Crítica: El Sonido del Trueno (A Sound of Thunder) (2005)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA / Alemania, 2005: Edward Burns (Dr Travis Ryer), Catherine McCormack (Sonia Rand), Sir Ben Kingsley (Charles Hatton), Jemima Rooper (Jenny Krase), David Oyelowo (Marcus Payne)

Director: Peter Hyams, Guión: Thomas Dean Donnelly, Joshua Oppenheimer & Gregory Poirier, basados en el cuento de Ray Bradbury

Trama: La Tierra, año 2055. Los viajes en el tiempo son una realidad, y es un monopolio dominado por el magnate Charles Hatton, quien organiza safaris a la era jurásica en donde los turistas pueden cazar dinosaurios. Se toman todos los recaudos – los visitantes del tiempo solo pueden matar a animales que están a punto de morir, no pueden dejar ni llevarse nada de la época en que visitan -; pero a pesar de los cuidados algo sale mal y, cuando la misión regresa, se encuentran con que la ciudad de Chicago está cubierta de vegetación y especies animales desconocidas. El Dr. Travis Ryer – a cargo de los viajes – va a consultar a la Dra. Sonia Rand, quien diseñara el aparato. Y Rand llega a la conclusión de que han debido provocar algún tipo de alteración en el pasado, lo cual está afectando al presente a través de oleadas temporales que provocan gigantescos cambios evolutivos en todas las especies conocidas.

El Sonido del Trueno Este es un proyecto que vino mal barajado desde el vamos. Inicialmente el director Renny Harlin y Pierce Brosnan estuvieron atachados al mismo en el 2001, pero las demoras en concretarlo forzaron su partida. Después la posta pasó al prolífico y confiable Peter Hyams (el mismo de Capricornio Uno y 2010), y todo parecía estar listo para seguir, pero a mitad de la filmación uno de los productores alemanes entraría en bancarrota. Reorganizando de apuro las finanzas, se optó por pasar el rodaje de Canadá a Checoslovaquia como manera de recortar costos… hasta que las inundaciones del 2002 arrasaron los sets y generaron una nueva disparada del presupuesto. Y cuando en el 2003 la película estuvo lista, los productores quedaron tan desconformes con el resultado que la archivaron por dos años. En el 2005 tuvo un anónimo estreno, recaudando algo más de un millón de dolares en comparación con los 52 millones que terminó costando. Lo que se dice, una película maldita.

El Sonido del Trueno está basado en un cuento de Ray Bradbury, que ya tuviera una adaptación previa en la serie The Ray Bradbury Theater (1986 – 1992). Tal como en el filme, un grupo de viajeros en el tiempo llegaba a la era jurásica para cazar dinosaurios y uno de ellos terminaba por capturar una mariposa… para encontrar al regreso que ello había provocado enormes cambios en la sociedad – un dictador en el gobierno, el inglés se hablaba diferente -. Hasta allí llegaba el cuento de Bradbury. De hecho el relato llegó a ser tan influencial que creó la denominación “efecto mariposa” para ilustrar la teoría del caos – lo que Jeff Goldblum explica con detalle en Jurassic Park -, sobre la ocurrencia de un hecho fuera de los programado que lleva a consecuencias impensadas.

Pero aquí la expansión al formato de largometraje termina por transformarse en otro ejemplo de mediocridad sobreproducida, en donde el estiramiento de la idea inicial bordea el límite de lo creíble. El problema del filme no son los efectos especiales – terminados con las monedas que le quedaban – que, dentro de todo, están bastante bien – hay unos paneos de la Chicago futurista saturada de autos modernos; criaturas delirantes que son mezcla entre simio y reptil; murciélagos enormes y plantas carnívoras -; a veces resulta obvio que los actores están sobre una proyección trasera o bien insertados digitalmente en una animación de computadora. Quizás el tema con los FX pase porque es un filme muy ambicioso en los requerimientos de escenarios y criaturas, algo que el presupuesto apenas logra solventarlo, pero a lo sumo termina con una calidad propia de una película para cable. No, señores; el punto en contra más poderoso que tiene El Sonido del Trueno es el argumento, que no es claro con las reglas y termina creando una serie de recursos narrativos que bordean lo ridículo. La primera media hora está bastante bien, aunque uno se pregunta cómo es que la tecnología de los viajes en el tiempo no queda en manos del gobierno – en el cuento de Bradbury funcionaba como los argumentos de una tesis intelectual, para jugar con las posibilidades de lo que ocurriría si se realizaba un cambio en el pasado; por ello, no necesariamente debía ser realista -. La empresa de viajes se toma una gran cantidad de recaudos para evitar ese tipo de alteraciones, lo cual suena lógico. Pero a partir del cambio accidental producido durante un safari, el libreto empieza a desarrollar algunos mecanismos incoherentes para ejemplificar los trastornos provocados por la alteración del pasado. El caso más obvio es el de las oleadas temporales – tsunamis de energía que barren al mundo y provocan que, de un instante a otro, Chicago quede sepultada bajo enredaderas gigantes -. Uno piensa que si matar una mariposa conlleva a que haya una criatura que se haya muerto por no devorarla, con lo cual otros animales no podrían haber cazado a éste última y por lo tanto se extinguirían una o varias especies, a lo sumo habrían animales que hubieran desaparecido, otros que seguirían vivos, e incluso personajes y hechos históricos de la humanidad hubieran sido diferentes – partiendo desde la base de humanos que se alimentaron (o dejaron de alimentarse) en algún momento con animales que dejaron de existir -. Pero de ningún modo podría ello haber generado que especies disímiles e incompatibles entre sí hubieran desarrollado híbridos que subsistirían hasta hoy en día – como los simios reptiles -; además el cambio no debería llegar en oleadas sino que hubiera provocado una evolución completamente diferente de la historia. Por ejemplo, que los viajeros nunca hayan nacido, o que su memoria fuera completamente diferente. El filme no tiene muy en claro sus propias reglas y menos aún a la hora de explicarlas al público; y aún así, lo que se ve resulta ilógico incluso para un espectador promedio que no tiene tiempo para devanarse los sesos sobre cómo deben funcionar cambios teóricos en la línea del tiempo.

Y si el aspecto intelectual es insatisfactorio, las teorías para resolverlo son aún peores. Los científicos asumen de que los cambios vienen sucediendo en línea directa desde su origen – el incidente de la época jurásica -, por lo cual no pueden viajar en el tiempo en esa misma dirección… y terminan por inventar que tienen que saltearse todas las épocas intermedias como si fuera un salto de garrocha (?) para llegar al momento justo de la anomalía en el safari que inició todo. No, no, el filme se mete solito en cada berenjenal que no resuelve en ningún momento de manera coherente. Incluso el final es totalmente anticlimático, dejando más preguntas que respuestas.

Pero aún con todo – y si uno desenchufa el cerebro un rato -, El Sonido del Trueno se deja ver. Es bastante entretenida hasta los momentos de exposición del argumento, en los cuales si se le presta demasiado atención se da cuenta de los enormes absurdos que pretende vender. Los FX son medianamente pasables, y el personaje de Ben Kingsley tiene algunos parlamentos interesantes. Pero en sí, es un producto que calza mejor para ver en cable un sábado a la tarde y con muchas cervezas encima.