Crítica: La Substancia / In-Natural (The Stuff) (1985)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1985: Michael Moriarty (David ‘Moe’ Rutherford), Andrea Marcovicci (Nicole Kendall), Paul Sorvino (Coronel Malcolm Spears), Scott Bloom (Jason), Garrett Morris (Chocolate Chip Charlie W. Hobbs), Patrick O’Neal (Fletcher), Danny Aiello (Vickers)

Director: Larry Cohen, Guión: Larry Cohen

Trama: Un gigante corporativo de la industria alimenticia decide contratar al espía industrial Moe Rutherford para que averigüe la fórmula secreta de The Stuff, un producto con apariencia de yogur que causa sensación en el mercado. Pero Rutherford descubre demasiadas irregularidades en todo el proceso que terminó por autorizar la salida a la venta del producto. Utilizando una falsa identidad Rutherford logra infiltrarse en las instalaciones donde procesan el alimento, terminando por descubrir que se trata de una substancia que brota del interior de la tierra. Eso no sería tan extraño sino fuera porque la materia parece tener vida e inteligencia, y termina por poseer a quienes la consumen, creándoles una dependencia enfermiza. Ahora Rutherford deberá destruir el yacimiento, antes de que la substancia infecte a toda la población y termine por apoderarse del planeta.

The Stuff (1985) A mi me gustaba Larry Cohen. Es un tipo de ideas bizarras pero frescas, alguien que siempre rompe el molde. Es cierto que a veces sus películas se terminan por pasar de rosca – como Dios me lo Ordenó -, pero otras veces acierta en grande, tal como su clásico El Monstruo Está Vivo. Lamentablemente Cohen conoció en los 70 a Michael Moriarty, y todo se fue al tacho. El autor quedó tan deslumbrado con las locuras del actor, que terminó por darle vía libre para que se apodere de sus obras y las convierta en monstruosas ridiculeces. Este degeneramiento terminaría por sepultar la carrera de Cohen, quien desaparecería de la dirección y quedaría relegado a la autoría de un magro puñado de guiones en los últimos 20 años.

El problema con los filmes del matrimonio Cohen – Moriarty es que parecen el fruto de una noche de drogas duras. Moriarty sobreactúa a niveles siderales, Cohen escribe delirios y se despreocupa de la credibilidad de todo el asunto, y la mayoría de las cosas parecen el fruto de improvisaciones en el set. Acá Moriarty se despacha con un espía industrial ultra pedante y decide caracterizarlo con un irritante acento texano (para uno que no entienda inglés, el tipo habla todo el tiempo como John Wayne). El personaje habla idioteces todo el tiempo, nadie lo contradice, y anda pavoneándose por ahí como si fuera intocable. Lo peor es que Moriarty no es el único en esa onda; el resto del cast también parece intoxicado, como el general facistoide que compone Paul Sorvino o el ultra afectado empresario moreno que interpreta Garreth Morris. Es como si hubieran dado cuenta que el libreto no es bueno, y decidieron hacer las morisquetas más salvajes que tuvieran en su repertorio.

Acá la premisa tenía su potencial. Imaginen que ustedes se toparan con la gelatina viviente de La Mancha Voraz, descubrieran que tiene un agradable gusto a frutilla, y decidieran comercializarla como si fuera un yogurt. Oh si, el ataque del Serenito mutante del espacio (!). El que consume el producto se vuelve adicto a él, y pronto tenemos miles de personas infectadas, poseídas o como quiera llamarle, en otra conspiración similar a Los Usurpadores de Cuerpos y tantos otros clásicos. Toda esta cantinela sirve de excusa para despacharse con una sátira sobre la sociedad de consumo: cómo la gente es valorada por las marcas y productos que consume, y como las campañas publicitarias de turno te terminan por convertir adicto a los productos de moda.

El tema es que todo esto queda diluído en el medio de una tonelada de escenas a medio cocinar, fruto de un libretista perezoso. Cohen se despacha con montañas de coincidencias y Deus Ex Machina, como para mantener la historia andando. Cómo Moriarty da con el chico que escapa de su familia poseída por el yogurt mutante, o cómo lo rescata justo a tiempo luego de haberle perdido el rastro durante media hora de película. O la aparición del mesiánico general de Paul Sorvino, que acepta el relato de Moriarty sin chistar. En el último acto pareciera que todo el mundo se hubiera dado cuenta que el libreto apestaba y decidieron mandarse por la vena de lo absurdo. Todo esto culmina en un show que me hace sentir vergüenza ajena por todos los involucrados.

The Stuff es un engendro que queda a mitad de camino de todo lo que se propone. Como sátira al consumismo, es mala; como filme de terror, no existe; y como comedia, apesta. Uno detecta un puñado de ideas interesantes en todo el asunto; pero la ejecución es tan terrible que termina por arruinar todos los méritos posibles.