y que estaban sacadas de los titulares de los tabloides amarillistas de la década del 30. Ahí es cuando aparece Dwain Esper, el cual es más un arribista que un cineasta, y empieza a crear filmes con supuestos fines “educativos”. Desde sexo entre adolescentes, embarazos no deseados hasta el submundo de la droga estaban retratados en las películas de Esper, con títulos como Sex Maniac, Marihuana y ese clásico de todos los tiempos que es Reefer Madness (La Locura del Porro) (1936), una bad movie de reputación inmortal. Muchos de estos filmes son financiados por iglesias evangélicas con el fin de aleccionar a la juventud sobre los peligros del mundo moderno; y mientras que ese es un propósito noble, el problema es que estos filmes están escritos por gente que nunca investigó el tema, jamás obtuvo testimonios de primera mano o siquiera se informó con especialistas. Así que las películas de Esper estaban plagadas de ridiculeces, sobreactuaciones y una tonelada de especulaciones falsas escritas por legos en el tema – de hecho el grueso de los libretos de los filmes de Esper fue escrito por su esposa -. Para “explotar” al máximo el filme rodado, era común que lo re-estrenara cada tanto con un título diferente, haciendo creer al público que se trataba de una nueva película. Así que, por ejemplo, Reefer Madness llegó a llamarse Dígale a sus Hijos; La Cuestión Ardiente; Adictos a las Drogas; Juventud Dopada, y  Amor Desquiciado.

Debido a esas prácticas es que Dwain Esper es considerado el padre del cine exploitation. Si bien lo exploitation existía desde antes, Esper estableció las reglas fundamentales del género: un negocio de productores independientes que operaba off Hollywood y apelaban a todo tipo de recursos sensacionalistas para mostrar sus sórdidas producciones en salas fuera del circuito comercial principal. Lo que Esper hacía era rodar todo lo que estaba prohibido por el Código Haysun código de lineamientos morales establecido por los grandes estudios de Hollywood (presionados por el gobierno, las diversas comunidades religiosas y las ligas de la decencia de la época), el cual estaba vigente desde mediados de los años 30 y que prohibía desde los desnudos hasta todo tipo de referencia directa e indirecta a la intimidad, sea mostrar un inodoro o una pareja en una cama matrimonial, además de obligar a los productores a que todos los filmes tuvieran finales felices y los villanos de turno fueran castigados para refrendar que el crimen no paga – y venderlo donde podía. No era raro que Esper u otros productores similares tuvieran que salir pitando de una sala de proyección improvisada, escapando con los rollos de película bajo el brazo mientras la llegada de la policía era inminente, hacía una redada y terminaba clausurando el local de exhibición.

La Segunda Guerra Mundial congeló buena parte de la industria exploitation en Estados Unidos. Vino una oleada de filmes patrióticos y documentales sobre los avances en el frente de guerra. Pero ni bien terminó el conflicto, los filmes exploitation resurgieron y, esta vez, encontraron un medio ideal y masivo para la distribución: los Drive-Inn o autocines.

Cine exploitation en la década del 50

Los autocines existen desde 1915, y funcionaban como espectáculos familiares al aire libre. Una pantalla gigante, una enorme playa de estacionamiento, lugares prefijados para estacionar y, al lado, postes dotados de parlantes con cable, los cuales se calzaban en la ventanilla de los autos y permitía recibir el audio del filme. En lugar de una butaca de cine tenías los enormes asientos de los gigantescos autos norteamericanos (land yachts o yates de tierra), así que podías cenar en el coche y llevar a toda tu familia a ver cine al aire libre.

En general los Drive-in Theaters pasaban re estrenos (o sea, películas que ya habían salido del circuito comercial) y solían armar programas con dos filmes (el segundo filme, más barato y de relleno, dio lugar al nacimiento de la llamada Serie B). Pero en la década del cincuenta el panorama cambió radicalmente y los autocines crecieron exponencialmente. Es que el regreso de los combatientes de la guerra produjo un boom de natalidad y, a mediados de los cincuentas, la nación estaba inundada por adolescentes que proclamaban su independencia al tener sus propios autos o, al menos, manejar el de sus padres. Es por eso que los autocines dejaron de ser espectáculos familiares y pasaron a ser un circuito poblado exclusivamente por adolescentes, los que usaban a los drive inn tanto para salidas en barra con sus amigos como para citas románticas de alto voltaje.

