Crítica: M (El Maldito) (1951)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

4 atómicos: muy buenaUSA, 1951: David Wayne (Martin Harrow), Martin Gabel (Charlie Marshall), Howard Da Silva (Inspector Carney), Luther Adler (Dan Langley), Raymond Burr (Pottsy), Steve Brodie (Teniente Becker)

Director: Joseph Losey – Guión: Leo Katcher & Norman Reilly Raine, basados (sin acreditar) en el filme de 1931 escrito por Fritz Lang & Thea von Harbou

Recomendación del Editor

Trama:  Martin Harrow es un tipo apocado. Vive en una pensión de mala muerte en Los Angeles y no ha podido conseguir trabajo después de que le dieran el alta en un hospital siquiátrico. Con todo el tiempo libre del mundo Harrow se ha dedico a acosar niñas, a las que fascina con golosinas y chistes y termina llevándoselas a callejones donde las asesina. Mientras tanto la policía está agobiada con los reclamos del público y lo único que saben es que el asesino posee un extraño fetichismo con los pies de las niñas, razón por la cual colecciona sus zapatos. Haciendo una razzia tras otra el intenso accionar policial ha mellado los ingresos del mundo del crimen, lo que los lleva a montar su propia cacería del asesino para calmar las aguas y volver a la normalidad sus turbios negocios. Para ello utilizan su enorme red de influencias en la calle – desde corredores de apuestas hasta taxistas y prostitutas – los cuales vigilan día y noche a aquellos varones sospechosos que andan en solitario en compañía de niñas. Y cuando un vendedor de globos reconoce a Harrow como el adulto que le compró golosinas a una de las últimas víctimas del asesino serial, una masiva cacería humana es montada de apuro, cercando al maníaco en un gigantesco edificio de oficinas. Porque los criminales pueden ser mas despiadados que los mas duros policías, la única esperanza de Harrow consiste en que alguien llame a la Ley para que venga en su ayuda… antes de que sea linchado por una multitud enfurecida y asqueada de sus crímenes.

Crítica: M (El Maldito) (1951)

La curiosidad – y YouTube – nos han traído a este microgénero del cine intitulado “remakes de grandes obras de Fritz Lang”. Hace unas semanas le tocó a Dr. M / Club Extinction de Claude Chabrol – basado libremente en Doctor Mabuse, el Jugador – y ahora es el turno de la remake norteamericana de M, el Vampiro de Dusseldorf, orquestada en 1951 por el productor histórico del filme (Seymour Nebenzal) y a cargo del director Joseph Losey (el mismo de These Are the Damned y la fallida Modesty Blaise).

En sí M 1951 es una película curiosa. Tal como ocurría con el filme original, la remake es avanzada a su tiempo – hablamos de perversiones, fetichismos y asesinos seriales de niñas en una época en donde no podías filmar un inodoro ni un matrimonio compartiendo una cama gracias a las férreas restricciones del Código Hays -. El cómo fue posible hacer la remake en una época tan puritana reside en los resquicios que Nabenzal encontró en el código – si se trataba de un filme considerado culturalmente un clásico se podía montar una remake textual del mismo, no importa lo zarpado que fuera el tema -. De todos modos el libreto introduce algunos cambios – hay un par de personajes nuevos como el abogado corrupto y borrachín que trabaja para los mafiosos; y otros que son obvios, como trasladar la acción de la Alemania natal a los suburbios de Los Angeles – que hace que la versión de Losey tenga su propia personalidad. Losey apunta al gigantismo de los escenarios – en un momento el sicópata está corriendo por unas escalinatas enormes, atravesando túneles monumentales u observando a sus perseguidores desde las grandes alturas de un edificio colosal (el fastuoso edificio Bradbury, el mismo que usaron en el clímax de Blade Runner y que es una torre antigua de oficinas plagado de balcones y patios internos) – y al uso de la gloriosa fotografía blanco y negro de la época para crear clima. Definitivamente es una visión despojada de la elegancia de los filmes de la época – acá vemos barrios pobres, conventillos, bajos fondos, gente desempleada -. En ese contexto deambula David Wayne – un tipo que hacía comedias en esa época y que lo conozco como el padre del detective titular en la serie de Ellery Queen de los años 70s con Jim Hutton -, el cual es un tipo frágil y nervioso. El tipo se acerca a las niñas, le compra globos y golosinas, y por último las estrangula en un callejón. No hay un patrón rastreable como para extraer algún tipo de pista así que la policía está perdida y dando manotazos de ahogado. Y como vive haciendo redadas, el bajo mundo de Los Angeles comienza a resentir sus ingresos así que decide participar en el asunto y cazar al maníaco por su cuenta. Como cuenta con soplones por todos lados – taxistas, pandilleros, limpiabotas, corredores de apuestas, vendedores de droga, etc – hay miles de ojos en la ciudad que vigilan el movimiento extraño de cualquier adulto acompañado de una niña. Semejante cacería humana da sus frutos cuando un ciego que vende globos en la feria de diversiones local cree identificar a Wayne como el hombre que estuvo con una de las niñas asesinadas hace un par de días. Como en M, al asesino lo identifican por tararear siempre la misma melodía – aunque aquí Wayne usa una flauta, como para tirar la idea del Flautista de Hamelin que cautivaba a sus víctimas con su melodía -. De ese modo los pandilleros lo siguen y lo acorralan en el edificio Bradbury; mientras tanto la policía ha estado investigando a tipos que han dado de alta recientemente en los manicomios locales y ha descubierto la pensión en donde vive Wayne, en la cual hay cordones de zapatos por todos lados… llegando incluso a descubrir el escondite secreto en donde guarda los zapatitos de sus víctimas. Ya no hay escape posible para Wayne, sus fechorías han llegado a su fin.

