Crítica: No Mires Arriba (Don’t Look Up) (2021)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

3 atómicos: buenaUSA, 2021: Leonardo DiCaprio (Dr Randall Mindy), Jennifer Lawrence (Kate Dibiasky), Meryl Streep (Presidente Orlean), Cate Blanchett (Brie Evantree), Rob Morgan (Dr Teddy Oglethorpe), Jonah Hill (Jason Orlean), Mark Rylance (Peter Isherwell), Tyler Perry (Jack Bremmer), Timothee Chalamet (Yule), Himesh Patel (Philip Kaj), Melanie Lynskey (June Mindy), Ron Perlman (Benedict Drask), Ariana Grande (Riley Bina)

Director: Adam McKay – Guión: Adam McKay

Trama: Kate Dibiasky, candidata a doctorado en astronomía en Michigan State, está escaneando las estrellas cuando se topa con un objeto nuevo y enorme. Su profesor, el Dr. Randall Mindy, confirma que se trata de un cometa. Las matemáticas muestran que está en camino de colisionar directamente con la Tierra dentro de seis meses. Ambos científicos van a la Casa Blanca con sus cálculos y se reúnen con la presidente Orleans, quien minimiza inmediatamente la probabilidad de colisión del 100% y luego les pone un bozal legal para que no divulguen la información. Mindy y Kate deciden que la única opción que les queda es una cruzada en los medios, pero su aparición televisiva es un desastre ya que Kate estalla en un ataque de nervios e inmediatamente se convierte en un meme en las redes sociales. Cuando la comunidad científica internacional confirma los cálculos de los dos científicos, la presidente Orleans acepta a regañadientes trazar un plan para destruir al cometa y nombra a Mindy como su asesor. Pero las cosas se salen de control cuando el multimillonario tecnológico Peter Isherwell mete los pies en el plato, anulando la misión de búsqueda y destrucción, y proponiendo capturar al cometa mediante una explosión controlada, la cual lo dividiría en pedazos menos letales. Como éstos caerían al mar, podrían ser recuperados y explotados ya que el cometa es una fuente gigantesca de valiosísimos metales escasos en el planeta, y necesarios para la fabricación de tecnología de punta.

Crítica: No Mires Arriba (Don't Look Up) (2021)

Dr. Strangelove para la gente del nuevo milenio. Así se podría definir a No Mires Arriba (o No Miren Arriba, nadie está de acuerdo con la traducción según el país), la última sátira de Adam McKay (responsable de varias comedias horribles de su socio Will Ferrell, pero productor de Succession y autor de la genial The Big Short). El cast multiestelar define el tono sesentista al mango, ese en donde las superproducciones estaban dadas por la cantidad de famosos enrolados y no por la plata invertida en efectos especiales. El tono, bien kubrickiano, es usar al fin del mundo como excusa para disparar contra los responsables del poder en el mundo. Mientras que las intenciones de McKay son loables, donde la pifia es en el tono. McKay deja que la mayoría de su circo sobreactúe de manera salvaje, echando por tierra las lecciones de Kubrick. Los locos y los necios deben verse (y hablar) como personas normales: el disparate está en las palabras que salen de sus bocas.

Las influencias de Dr. Strangelove son patentes. Los títulos tienen los nombres de los actores en letras pequeñas y los apellidos en letras enormes. Los personajes tienen apellidos ridículos (Mindy, Themes, Isherwell… como Mandrake, Guano, Turgidson; minucias que pueden descifrar los que manejan inglés) y, los que están en la cima, son obvias parodias de individuos nefastos (o con mala leche) de la vida real y que proliferan en las tapas de los diarios. Comenzando por la Presidente Orlean, que es Donald Trump con polleras, siguiendo con Peter Isherwell que es un mix de Elon Musk y Steve Jobs (esos seudo gurúes de la tecnología, podridos en plata y rodeados de una falsa aura mística… aunque en el fondo no dejen de ser tipos bizarros o amorales que nunca se cansan de acumular fortuna y poder), y siguiendo por esos infumables presentadores de televisión de programas mañaneros que pasan la noticia de una catástrofe y, a los cinco segundos, la disfrazan con el video de un gatito jugando con una pelota (tipo Kelly Ripa & Michael Strahan, a los cuales McKay les apunta directamente a la yugular con la dupla de Cate Blanchett y Tyler Perry). Incluso McKay se da el lujo de armar un par de gags que calzarían bien en Strangelove: el general que toma los refrigerios gratis de la Casa Blanca y se los vende a diez dólares a las visitas, o la necia burócrata de la NASA que descree de las afirmaciones de los científicos simplemente porque estudiaron en universidades de medio pelo.