Tanto los estudios major como los productores independientes percibieron el nuevo y floreciente mercado, y pronto hubo una oleada de filmes serie B – con argumentos reciclados, estrellas desconocidas y títulos rimbombantes – que plagaron los autocines. Mientras que ésa era la oferta de los grandes estudios, en cambio los cineastas independientes apelaron al sensacionalismo: filmes de terror y ciencia ficción barata, películas con temáticas juveniles y, por supuesto, drogas, sensualidad y violencia. Desde pandillas de mujeres hasta sádicos motoqueros; violencia en las aulas; copias baratas de títulos más conocidos, y un vasto etcétera. Es el momento de auge de Roger Corman, un hábil cineasta y productor que rueda películas como chorizos en menos de dos semanas y con presupuestos de dos mangos. Corman hace lo mismo que Dwain Esper, pero es menos amarillista a la hora de planear sus producciones: lo suyo surge de los titulares más resonantes de la época, ya sean de primera plana o provengan de la sección policial de los diarios. Si los rusos tuvieron éxito al lanzar el primer satélite artificial (el Sputnik), a las dos semanas Corman ya tiene una cinta lista para estrenar que se llamaba La Guerra de los Satélites. Si la Guerra Fría está de moda, tendremos Invasión USA, Me Casé con un Comunista, o Yo Fui un Comunista para el FBI. Cuando la paranoia nuclear enloquezca a la nación, surgirá El Día que el Mundo Terminó. Y cuando empiecen los 60s la contracultura estadounidense será el tema del momento. Jóvenes artistas pasados de LSD, pandillas de motoqueros, experiencias extrasensoriales con drogas que abren las puertas de la mente. El punto cúlmine de esta movida es Easy Rider (Busco mi Destino) en 1969, la cual es una película exploitation con pretensiones de cine arte y que terminará por volverse icónica para toda una generación.

Iron Sky: ejemplo típico de película nazisploitation

Si una película trata sobre La Batalla de las Ardenas, entonces será una película de guerra; en cambio si trata sobre Hitler revivido y convertido en robot, entonces es cine exploitation (o nazisploitation, en este caso): casos ejemplares van desde Iron Sky hasta Love Camp 77, en donde la fidelidad histórica es tirada a la basura. Las variedades del cine exploitation son casi infinitas: películas que imaginan eventos bíblicos en la época actual (Dejado Atrás; Christploitation), aventuras fantásticas en el ámbito australiano (desde Mad Max hasta La Ultima Ola y Long Weekend; Ozploitation); filmes de artes marciales con imitadores de Bruce Lee (Bruceploitation); erótica basado en monjas (Nunsploitation); películas de contenido y título parecido a algún reciente hit de Hollywood (Mockbusters)… y la lista sigue y sigue.

Pero en los 60s el Código Hays comienza a ser cuestionado de manera legal. Russ Meyer gana unas cuantas batallas en las cortes, distinguiendo que los desnudos no es lo mismo que lo obsceno. The Inmoral Mr. Teas (1959) es una pavada atómica – un hombre posee la capacidad de ver a las mujeres sin ropa -, pero la disputa para poder estrenarla (y una vez que obtiene dicha autorización) la convierte en un símbolo monumental de la libertad de expresión. No sólo logra evitar que la censuren sino que hace un millón de dólares en la taquilla. Y eso hace que los grandes estudios saquen sus colmillos y empiecen a sacar cuentas.

