Crítica: La Vida Futura (Things to Come) (1936)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1936: Raymond Massey (John Cabal / Oswald Cabal), Edward Chapman (Passworthy / Raymond Passworthy), Margaretta Scott (Roxana Black / Rowena Cabal), Ralph Richardson (Rudolph, el Jefe), Cedric Hardwicke (Thetocopolous)

Director: William Cameron Menzies, Guión: H.G. Wells, Musica – Arthur Bliss

Trama: La Tierra, en un 1940 alternativo. Los pobladores de la ciudad de Everytown festejan la Navidad, pero los rumores de guerra son inminentes, y esa misma noche estalla el conflicto. El Dr. John Cabal sen enrola en la milicia mientras los bombardeos se desatan sin cesar sobre la ciudad. La guerra dura más de vente años, hasta que las naciones en conflicto quedan arrasadas y la humanidad regresa a la edad feudal. A esto se suma la peste intinerante, que ha evolucionado a partir de los bombardeos biológicos a todo el planeta. En ese contexto surge Rudolph, conocido como el Jefe, que mantiene un fuerte liderazgo militar y dirige a las fuerzas remanentes de Everytown en una banal guerra contra los rezagos de las milicias enemigas. Un día llega un moderno avión a la ciudad, y desciende Cabal, quien trae un mensaje. Los científicos se han reunido en una organización llamada Alas Sobre El Mundo, y le piden la rendición a el Jefe, para que se una a esta revolución pacífica. Sin menguar con sus deseos militaristas, las tropas de el Jefe se preparan para oponerse a una posible invasión, pero son rápidamente derrotados. Con el mundo liberado de caudillos militares, los científicos avanzan a toda marcha para crear una civilización mejor. Pero ahora ha llegado el año 2036, y la población se subleva contra el inminente lanzamiento de una nave a la Luna. Tal parece que, con el paso del tiempo, la humanidad está predeterminada a vivir en guerra.

La Vida Futura (Things to Come) Esta es una colosal super producción que bien puede catalogarse como la respuesta inglesa a Metropolis. Por donde se lo mire es un relato extremadamente ambicioso: analizar el desempeño de la humanidad en un período que abarca 100 años en el futuro. El cerebro detrás de este proyecto es H.G Wells, uno de los padres de la ciencia ficción moderna.

Pero a pesar de su pedigree, Things To Come es una obra fallida. El problema pasa por el mismo Wells, que aquí ha evolucionado hasta convertirse en un creador de utopías extremadamente naif. Como dice Richard Scheib en su website, el mejor período de Wells como escritor de sci-fi comprende el anterior a 1900, donde dió a luz a obras maestras como La Guerra de los Mundos, El Hombre Invisible o La Isla del Dr. Moreau. Pero con el inicio del siglo XX, H.G. Wells se había embarcado en una carrera política que había cambiado notablemente su sensibilidad de artista. Renegando de sus primeros trabajos en la ciencia ficción, Wells se transformó en ensayista primero, y en escritor de utopías después. Wells impulsaba la prevalencia de la razón y de la ciencia como objetivos del Estado, lo que terminaría por sepultar a las guerras. Pero fundamentalmente después de la Primera Guerra Mundial, Wells cayó en una profunda decepción acerca del giro de los acontecimientos de la historia, ya que creía que el conflicto podría haber servido como una nueva oportunidad para que la humanidad se encaminara a un nuevo y racional orden mundial. Tomando ideas del libro homónimo de 1933, y con el productor Alexander Korda dándole un cheque en blanco en cuanto al control creativo del proyecto, Wells se despachó con una enorme historia épica pensada en términos de alegoría antibelicista.

Es un trabajo realmente ambicioso. Wells establece el comienzo de una guerra mundial en 1940 (recordemos que el film data de 1936), el cual devuelve a la humanidad a la edad media. Todo el seteo inicial de la historia es realmente muy bueno, con un lujoso decorado que hace de centro de la ciudad, y que en cinco minutos pasa de la tranquilidad y la alegría al caos y los preparativos de la guerra. Resulta impresionante ver ese mismo escenario reducido a cenizas en cuestión de momentos. Lo que sigue es una larga batalla campal que por veinte años se prolonga hasta dejar al planeta en un mundo post apocaliptico tipo Mad Max, con autos tirados de caballos, viejos rifles y antiguos aviones que son recauchutados para continuar la guerra. A esto llega un ahora anciano John Cabal, a investigar y desmantelar los focos de caudillismo militar remanentes en el país. Wells exclama a gritos el patetismo de la guerra y especialmente de los militares – aquí representado por el Jefe, que mantiene el conflicto aún en condiciones insostenibles -.