Ciertamente algunos cambios de la historia funcionan mejor que otros. El jefe del bajo mundo es un mafioso que parece salido de un capítulo de Los Intocables versión Robert Stack (Raymond Burr hace de matón en uno de sus primeros papeles; se lo ve enorme, agrio, torpe y despiadado). El jefe de policía no parece muy avispado que digamos. El cómo dan con el asesino es, quizás, demasiado abrupto. Pero, a cambio, la cacería humana en el interior del edificio Bradbury resulta impresionante. El jefe mafioso toma el lugar con prácticamente un ejército y comienzan a irrumpir en los cientos de oficinas que hay en el complejo mientras David Wayne se desespera para romper la cerradura del local donde ha quedado encerrador por error – el sereno del lugar simplemente le puso cerrojo a todo y ahora no puede escapar -. Y, lo que es peor, el flaco ha quedado encerrado con su última víctima, una nena que está comenzando a desesperarse porque pasan las horas y no regresa a su casa. Ni que hablar cuando los mafiosos logran irrumpir y le ponen las manos a Wayne: es una escena escalofriante – es un animal acorralado, gritando de desesperación porque sabe que éstos no son la policía y se la van a dar mal… muy mal -. Ni que hablar cuando lo lanzan a un estacionamiento subterráneo en donde gente de toda clase – desde vecinos hasta mafiosos – lo rodean por centenares. Es una escena asfixiante en donde Wayne exuda terror por todos sus poros – aún cuando fueran actores y sea una escena montada, se arma un clima denso en donde no sería muy difícil que la gente se mentalice como una turba y linche de verdad al actor al hacerse carne de la indignación general que transpira el libreto -.

Mientras que lo de David Wayne es genial – lo suyo rivaliza con la performance de Peter Lorre del original -, donde la versión de Losey trastabilla es en la secuencia del juicio popular, en donde el abogado borrachín y corrupto que responde al líder mafioso decide desplegar sus propias alas y defender no solo al asesino sino a acusar a su jefe de ser un corruptor sistemático. Como ocurre en toda película filmada bajo el Código Hays todo ello culmina con el jefe ensuciándose las manos y baleando al abogado rebelde que durante cinco minutos fue asaltado por un ataque de dignidad – justo cuando caía la cana -, cosa que todos los criminales terminen apresados por la policía. El alegato de Wayne no es muy prolijo – todos los varones son malos por naturaleza y deben ser castigados severamente desde chicos para despojarlos de su crueldad innata -, con lo cual el clímax es el único momento en donde M 1951 pierde el rumbo impecable que se había trazado.

M versión 1951 es un excelente filme. Obviando un par de detalles menores al final, el resto del relato es excelente y prospera por fuera de la sombra del magnífico original de Fritz Lang. Es sorprendentemente moderna y avanzada para su época por los temas que trata, y es brillante en su puesto en escena. Definitivamente un filme mas que recomendable.

M, EL VAMPIRO DE DUSSELDORF

Acá revisamos el original de Fritz Lang M, el Vampiro de Dusseldorf (1931), y la remake norteamericana de Joseph Losey M (El Maldito) (1951)