Nacen las salas Grindhouse

Lo que sigue es una invasión de películas anti Hays por todos los frentes: los nudies (películas de desnudos) abundan… y siempre la excusa es que se tratan de películas educativas (como mostrar el interior de una colonia nudista). En Europa no tienen los mismos dramas que en Estados Unidos con los desnudos y numerosas producciones de época muestran cuerpos femeninos al natural con pretensiones artísticas… con lo cual desembarcan en masa una tonelada de filmes continentales. Surge el circuito Grindhouse, y todos los filmes fuera del circuito mainstream de Hollywood pasan por allí. Entonces lo que tenés es una ensalada enorme en donde hay filmes de motoqueros de Roger Corman, las primeras películas gore de Herschell Gordon Lewis, Russ Meyer haciendo capote con Faster, Pussycat!, Kill, Kill! y otras nudies cada vez más atrevidas, los primeros Giallos de Lucio Fulci (y, más tarde, de Dario Argento), spaghetti westerns de Sergio Leone y otros, kaijus eiga y otras bizarreadas del cine fantástico japonés, filmes independientes terribles como The Creeping Terror (en donde el presupuesto es tan bajo que el monstruo está hecho con una alfombra!), y lascivos vampiros europeos que acosan doncellas ligeras de ropa como los filmes de la Hammer (y otros títulos del llamado ciclo de Anglo-Horror) de mediados de los 60s. El cine de Hong Kong desembarca después del éxito masivo de Operación Dragón, desenterrando viejos filmes de Bruce Lee de los años 60, y disparando todo tipo de copias con clones de Lee como protagonistas: artistas marciales truchos llamados Bruce Li, Bruce Le, etc. Y todo esto hará explosión ni bien empiece la década del 70: Dinamarca legaliza la pornografía y la tendencia llega a Estados Unidos: muchos de los cines Grindhouse pasarán a convertirse en salas XXX. George Romero aterriza con La Noche de los Muertos Vivos y, al toque, el cine italiano comienza a producir toneladas de filmes de zombies, cada vez más extremos y sangrientos. Es que el cine italiano se transformará en una fuerza dominante en el cine exploitation durante las siguientes dos décadas, produciendo a mansalva películas de zombies, caníbales, softcore, copias a granel de Mad Max 2, giallos cada vez más osados y sangrientos, y clonando al instante cada éxito de taquilla estadounidense. Si triunfa Star Wars, entonces tenemos Starcrash; si recauda dólares a raudales Tiburón, entonces obtendremos Mako, Tintorera o El Ultimo Tiburón. Desde los 60s que tenemos filmes de euroespías, con el claro propósito de explotar la popularidad de los filmes de James Bond. Y desde ya una tonelada de comedias picarescas con diosas ligeras de ropa como Edwige Fenech, Ornella Muti o Gloria Guida.

El circuito Grindhouse también le proporciona espacio a cineastas experimentales y subversivos. Con Sweet Sweetback’s Baadasssss Song (1971) – una visión poética sobre un criminal callejero negro, escrita, producida, dirigida y protagonizada por Melvin Van Peebles – se inaugura el blaxploitation, una veta que se volverá millonaria de manera casi instantánea, y que propone héroes negros dándoles palizas a policías corruptos blancos… en una época en donde el racismo y la violencia policial contra las minorías era rampante. Ahora esas minorías tienen su revancha en la pantalla grande. Pero el gran mérito del filme de Van Peebles termina eclipsado por el masivo éxito de Shaft (1971), estrenada con semanas de diferencia, un blaxploitation producido por la MGM. La AIP es otro estudio que troca su catálogo habitual (filmes de terror, como las adaptaciones de la obra de Edgar Allan Poe hechas por Roger Corman en la década del 60) por el blaxploitation, dando a luz algunos de los mejores exponentes del género. Desde Blacula hasta Coffy y Foxy Brown. La Warner tampoco se queda atrás y produce Cinturón Negro Jones y Super Fly.

Desde cárceles de mujeres hasta demenciales experimentos nazis; clones de Alien al por mayor; maníacos sueltos, vulgares imitadores de Norman Bates; letales ninjas, mujeres violadas lanzadas a un sendero de venganza; vengadores anónimos y asesinos seriales inmortales dotados de máscara e instrumentos cortantes de todo tipo.

Los filmes exploitation parecen no tener fin. Los platos fuertes se sirven en salas de higiene discutible, butacas rotas y proyectores gastados. Pero esos cines horribles son máquinas de hacer dinero. Cuando un filme XXX como Deep Throat (1972) se convierte en uno de los hits taquilleros del año, Hollywood considera seriamente incluir escenas explícitas en sus películas principales. Cuando Russ Meyer hace una bocha de dinero con sus comedias de desnudos, es reclutado por los estudios para que replique su magia – lo que dará lugar a un par de filmes fallidos: Los Siete Minutos, y Más Allá del Valle de las Muñecas -; como eso no ocurre, Meyer abandona Hollywood y regresa al circuito independiente en donde pasará el resto de su vida hasta el fin de sus días. Los estudios ven con envidia cómo los cines Grindhouse trabajan sin parar, y comienza a incorporar sus tendencias. Si en los cincuentas el típico éxito de taquilla era una costosa producción plagada de glamour, con Cary Grant y Grace Kelly enfundados en costosos trajes y flirteando en pantalla, el blockbuster de 1973 será El Exorcista, con una chica gritando obscenidades y bañando la pantalla con toneladas de vómito verde, en un filme plagado de truculencias y repudiado por la crítica… pero adorado por las masas, las que no dejan de hacer cola para verla una y otra vez.