Hasta allí la historia es muy entretenida, y realmente la audiencia no sabe qué esperar del relato. Los problemas pasan cuando Wells deja de ser cronista y empieza a hacer publicidad masiva de sus ideales. Los personajes no desarrollan con naturalidad – ni hablemos de tridimensionalidad – sino que son figuras totalmente idealizadas, sentadas en un podio y disparando sendos discursos altisonantes acerca de la paz, la guerra y el progreso del mundo controlado por la ciencia … que por momentos rayan en lo ridículo. El personaje de John Cabal es tan empalagosamente noble que uno termina por odiarlo. El desarrollo de roles parece rayano en las líneas del teatro griego, donde cada caracter en realidad representa una manera de pensar y no una persona real. Si bien es obvio que todo esto es una alegoría y que deben existir una transmisión de mensajes, Wells decide parar todo cada vez que uno de los personajes principales habla. Yo no estoy en contra de los parlamentos pomposos, siempre y cuando el caracter que los pronuncie resulte creíble; pero Wells se olvida por completo de humanizar a los personajes, y los hace despachar con palabras rimbombantes que suenan totalmente antinaturales. Gran parte de culpa le corresponde al libreto, pero los actores también tienen su cuota de responsabilidad: mientras que Raymond Massey eleva su estoicismo a alturas estratosféricas, una performance mucho más natural (y celebrable) es la de Ralph Richardson como el Jefe, que también emite sus propios discursos pero de una manera mucho mejor. Con Richardson no se siente en absoluto el caracter discursivo de la obra de Wells, pero con Massey (y el resto de los actores) se hace notar hasta el límite de lo tolerable.

Lamentablemente el carácter de Richardson desaparece al final del segundo tercio del film, y quedamos sólos con Massey y compañía. Ya sobre esos momentos de la película, Wells comienza a despacharse (mal) con sus fantasías utópicas, que rayan en lo ridículo. Desde el momento en que los insurgentes son aplacados con el “Gas de la Paz” (sic), la credibilidad comienza a hilar muy fino. Y en especial el último tercio de la película, donde la humanidad evoluciona hasta la perfección, intentando alcanzar la Luna con una cápsula disparada con un cañon gigante (!), donde los hijos de los líderes son elegidos a dedo y puestos en cinco minutos en el interior de la nave (!!) y de la nada surge una revolución que está harta del avance de la humanidad, condena el lanzamiento espacial como un pecado, y va a destruir el gigantesco cañon con palos y hachas (!!!). Aquí es donde el film se hunde, ya que es un capítulo innecesario para la historia, pero no para Wells que debe demostrar que la humanidad debe evolucionar guiada por la ciencia.

Los efectos especiales son impecables y asombrosos para la época, desde las flotas de bombarderos futuristas hasta la visión de la Everytown del 2046. Es un film que debió haber salido carísimo. Todas esas imágenes son sorprendentes, y el director William Cameron Menzies añade complejas secuencias en forma de clips, que van detallando la evolución de la historia así como el paso de los años. Es una película que se mantiene muy dignamente en pie, si dejamos de lado la visión utópica de Wells.

Es interesante comparar a Things to Come con Metrópolis. En definitiva el film es la respuesta de Wells a la obra de Lang. Aquí la ciencia es la que debe guiar a la humanidad – un postulado utópico que la inmensa mayoría de la sci fi de los 50 y 60 ha pregonado -, y la tecnología termina por ser un mecanismo liberatorio en vez de ser una herramienta de opresión, como Lang pinta en Metrópolis. Pero si bien Things to Come tiene propósitos más loables que Metropolis, no llega a las alturas del clásico de Lang. El film alemán era mucho más rico en ideas, además de contar con técnicas revolucionarias de filmación, mientras que aquí Cameron Menzies utiliza técnicas preexistentes, y el guión es mucho más lineal. Es cierto que Metropolis sufre sus propios problemas, pero contiene elementos mucho más magnéticos que la historia de Wells, que es excesivamente rimbombante y carece de equilibrio. La imaginería mística de Lang, el descubrimiento gradual del mundo de Metropolis y la interacción de los personajes lo hacen mucho más interesante que Things to Come. Y si Metropolis funciona como una tibia alegoría de la clase obrera, aquí la obra de Wells funciona como una fantasía de gente culta (diríamos de clase media). Things to Come tiene una gran cantidad de mérito por lo visual y por algunas de sus ideas, pero carece del carisma que hace compulsivamente disfrutable a Metrópolis, simplemente porque se sitúa como un panfleto que vocifera con prepotencia su idealismo utópico.