Crítica: A-Bombs Over Nevada (2016)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

4 atómicos: muy buenaUSA, 2016

Director: Tom Jennings – Guión: Tom Jennings

Trama:  Tras las malas repercusiones de las pruebas atómicas realizadas por Estados Unidos en atolones del Pacífico, el gobierno estadounidense decide crear una instalación permanente en suelo norteamericano y para ello arma una base en el desierto de Mojave, a menos de 200 km de Las Vegas. Esta es la crónica tanto de la construcción de la base como de las repercusiones sociales y culturales de las pruebas nucleares realizadas a tan poca distancia de la capital de los casinos estadounidense.

Crítica: A-Bombs Over Nevada (2016)

No puedo negar que la cultura relacionada con la Bomba Atómica me fascina. Y si bien al respecto el documental definitivo sobre el tema es The Atomic Cafe (1982), a veces surgen investigaciones que la complementan como es el caso de Bombas Atómicas Sobre Nevada y que uno puede encontrar en Paramount Plus. No examina toda la historia de la Bomba, pero sí se enfoca en cómo Estados Unidos decidió hacer pruebas en su propio territorio y eligió para ello el desierto de Mojave en Nevada… a 200 kilómetros de un pueblito llamado Las Vegas (!).

En general los documentales de la era atómica suelen regodearse con los detalles bizarros de la cultura surgida en esa época – como en este caso, el poner el nombre “atómico” a todo, sean bares, vestidos, incluso cortes de pelo con forma de nube de hongo (!)… una completa locura considerando que uno toma para la chacota algo capaz de desintegrar ciudades enteras (y miles de almas) en cuestión de segundos -, pero acá hay un par de detalles frescos y desconocidos que la hacen apasionante. El primero de ellos es el surgimiento de un auténtico turismo atómico – cuando el complejo de pruebas atómicas de Nevada se construyó Las Vegas era apenas un pueblo con un par de miles de habitantes, el cual creció formidablemente en un puñado de meses ya que se precisaban toneladas de mano de obra para montar la base; luego Bugsy Siegel y la mafia decidió explotar ese núcleo urbano y la ausencia de leyes de juego aplicables en terrenos desérticos, lo que la llevó a reconvertirse en el paraíso estadounidense de los casinos -. En apenas unos años Las Vegas se convirtió en una urbe enorme y, el detalle mas fascinante y atroz, es ver como la gente a la madrugada dejaba de jugar frenéticamente en los casinos, salía a las calles y contemplaba el cielo iluminado por las pruebas nucleares realizadas a no mas de doscientos kilómetros de dónde estaban. Incluso se hacían tours y cocteles en donde pasaban toda la noche emborrachándose para culminar la velada con el gran show de luces que suponía la detonación de una bomba de decenas de kilotones a una distancia irrisoria y con un absoluto estado de inconsciencia del peligro que suponía semejante evento.

Por supuesto el segundo aspecto – repetido en varios documentales de similar temática – es ver el desfile de burócratas hablando robóticamente sobre la seguridad del procedimiento… cuando la realidad demostró – años mas tarde – que ocurría todo lo contrario. Es ver a una sarta de gente ignorante – y, lo que es peor, responsable de aspectos esenciales del programa atómico – leyendo carteles y espetando discursos pre-escritos que afirmaban cosas sobre un tema que en ese momento estaba plagado de aspectos desconocidos y consecuencias imprevistas. Yo siempre recuerdo a Paul Tibbets – el piloto del Enola Gay, el avión que tiró la primera bomba atómica sobre Hiroshima en 1945 – como un granjero bruto con relato monocorde, orgulloso de lo que hizo como si fuera la gran hazaña y siendo incapaz de mencionar (o sentirse torturado) que acababa de incendiar a miles y miles de personas vivas. Es esa cosa descolgada de la realidad – de lo feroz que es el poder atómico; del daño brutal que puede causar; de todo el veneno que deja después de la devastación versus los burócratas que hablan del aparato como algo normal, capaz de ser manipulable y hasta de usarse en un sentido táctico cuando todo lo que deja es caos, muerte y desolación – lo que te termina de estremecer los pelos de la nuca. El caso mas obvio es la prueba en el desierto con una brigada de soldados escondida en trincheras, y después de la explosión, lanzándose hacia la zona cero para ocuparla como si se tratara de una bomba común. Toda esa gente terminaría enferma de Cáncer en menos de diez años y la mayoría moriría – acá mencionan una compensación “generosa” del gobierno valuada en u$s 75.000.- para los soldados y unos u$s 50.000.- para los vecinos de Las Vegas damnificados por la lluvia radiactiva y la contaminación arrastrada por los vientos del desierto -.

La gente no comprende la magnitud del poder atómico. Los gobernantes de las super potencias sólo lo consideran un elemento de disuación. Si hubieran visto una explosión atómica en vivo, caerían de rodillas – postrados ante el horror del fuego nuclear que acaban de desatar -. A Robert Oppenheimer le ocurrió, y toda la vida se arrepintió de la Caja de Pandora que acababa de abrir. En cambio al grueso de la sociedad yanqui – superficial, exitista, militarista, ignorante – simplemente lo asimiló a su cultura, lo masificó y lo convirtió en un simbolo de su poderío como super potencia en vez de darse cuenta del espeluznante poder con el cual se habían hecho.