Hollywood se vuelve exploitation

Lo que ocurre en la década del 70 es curioso, porque Hollywood comienza a sustituir la calidad por el golpe de efecto. Lo que diferencia a El Exorcista, Tiburón o Star Wars del típico filme exploitation (o serie B) es que ahora tienen valores de producción millonarios y quedan en manos de cineastas de carrera. La adaptación de novelas de prestigio – la principal fuente argumental en el Hollywood clásico durante más de siete décadas – va en retroceso; llegó la hora de los libretos producidos a pedido por los estudios, los cuales se manejan con criterios dictados por estudios de mercado y produciendo cintas afines a los gustos del público de la época. Hollywood se empieza a devorar el cine exploitation de a poco, y el golpe de gracia es la llegada del VHS en la década del 90. Las salas Grindhouse no pueden competir contra el video hogareño. Todo lo que antes era sórdido y prohibido está disponible en el videoclub del barrio. Tal es el golpe que prácticamente el grueso de la industria cinematográfica italiana – que produce filmes exploitation destinados principalmente al mercado estadounidense – termina pereciendo. Con filmes como El Hombre Lobo Americano en Londres, Aullidos y sagas como Halloween, Martes 13 o Pesadilla en lo Profundo de la Noche, el gore y lo extremo ya es mainstream. Todo lo que viene de Oriente – desde filmes de artes marciales hasta anime – llega a la comodidad del living de tu hogar. Ya no es necesario ir al barrio más peligroso de la ciudad para ir a un cine de mala muerte y ver Cannibal Holocaust o Rostros de la Muerte cuando puedes conseguir una copia en VHS y disfrutarlo en la comodidad del living de tu casa.

La llegada del Nuevo Milenio verá el renacimiento del cine exploitation independiente, aunque no en la forma que siempre conocimos. Las videocámaras  están al alcance de todo, lo mismo que el software para hacer efectos especiales. Hay maquilladores profesionales independientes, y no resulta difícil reclutar a un grupo de amigos y rodar una película con calidad semi profesional – sin ir más lejos, el ejemplo criollo de Plaga Zombie: Zona Mutante (2001) -. Las editoras de video y los canales de cable precisan contenidos y terminan comprando / patrocinando esa clase de producciones. Más tarde, en la era digital, proyectos independientes como The Blair Witch Project o Actividad Paranormal se ruedan con pocos dólares, son exhibidos en circuitos de festivales y terminan siendo adquiridos por grandes estudios. O proyectos que nacen en Internet, se vuelve virales y cuyos creativos terminan siendo contratados por productores de Hollywood, como el caso del uruguayo Fede Álvarez (no podía dejar de mencionarlo!). La mira principal está puesta en el terror, pero hay otros artesanos que ruedan otros géneros (ciencia ficción, caso típico). El tema es volverse viral y ahora los talentos son reclutados desde Internet, o surgen pequeñas productoras que ofrecen sus filmes independientes a través de la web.

Como un cínico chiste del destino, Hollywood ha canibalizado el cine exploitation. Netflix produce cintas neo blaxploitation como The Harder They Fall, Mi Nombre es Dolemite o Ellos Clonaron a Tyrone. Después de décadas George Romero tuvo la oportunidad de rodar filmes de zombies con buenos presupuestos en el final de su carrera y patrocinado por grandes estudios – eso sin contar a la remake de El Amanecer de los Muertos y 28 Días Después, que revivieron el interés en el género zombie y viene de estudios de prestigio -. Hay señales de streaming como Shudder que se dedican por completo al terror splatter. En una época en donde la pornografía está al alcance de todos vía Internet, Lars von Trier puede darse el lujo de provocar al público con su audaz duología de Nymphomaniac.

El cine exploitation no ha desaparecido; simplemente cambió las formas y ahora está al alcance de todos. Y, por otro lado, toda esa tonelada de viejos filmes sórdidos de calidad u origen discutible han terminado convirtiéndose, con el paso del tiempo, en títulos de culto. La gente los busca para aterrorizarse, burlarse de ellos, recordar viejos tiempos, o por mera curiosidad cinéfila… y, en algunos casos, termina topándose con joyas que merecen ser redescubiertas y revaloradas.

Selección (muy parcial) de filmes exploitation

Como importa el efectismo antes que la calidad, no todos los títulos recomendados (como para conocer el género) son necesariamente buenas películas. Prestamos particular atención a los filmes producidos de manera independiente:

(la lista es de ejemplo, no comprende todos los títulos del género, e incluye películas que no hemos reseñado)