Crítica: Twister (1996)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1996: Bill Paxton (Bill Harding), Helen Hunt (Dra Jo Harding), Jami Gertz (Dra Melissa Reese), Cary Elwes (Dr Jonas Miller), Philip Seymour Hoffman (Dustin Davis), Lois Smith (tía Meg)

Director: Jan de Bont, Guión: Anne-Marie & Michael Crichton

Trama: La doctora Jo Harding y su equipo se encuentran en las afueras de Oklahoma, disponiéndose a lanzar una sonda experimental que les permita estudiar los tornados por dentro. Hasta el lugar llega Bill Harding – su distanciado esposo -, el que ha venido a pedirle que firme los papeles del divorcio. Pero Bill se lleva una gran sorpresa cuando ve la sonda, ya que la misma se baza en un antiguo proyecto suyo que jamás pudo concretar mientras trabajaba con el equipo. Olvidándose de las disputas matrimoniales Bill acompaña a Jo en la tarea de lanzar los medidores y, para ello, deben salir a “cazar” tornados, anticipando su dirección e interponiéndose directamente en su camino para que la tromba absorba la sonda. Pero ésta es la temporada más violenta de tornados que jamás se haya visto en el medio oeste norteamericano y, para colmo, se ha formado uno de categoría F 5 – una excepcional masa de aire capaz de arrasar con pueblos enteros -. Y ahora Jo y Bill deberán ingeniárselas para ver cómo pueden colocar la sonda en el trayecto del F5 sin perecer en el intento.

Arlequin: Critica: Twister (1996)

      A mediados de los 90 parecía que el cine había descubierto a un nuevo Spielberg en la figura de Jan de Bont, un director de fotografía que había saltado a la silla de director y había obtenido un éxito arrasador con Máxima Velocidad (1994). El filme siguiente fue precisamente Twister, y todo parecía indicar que de Bont era una potencia imparable; lamentablemente el holandés empezó a rociarse con gasolina con su siguiente filme – la ridícula Maxima Velocidad 2 -, e hizo la gran bonzo con la remake de The Haunting (1999) y la soporífera Tomb Raider 2: La Cuna de la Vidamonumentales fracasos de crítica y público que terminaron por sepultar su carrera de cineasta -. El tipo tendría que esperar 10 años antes de que alguien se animara a arriesgar su cuello ofreciéndole la dirección de alguna película.

Pero en 1996 de Bont era Dios, y en Twister eso se nota. En realidad el problema con de Bont es que al tipo le tocaron dos filmes muy parecidos – Máxima Velocidad y Twister son básicamente persecuciones maratónicas con algún condimento en el medio como para que los corredores hagan una escala, tomen aire dos minutos, y sigan corriendo como desenfrenados – y allí pudo lucirse en lo que realmente sabe, que es manejar la cámara en movimiento. Cuando la correría se detiene y viene el momento del desarrollo dramático, el tipo ya no es tan brillante y depende mucho de la calidad del guión. He allí el error imperdonable de sacar a un tipo acostumbrado a filmar a 200 km por hora y ponerlo en un set estático en donde debe crear atmósfera (como fue el caso de la remake de The Haunting). Ya cuando debió agarrar Tomb Raider 2, el tipo tenía pánico escénico y decidió rodar todo en cámara lenta, como si fuera un capítulo extendido de El Hombre Nuclear. Mal momento para probar cosas nuevas (y que a nadie le gustan).

Pero en Twister de Bont estaba en pleno dominio de la escena y, con el respaldo de gigantes como Steven Spielberg (productor) y Michael Crichton (guionista), hay un mínimo de calidad asegurado. Ciertamente hay momentos en que uno percibe la fuerte influencia de Spielberg detrás de la cámara – la impresionante secuencia en donde el tornado “ataca” el autocine es típicamente spielberiana y me hace acordar a escenas de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo… la calma chicha antes de que ocurra algo absolutamente inesperado, los escenarios nocturnos totalmente brillantes, las miradas lanzadas al cielo en busca de señales que sirvan para explicar lo que está pasando, etc. -, lo cual no sería nada raro. Por otra parte toda la historia no es más que una excusa para generar un momento explosivo tras otro, con lo cual el filme funciona más como experiencia sensorial que como propuesta dramática. Es cierto que allí entra a jugar el expertise científico de Crichton – un tipo especializado en hallar curiosidades cientificas y explotarlas al máximo -, con lo cual el espectador siempre tiene algo en pantalla que le llama la atención: o es la explicación apasionante de algo que desconocíamos hasta ahora, o es un camión cisterna volando por los aires y explotándole a metros de la camioneta que conduce el protagonista. La acción y lo científico compensan el desarrollo dramático que simplemente apesta – el tipo que va a divorciarse y termina reconciliado con su ex, la sicología de manual de bolsillo que sirve para explicar la obsesión de la protagonista con los tornados (y que prospera en los momentos más apremiantes del filme; esta gente hace sicoanálisis caseros cuando el tornado está a 20 metros y a punto de succionarlos!); y una pareja de protagonistas que no terminan por enganchar al público, simplemente porque son unos egoístas pasados de rosca -. Tampoco ayuda la presencia de Helen Hunt, actriz sobrevalorada si las hay, la que hace aquí el mismo papel que hizo durante toda su carrera: el de testaruda malhumorada a la cual nadie puede contradecir. Al menos Bill Paxton exuda un poco más de simpatía y por ello la dupla central resulta digerible.

Pero si los actores no son más que decorados de utilería, la verdadera estrella resulta ser la tormenta. Twister es cine catástrofe pero hay momentos en que pareciera convertirse en una versión metafísica del género “venganza de la naturaleza”. El tornado no es una tromba de vientos y desperdicios, sino un animal que acosa desde los cielos y aparece en el momento menos esperado. En la mencionada secuencia del autocine, los planos están elaborados de manera tal que uno espera ver a un monstruo gigante saliendo de detrás de la pantalla. Los tornados tienen personalidad – comportamientos, variantes, imprevisibilidad, rarezas – como si fueran seres vivos, depredadores de la naturaleza dotados de sus propias reglas (la mayoría de las cuales el hombre cree conocer), y con aspectos tan fascinantes como su propia amoralidad. En tal sentido el filme sigue a la perfección la regla del cine de monstruos (o de animales asesinos, como prefiera), en donde está el especialista que le dice a la platea lo que hará la criatura y cómo se puede hacer para detenerla… y dichas predicciones no siempre se cumplen porque entran a jugar otros criterios que el científico no había anticipado hasta ese momento.

Twister es un gran filme porque entretiene y porque tiene su cuota de curiosidades científicas que terminan por atrapar al público. Lo que la desmerece es el aspecto dramático – la dichosa relación entre los protagonistas, el insulso villano que le colocaron a la historia, o la galería de clisés que figuran como personajes secundarios – que no es creíble ni demasiado interesante que digamos. Pero por lo demás es una gozada, y es por ello que uno termina obviando sus desprolijidades relativamente menores.