El drama es que McKay quiere quedar bien con todos los de su elenco y les permite hacer lo que quieran con su personajes. Mientras que DiCaprio y la Lawrence zafan con gran altura – incluso DiCaprio tiene un momento de explosión a lo Howard Beale en plena cadena nacional -, las cosas se descarrilan cuando apuntan a la Casa Blanca y la gente del poder. Resulta increíble afirmar esto, pero los peores ofensores de los sentidos son tipos con toneladas de Oscars / Nominaciones al Oscar sobre el lomo, como es el caso de Meryl Streep, Jonah Hill y Mark Rylance. La Streep se la pasa haciendo morisquetas sin control y, aunque uno entiende que el personaje está basado en Donald Trump, ni siquiera el hombre naranja del jopo rubio sería tan payaso frente a semejante noticia. Era mejor poner a un imperturbable paranoide contratacando cada afirmación científica con una burrada sin que se le moviera un músculo de la cara – considerando esa creencia tan arraigada de Trump de que él siempre es el tipo más inteligente de la sala -. Lo de Mark Rylance es, a esta altura, un tómelo o déjelo. No veo cómo gente de la talla de Steven Spielberg consideran brillante a un inglés que sobreactúa según el “método”. Siempre compone personajes bizarros que hablan y caminan raro. Acá Rylance hace de un gurú tecnológico onda Elon Musk / Steve Jobs, esos tipos podridos en plata y rodeados de una falsa aura de misticismo, que convence al gobierno de no derribar el cometa sino partirlo en pedazos para explotar los rarísimos minerales de sus restos cuando caiga a la Tierra (un plan que, teóricamente, lo hace menos “dañino” y va a incrementar su fortuna en varios billones). Y el que le sigue es Jonah Hill haciendo de Jonah Hill en la misma onda de sus épocas de Superbad. Pintar a un Secretario de Estado haciendo infantilidades (como tirarle botellas de agua a Jennifer Lawrence) es caer en el humor obvio. Mostrá su inmadurez  e incompetencia de manera más sutil… o tomá el camino contrario, e ilustrálos como animales amorales y bocasucias. Armando Iannucci (el de Veep e In the Loop) se hubiera hecho una fiesta con este presupuesto y este elenco, dando a luz algo realmente sanguinario y memorable.

Pero McKay no toma las riendas de su propio show, y deja que un puñado de macacos empañen el espectáculo. En el fondo termina siendo víctima de aquello que critica, porque cede frente a la fama / aura / sugerencias de los intérpretes de lujo que contrata, en vez de ser el domador del circo y exigir performances ajustadas que calcen en el proyecto que ha visualizado . O vas por lo sutil a lo Kubrick, o prendés el ventilador y tirás popó a lo loco a lo Iannucci. McKay, en cambio, va por una avenida del medio que tiene sus momentos logrados y, en otros, le sobran tiempos y personajes. Lo de Timothée Chalamet no tiene razón de ser. El romance de la Blanchet con DiCaprio es simplemente el deseo de mostrar otro escándalo como era el de George C. Scott teniendo un amorío con su secretaria que era Playmate (!). Quizás lo que más gracia me hizo fue que empardaran a DiCaprio con Melanie Lynskey – que es una gran actriz, nadie lo discute, pero es una mujer cuarentona con sobrepeso propio de su edad -, la cual es encima tres años menor que DiCaprio, un tipo que en la vida real sólo sale con minas de no más de 25 años y 40 kg de peso. Verlo a DiCaprio con una mujer normal y con hijos de 30 años fue una de las cosas más cómicas de la película.

No Miren Arriba tiene su cuota de aciertos y pifias. No llega a ser la obra maestra que McKay y compañía imaginaron. Simplemente es una sátira que no encuentra el punto justo de cocción como para que todos sus dardos acierten donde deben, y termina distrayendo con sus raptos de indulgencia.