Crítica: Tetsuo, el Hombre de Hierro (1989)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Japon, 1989: Tomoroh Taguchi (protagonista), Kei Fujiwara (novia del protagonista), Shinya Tsukamoto (fetichista), Nobu Karaoka (mujer de lentes)

Director: Shinya Tsukamoto, Guión: Shinya Tsukamoto

Trama: Luego de atropellar accidentalmente con su auto a un desquiciado que corría por la calle, un joven descubre que han comenzado a salirle implantes metálicos a lo largo de todo su cuerpo. Transformado en un ser mitad humano y mitad máquina – y al borde de la locura -, el joven comienza a fusionarse con todo tipo de metales, convirtiéndose en una criatura amorfa e imparable, capaz de arrasar al mundo.

Tetsuo, el Hombre de Hierro En 1989 Shinja Tsukamoto filmó Tetsuo, el Hombre de Hierro y el film rápidamente se convertiría en un hit de culto, lanzando la carrera del director. Sin embargo, ningún título posterior de Tsukamoto lograría generar el mismo ruido que su ópera prima. Filmado con dos pesos y con una parafernalia visual agobiante, Tetsuo es uno de esos títulos polémicos en donde lo único seguro es que no va a pasar inadvertido en ningún lugar en donde lo exhiban. Quien lo vea lo recordará por siempre, ya sea hablando maravillas o destilando pestes sobre el filme.

Si el cyberpunk representa la invasión de la tecnología en la vida del hombre y la deshumanización de éste, Tetsuo, el Hombre de Hierro viene a ser la transcripción literal de dicho postulado. Ya hemos hablado en otras oportunidades de la moda de los monstruos atómicos japoneses, los que representan las pesadillas niponas sobre el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki sobre el final de la Segunda Guerra Mundial. Si el kaiju eiga trata sobre las heridas abiertas en 1945, el cyberpunk japonés representa la etapa siguiente, discutiendo en términos alegóricos sobre el Japón industrial de la posguerra. Los postulados de esta nueva sociedad representan un endurecimiento de los valores tradicionales japoneses, en donde las corporaciones juegan un papel patriarcal y predominante (la gente ingresa a una empresa en su juventud y recién sale de ella cuando se jubila), y se suma como factor de presión social a una cultura ya muy exigente de por sí. En el Japón corporativo de la posguerra, las megaempresas han reemplazado a los ejércitos como medios de materialización del histórico expansionismo japonés – lo que hasta 1945 se conseguía mediante invasiones, hoy se obtiene por la vía del imperialismo económico -. Esa invasión corporativa a la vida social se complementa con la invasión a nivel individual, mediante la intoxicación de tecnología que sufren los japoneses. El japonés promedio vive inundado de alta tecnología que se multiplica día a día, y genera nuevas necesidades y dependencias … pero también le brinda nuevos mecanismos de poder a las corporaciones tecnológicas (que alguien me diga si, a esta altura, puede vivir sin un celular, computadora, etc). No es de extrañar que, en semejante entorno, comenzaran a surgir nuevas generaciones con grados cada vez mayores de rebeldía contra los valores de esta nueva sociedad. Por ello es que, para el cyberpunk japonés, las corporaciones y la tecnología son factores de presión y corrupción del ser humano; pero, aún con todo ello, los autores son incapaces de generar una crítica mucho más profunda que eso. No dejan de ser tipos chapados a la antigua escribiendo tímidas protestas sobre lo cambiante del mundo moderno, pero sin llegar a atacar los valores primordiales de la cultura japonesa – misógina, patriarcal y racista -.

En Tetsuo, el Hombre de Hierro el punto de vista está puesto exclusivamente en la tecnología. Si usted vive en mundo infestado de máquinas, ¿por qué no convertirse en una de ellas?. Aquí hay un fetichista que goza de incrustarse cosas metálicas en el cuerpo – y no hablamos de un piercing sino de un caño de 3 pulgadas en el muslo (!) – y que, en medio de su delirio, sale corriendo por las calles hasta que lo atropella nuestro protagonista. Lo que sigue es un compendio de escenas cada vez más sacadas, fruto de una mente afiebrada. Uno no sabe si el protagonista se ha contagiado algo con el accidente automovilistico, o ha caido en un delirium tremens y se la pasa viendo alucinaciones. De pronto, una mujer con una mano de metal lo empieza a perseguir; después está haciendo el amor con su novia y su cuerpo se empieza a transformar en una masa de cables y varillas de metal; su pene se convierte en un taladro (la que debe ser la escena más famosa del filme) y termina empalando a la chica con él; y por último se enfrenta con el fetichista, en donde comienzan a asimilarse mutuamente. Pero en el medio hay disparates de todo tipo y color que tienen poco o nada que ver con la historia principal y, para colmo, están rodados con planos bizarros en secuencias que se hacen eternas. Difícilmente uno le pueda ver el rostro completo a los protagonistas; aparecen en primerísimos planos, tomando sólo la boca, un ojo, un cuarto de cara, etc. A esto se suma que los diálogos son escasos, los encuadres retorcidos, y los cambios de escena son caóticos.

El tema es que no hay mucho de historia aquí (y la que hay es difícil de seguir), sino un compendio de viñetas ensayadas por el director sobre el tema del hombre convirtiéndose en máquina. La premisa es buena pero la ejecución deja mucho que desear (y no es que Tsukamoto sea el David Lynch japonés; al menos en los filmes de Lynch las ideas abundan, y acá sólo hay reiteraciones de la premisa). Para colmo el director parece enamorado de sus planos y bombardea al espectador con ellos, llegando al punto del aturdimiento visual. A esto se suma que algunas escenas se hacen eternas y a veces hay que adivinar lo que ocurre en pantalla – hay un par de peleas en donde uno asume de que uno de los protagonistas salió volando hasta la otra punta de la ciudad de un solo golpe (!) -. Y así es como uno llega a la conclusión de que Tsukamoto utiliza la excentricidad visual para maquillar lo corto y puntual que son sus ideas. Un esquema narrativo más standard hubiera beneficiado enormemente a la historia sin desmerecer sus valores. Pero, así como está, Tetsuo, el Hombre de Hierro bordea la pedantería intelectualoide – uno imagina a cientos de críticos intentando descifrar lo indescrifrable del filme, cuando Tsukamoto lo puso allí simplemente para agregarle exotismo a la historia -. Hay momentos en que la película parece una versión cyberpunk muy alucinógena de Almuerzo Desnudo de Cronenberg – lo cual es decir demasiado -, mezclada con los tonos apocalipticos de Akira (en donde el protagonista también se llamaba Tetsuo y sufría una suerte similar, convirtiéndose en una especie de ente gigantesco que asimilaba todo). Esto se traduce en planos raros, gente con implantes bizarros, sexo, gente imaginando cosas imposibles, mucha sangre y violencia. El tema es que semejante cóctel, tal como lo presenta Tsukamoto, termina resultando caótico y sólo es interesante de a ratos. No creo que Tetsuo, el Hombre de Hierro sea una obra maestra, pero tampoco es una porquería. Es una idea muy original a la que le falta profundidad y tiene una ejecución mediocre; sino, imaginen lo que David Cronenberg podría haber hecho con el mismo tema.