Crítica: Spaceways (1953)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1953: Howard Duff (Dr. Stephen Mitchell), Eva Bartok (Dra. Lisa Frank), Alan Wheatley (Dr. Smith), Philip Leaver (Profesor Koepler), Michael Medwin (Dr. Toby Andrews)

Director: Terence Fisher, Guión: Richard H. Landau & Paul Tabori

Trama: Stephen Mitchell es un científico americano que experimenta con cohetes en la base inglesa de Deanfield, en donde reside con su esposa Vanessa. Pero su matrimonio se está cayendo a pedazos, y hace tiempo que Vanessa vive un apasionado romance clandestino con uno de los compañeros de Mitchell. Ahora la mujer ha llegado al límite y decide fugarse con su amante… pero ya han pasado varios días, y nadie los ha visto por ningún lado. La inteligencia británica cree que Mitchell los ha asesinado, escondiendo sus cuerpos en uno de los cohetes que lanzó al espacio y se encuentran orbitando a la Tierra. Ahora Mitchell está decidido a probar su inocencia, desarrollando el primer vuelo tripulado de la historia, y acoplándose en el espacio a la cápsula en donde yacerían los cadáveres. Pero el plan de Mitchell es demasiado ambicioso y el estado de la tecnología no lo acompaña, razón por la cual todo puede salir mal en ese intrépido viaje.

Spaceways Cornudos en el espacio. Así se podría resumir este bodoque, uno de las primeras incursiones de la Hammer en la ciencia ficción, y que data de 1953. Ese mismo año también habían probado suerte con otro drama de amantes en donde la ciencia había metido la cola – El Triangulo de Cuatro Caras -; pero como la Hammer no tenía experiencia en el terreno, aún se encontraba tanteando fórmulas que pudieran darle rédito en la taquilla. Los exitos del estudio inglés recién llegarían con The Quatermass Xperiment en 1955, y más tarde con El Horror de Dracula y La Maldición de Frankenstein al final de la década. Precisamente estos dos últimos títulos probarían que a la Hammer le iba mejor en materia del cine terror y sellarían la suerte del estudio inglés hasta su cierre a mediados de la decada del 70.

Pero acá resulta evidente que no tenían ni idea de cómo hacer algo medianamente interesante. Tomaron un drama pasional y le metieron algo de ciencia ficción, lo que les sirvió de excusa para diseñar un poster que sugiere algo muchísimo más excitante de lo que realmente es. Para colmo el triángulo amoroso – que era una rutina más que trillada por los thrillers de la época – está escrito de manera incompetente. Está el insulso protagonista, quien se la pasa trabajando; está su insufrible mujer, a la cual no le cuesta nada revolcarse con uno de los compañeros de trabajo de su marido en la primera ocasión que se le presenta; y está la ingenua científica (con pinta de conejito Playboy) que desde hace rato le tiene hambre a nuestro cornudo héroe. Todo esto, matizado con demasiadas poses de teleteatro, esas en donde el protagonista le habla directo a la cámara y dispara toneladas de parlamentos cursi mientras le da la espalda a su compañero de escena (¿alguna vez ustedes han hablado con alguien de esa manera?). Para disfrazar este adoquín dramático (y ponerle un poco de sal), los libretistas decidieron que el protagonista laburara para el programa espacial británico, aunque para los efectos del caso bien podría haber trabajado en una fábrica de chorizos y el resultado hubiera sido el mismo. Al menos en el apartado ciencia el libreto es más inteligente de lo que uno podría anticipar – hay teorías bastante coherentes sobre cómo poner una base en orbita, cómo usarla como escala para un futuro viaje a otros planetas, o cómo reciclarla como plataforma misilística espacial (dependiendo del humor del gobierno según el momento) -. Lástima que una toma muestra a un cohete gris y con alitas, y en la otra toma vemos el lanzamiento de una bomba voladora V2, blanca con cuadritos negros. Y se supone que es la misma nave (porque el director está convencido que, como nunca vimos una nave espacial, no vamos a notar la diferencia).

Pero a mitad del filme la credibilidad del libreto se va al tacho y toda esta gente empieza a actuar como si viviera en una pecera. Al policía de turno no se le ocurre mejor teoría que decir que nuestro protagonista escondió los cadáveres de su mujer y su amante en una sonda orbital que mandó al espacio y que no regresará nunca más a Tierra. A Howard Duff no se le ocurre mejor idea que inventar de apuro el primer vuelo espacial tripulado – lo que ya era una proeza para aquella época -, a lo que se suma que debe acoplarse en órbita y recuperar la mencionada sonda (lo cual es un disparate total en vista de la escasa tecnología de aquellos años). Como ir al espacio es lo mismo que montarse en una camioneta Rastrojero e ir a la estación de servicio de la otra cuadra a cargar nafta, a nadie le importa el hecho de que la chica enamorada de Duff se cuela en la misión, algo que hoy en día suena a disparate considerando que deben calcular el peso transportado por el cohete, considerar el consumo de combustible, diseñar otro traje espacial a medida, entrenar de apuro a un nuevo astronauta, etc, etc. (ya empiezo a hablar como el protagonista de The Big Bang Theory). Los tipos se suben a su cápsula hecha con chapas, se sientan en sus sillas de camping (que se suponen, son asientos ergonómicos para el despegue), y prenden y apagan osciloscopios como si supieran que eso sirve para algo. Patético.

Spaceways es un bodrio interminable. Ver dos veces seguidas Titanic resulta más corto y liviano que soportar los abominables 76 minutos de esta película. No hay nada interesante en el filme, ni una actuación potable que lo redima. Es curioso que la gente de la Hammer le haya ofrecido trabajo permanente a Terence Fisher después de este engendro.