Crítica: Wing Commander (1999)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1999: Freddie Prinze Jr (teniente Chris Blair), Matthew Lillard (teniente Todd ‘Maniac’ Marshall), Saffron Burrows (comandante Angel Deveraux), Tcheky Karyo (comodoro James Taggart), Jurgen Prochnow (comandante Paul Gerald),

Director: Chris Roberts, Guión: Kevin Droney, basado en el videogame de Origin

Trama: El futuro. La Tierra ha comenzado la exploración del espacio y ha colonizado decenas de planetas, pero el precio de esa expansión ha sido toparse con razas alienígenas hostiles. Ahora la humanidad está en guerra con los Kilrathi, los cuales sólo desean el exterminio. Habiéndose apoderado de un módulo de navegación, los Kilrathi descubren cómo acceder a los portales interdimensionales que permiten llegar a la Tierra en menos de 40 horas. Con la flota terrestre demasiado lejos y carente de coordinación, la única esperanza consiste en alertar al capitán Sansky – del acorazado Garra de Tigre – para que llegue a la Tierra a tiempo y detenga la invasión. Pero el mensaje debe ser entregado en persona ya que la ubicación del Garra de Tigre es secreta, y para ello se encarga James Taggart, un mercenario que actúa como oficial de inteligencia de la federación. El tema es que Taggart, a bordo, lleva a dos pilotos noveles, uno de los cuales – Christopher Blair – exhibe una inusual aptitud para volar en el espacio sin mapas estelares. Es que Blair es hijo de un humano y una Pilgrim – una raza alienígena conocida por ser formidables navegantes -, un detalle que le merece el desprecio de todos en la flota. Pero es la habilidad de Blair la que puede salvar a la Tierra de un seguro exterminio ya que sólo él puede encontrar un atajo para llegar a nuestro planeta antes de los Kilrathi: lástima que una masiva flota alienígena se interpone entre él y la próxima puerta dimensional, y la sola idea de infiltrarse en secreto entre cientos de naves agresoras suena a una idea tan descabellada como suicida.

Critica: Wing Commander

    Wing Commander (1999) Wing Commander está basada en la saga de juegos creada por Chris Roberts y publicada por Origin a partir de 1990. Debo admitir que he jugado en su momento alguna de sus iteraciones (como Privateer) y me parecieron potables. Eran simuladores de combate en el espacio que, aunque no estaban a la altura de un X-Wing o Tie-Fighter (los simuladores oficiales de La Guerra de las Galaxias, hechos por LucasArts y aún considerados los máximos exponentes del género), compensaban su limitada jugabilidad con una visión épica de la historia de fondo, condimentada con numerosas escenas de video (entre niveles) pobladas de actores conocidos. Mark Hamill supo encontrar refugio allí cuando su carrera iba en picada, y poco antes de aceptar el rol que terminaría por resucitarlo – como el Joker en Batman: La Serie Animada (1992) – . La historia es muy starwaresca, con otro elegido dotado de habilidades sobrenaturales enfrascado en una guerra interminable contra un imperio alienigena agresor. Era disfrutable y, sumado a la cuidadísima presentación del producto, pronto se volvió muy popular.

Acá el mismo Chris Roberts se encarga de poner en escena la versión para la pantalla grande. La única experiencia previa de Roberts como director ha sido la de rodar las secuencias de video de sus juegos, así que su alcance – al menos en términos dramáticos – es limitado. Como buen diseñador lo suyo pasa por lo estético, y es allí donde realmente Wing Commander tiene todas las pautas de un ganador nato: excelentes efectos especiales, combates excitantes, y un diseño de la guerra en el espacio realmente innovador. Años antes del reboot de Galactica, Astronave de Combate tenemos astronaves infestadas de misiles, cazas disparando balas y cohetes en el espacio, y batallas entre naves madre que se asemejan a las refriegas de acorazados en la Segunda Guerra Mundial. Por si fuera poco, Roberts se roba todo los clisés de las películas de submarinos, los cuales resultan tremendamente efectivos.

El problema es que lo visual no lo es todo y, cuando los cazas están aparcados, lo que sigue es tan hueco como redundante. Es Top Gun en el espacio, sólo que Freddie Prinze Jr. no sabe muy bien dónde está parado – y no proyecta nada, ni un mínimo de carisma -, Matthew Lillard sintoniza a Shaggy aún 10 años antes de filmar la versión live de Scooby Doo, y Saffron Burrows hace lo que mejor le sale, que es hacer de muerta en vida. El resto del cast es opaco, y se van en parlamentos sobre si los ancestros alienígenas de Prinze Jr. influirán en él para convertirlo en un traidor.

Quizás el gran problema de Wing Commander sea que no tiene villanos. Los Kilrathi son tan masivos como anónimos, y la única interacción con ellos es destruirlos. También es cierto que el presupuesto del filme es limitado y, cuando aparecen, son marionetas envueltas en bruma verde que apenas llegan a decir dos o tres parlamentos para no dejar en evidencia que los muñecos son inexpresivos. De ser así, lo único que queda es el histeriqueo de Jurgen Prochnow sobre el pedigree de Prinze Jr,, Lilllard diciendo sus parlamentos dos notas mas alto de lo que puede tolerar el oido humano, y Tcheky Karyo intentando ponerle ganas a sus insulsas líneas.

Si tolera la tonelada de clisés, Wing Commander resulta pasable. Las batallas lo salvan, aún cuando la utilería parece hecha con piezas de un desguasadero. Es una película de matinée potable, que no termina de estimular nada pero que tampoco daña, y en donde la mayor falta es la carencia de talento que pudo usar estos mismos recursos con mayor vuelo creativo.