Crítica: Du Rififi a Paname (Poker de Asesinos / The Upper Hand) (1966)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

3 atómicos: buenaFrancia / Italia / Alemania Occidental, 1966: Jean Gabin (Paul Berger), Claudio Brook (Mike Coppolano), Gert Fröbe (Walter), George Raft (Charles Binnaggio), Nadja Tiller (Irène), Marcel Bozzuffi (Marque Mal)

Director: Denys de La Patellière – Guión: Denys de La Patellière sobre la novela de Auguste Le Breton

Trama: Mike Coppolano es un periodista yanqui que vive en Paris. Como le encanta el juego y las mujeres vive endeudado, razón por la cual el mafioso Paul “Diamantes” Berger le propone un trato: cancelar su deuda a cambio de realizar algunos trabajos para él. En este caso es viajar de Francia a Japón con un chaleco cargado de lingotes de oro, haciendo una cuantiosa ganancia debido a la diferencia de precio del metal entre ambos países. Pero Coppolano es en realidad un agente encubierto del Departamento del Tesoro estadounidense que ha seguido la operación de contrabando de Berger y desea cancelarla. Como si fuera poco los negocios del francés están en riesgo porque un mafioso americano llamado Charles Binnaggio desea desembarcar en Europa y quiere apoderarse de sus operaciones, razón por la cual ha atacado a todos los contactos de su organización. Con todas la bazas en su contra el veterano criminal espera lanzar un contraataque y dar por tierra con todos los planes de sus enemigos, aunque ello implique entrar en una guerra cuyas consecuencias son impredecibles.

Crítica: Du Rififi a Paname (Poker de Asesinos / The Upper Hand) (1966)

A veces es bueno cambiar de aires y qué mejor que un policial continental de la década del 60. En los años 50’s Auguste Le Breton se había anotado un poroto con el clasicazo Rififi (1955) – un filme que le quemaría la cabeza a medio mundo e incluso haría escuela entre ladrones de la vida real, los que terminarían tomando ideas de la película -. Ahora bien: ¿qué es un Rififi?. Viene del slang que los franceses usaban en la Primera Guerra Mundial y significa “camorra o pelea”. Pero, gracias a la popularidad del filme, se transformó en sinónimo de atraco boquetero – esos en donde los flacos hacen un agujero para entrar a un local o una bóveda, sea armando un túnel o, como en el filme, penetrando a través del techo y usando un paraguas para evitar que los escombros caigan al piso y hagan ruido (!) -. Para los 60’s la popularidad de las novelas de Le Breton iba en aumento – incluyendo esa obra maestra que es El Clan de los Sicilianos -, así que muchos cineastas tomaron sus obras, las llevaron al cine y le pusieron “Rififi” en el título. Rififi Entre los Hombres, Rififi Entre las Mujeres, Rififi en Tokio y ésta que ahora nos ocupa, que no es de atracos pero si sobre el bajo mundo parisino.

Acá están Jean Gabin – ícono del cine francés – en su enésima encarnación como jefe mafioso. El tipo empilcha que da calambre – usa un traje mejor que otro, todos con un corte moderno y una textura que te pone rojo de envidia -, rebosa clase y posee una violencia contenida de la cual solo te das cuenta por la mirada. En sí la historia de base no es muy complicada – el tipo tiene una operación de contrabando a lo Goldfinger (incluso está Gert Frobe en la trama!), en donde lleva oro de un país a otro para venderlo ahí mucho mas caro -, solo que la trama la empieza a complicar mas y mas… y mas, como si fuera necesario para llegar a cumplir los 90 minutos de duración. Primero hay un agente yanqui infiltrado en su operación – el mexicano Claudio Brook, habitué de producciones internacionales y que llegó a trabajar con Luis Buñuel -, el que se hace pasar por un tipo endeudado por el juego y las minas y desesperado por agarrar algún mango para tapar los baches financieros (con lo cual termina ofreciéndose para hacer de mula de los lingotes de oro); luego hay un competidor de Gabin llamado Pablo el Milanés, el que empieza a limpiarle los secuaces… y por último el tipo que banca al Milanés, que es un mafioso yanqui interpretado por George Raft y que quiere hacer pie en Europa, tomando por la fuerza la operación de contrabando. En el medio hay prostitutas de buen corazón – una hermosa Mireille Darc -, un amigote con ideales – Frobe -, secuaces dilectos – Marcel Bozzuffi, el tipo que Gene Hackman hacía boleta en las escaleras del tren en Contacto en Francia -, y atentados de todo tipo y color. Como es un policial francés estos tipos se la pasan hablando mucho, gesticulando bastante y disparan poco aunque cuando emerge la violencia suele ser brutal.

Mientras que Du Rififi a Paname no deja de ser un policial sólido, por el otro lado no tiene nada memorable. Quizás el problema es que la trama está plagada de coincidencias letales que resultan artificiales – a Gabin lo empiezan a atacar de todos lados al mismo tiempo cuando el tipo estuvo años sin levantar la mas mínima sospecha; que Frobe use su comisión del contrabando para él mismo contrabandear partes militares hacia Cuba por una cuestión de ideología (y por eso se meten los yanquis en el negocio de Gabin) es excesivamente rebuscado; y la participación de George Raft queda reducida a una caricatura ya que el tipo se le pasa revoleando una moneda de plata al aire como si estuviera en Casino Royale (de hecho era su marca de fábrica después de haber participado en la Scarface original de 1932… amén de que el flaco tenía contactos con mafiosos en la vida real) -. Puede que el fetichismo de los franceses por la cultura yanqui (¿remember Jerry Lewis?) hayan impulsado que Raft vaya a parar al filme aunque había mejores actores de la época para el rol.

Como sea, lo que saca a flote Du Rififi a Paname es el oficio de Gabin, un sólido cast y una buena dirección, pero posiblemente esta historia hubiera dado mas en manos de otro director. No es mala, tampoco es excepcional o super original, solo una historia standard llevada a término por un artesano competente. Pero, para romper la monotonía de la cinematografía yanqui moderna – enviciada en golpes de efecto, FX y narrativas reutilizadas hasta el cansancio -, resulta un desvío reparador y necesario.