Crítica: El Ataque de los Robots (Cartes Sur Table) (1966)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Francia / España, 1966: Eddie Constantine (Al Pereira), Françoise Brion (lady Cecilia Addington Courtney), Sophie Hardy (Cynthia Lewis), Fernando Rey (sir Percy)

Director: Jess Franco, Guión: Jess Franco & Jean-Claude Carrière

Trama: Políticos de las mas altas esferas gubernamentales de toda Europa están cayendo abatidos por unos misteriosos asesinos cuya característica común es su tono de piel tostado y el uso de prominentes gafas. Examinando los cadáveres de los homicidas, los forenses concluyen que todos ellos poseen el extraño tipo de sangre RH cero – el cual está presente en una ínfima minoría de la población mundial -. Es entonces cuando la Interpol decide sacar de su retiro al as de los agentes Al Pereira, el cual vive como un millonario en la costa azul francesa. Y es que Pereira posee sangre RH cero, razón por la cual será usado como cebo para que los conspiradores de turno quieran secuestrarlo y reclutarlo. Pero mientras se debate entre asesinos, terroristas y espías de la China comunista, Pereira terminará descubriendo que los responsables de toda la conspiración han encontrado la manera de transformar a los portadores de sangre RH cero en robots humanos, los cuales controlan a distancia y los están usando para sembrar el terror en Europa. Y a menos que pueda detenerlo, los villanos de turno terminarán por salirse con la suya.

El Hombre de la Cuarta Dimension (The 4D Man) El Ataque de los Robots (título en castellano más adecuado para el contenido del filme que el genérico Cartas Sobre la Mesa del original francés) es otro engendro de esos que vomitó por centenares el prolifico español Jesús (Jess) Franco durante su longeva carrera. Es en realidad una aventura de espionaje plagada de elementos de ciencia ficción – agente secreto debe vencer a organización del mal, el cual desea sembrar el terror en el mundo utilizando un dispositivo de última generación – que decidimos incluir aquí debido a lo bizarro de su puesta en escena.

Honestamente creo que éste es el primer filme de Jess Franco que veo en mi vida. Muchos han calificado a Jess Franco de ser un Ed Wood a la europea, opinión con la que disiento profundamente. Mientras que Wood era un ingenuo con aspiraciones de artista (delirantes, inocentes, como pretenda llamarlo), Franco – en cambio – sería el epitome del director exploitation. No hay género que no haya transitado – desde el terror hasta la comedia, desde el espionaje hasta la pornografía dura -, lo cual lo transforma en un asaltante con patente dedicado a rodar cualquier cosa con tal de que le llene los bolsillos con algunas monedas. Ciertamente hubo un tiempo en que Franco gozaba de cierto prestigio – en los 60s, con títulos como El Secreto del Doctor Orloff y los filmes de la saga de Fu Manchu protagonizados por Christopher Lee – pero, en los 70s el tipo se desbarrancó mal y, en vez de optar por un digno retiro, se dedicó a filmar películas softcore, las cuales pronto resultaron insuficientes y lo que lo llevaría a incursionar en la pornografía a mediados de la década. Es verdad que el caso de Franco no ha sido el único – a lo largo de su carrera Joe D’Amato resurgía del terreno hardcore de vez en cuando para hacer filmes eróticos o de terror; Abel Ferrara se inició en el porno duro hasta transformarse en un director reconocido; y el caso mas estelar es el de Jean Rollin, reconocido por sus pares como un cineasta de calidad (con numerosas obras de terror en su haber) y que afrontó su etapa porno como una situación de supervivencia, algo temporal hasta recaudar fondos y poder continuar con el rodaje de proyectos mas serios – pero, al ser baja su calidad incluso en las cintas hardcore, esto habla más de un técnico mediocre decidido a vivir a toda costa del cine que de un artesano con talento que ha pasado tiempos de necesidad. También es cierto que ese declive pudo deberse a la relación que mantuvo con la actriz Lina Romay desde principios de los años 70 – mujercita desabrida si las hay (e incapaz de entusiasmar a alguien siquiera en un filme porno) –, a la cual tomó como musa y la puso al frente de todos sus proyectos eróticos, con lo cual la dirección artistica de sus siguientes obras debió ser compartida y se transformó más en una experiencia voyeur que en una decisión artística seria (imaginen al tipo rodando a su amante metida en toneladas de orgías explícitas). En todo caso, si hay algo que une a Jess Franco y Ed Wood, debió ser su inagotable talento para la charlatanería, lo cual le sirvió para seducir potenciales inversores durante décadas y los cuales financiaron una hilera interminable de producciones infumables que subsisten increíblemente hasta el día de hoy, gracias a que el tipo – de alguna manera – se convirtió en un artista de culto.

Pero en 1966 Jess Franco aún era respetable, y aquí recluta a Eddie Constantine – el Lemmy Caution de numerosos policiales negros europeos y protagonista de la atroz Alphaville – en el rol de Al Pereira (?!), agente secreto español (o cuasi) y que debe detener a una banda que robotiza personas y las convierte en asesinos a control remoto. Lamentablemente todo el asunto se desbarranca mal desde el momento que el protagonista es un banana que se la pasa haciendo chistes malos todo el tiempo. Mientras que a Constantine el physique du rol le podrá servir para hacer de detective curtido y rudo, no le alcanza para ser un James Bond de cuarta – es viejo y feo, con los ojos vidriosos como si recién se hubiera tomado una grapa con ruda, y ni siquiera tiene un físico impresionante -. Para colmo los gadgets que le dan son una truchería de primer orden, con paraguas bomba, cigarros que largan humo venenoso, lapiceras – flauta que largan el antídoto del humo venenoso, y otras fruslerías tan notorias como inútiles. El tipo chichonea con todas las chicas que hay en el libreto, se tirotea verbalmente con un chino amanerado que hace de operador de la inteligencia extranjera, y se agarra a las tortas con un ridículo mexicano falso que repite epítetos como si hubiera visto recién un capítulo de El Chavo del Ocho. Mientras que la fotografía blanco y negro es excelente, la música es adecuada y los paisajes son hermosos, por el resto – entre las malas actuaciones y los terribles diálogos – uno termina crujiendo los dientes. Hasta el centro de computos – compuesto por lucecitas de colores y maquinas de escribir de carro largo camufladas de terminales de datos – le parecería demasiado trucho incluso a Roger Corman, quien es el rey del bajo presupuesto cinematográfico.

El Ataque de los Robots es ridícula por donde se la mire. Si la trama es estúpida, al menos deberían haberse esforzado en hacerla funcionar como comedia – en donde la historia queda superditada a los chistes -; pero ni siquiera el humor es efectivo. En todo caso lo único que deja el filme es una sensación de vacio, 90 minutos de pura bobada y que han sido incapaces de dejar algún tipo de recuerdo, fuera para bien o para mal.