Crítica: Snuff (1976)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA / Argentina, 1971 – 1976: Margarita Amuchástegui, Ana Carro, Liliana Fernández Blanco, Roberta Findlay, Alfredo Iglesias, Enrique Larratelli, Mirtha Massa, Aldo Mayo, Clao Villanueva

Directores – Michael y Roberta Findlay, con secuencias adicionales de Alan Shackleton, Guión: A. Bochin y Michael Findlay

Trama: El filme original trata sobre los crímenes de un culto liderado por un sicópata similar a Charles Manson, seguido por un grupo de chicas motociclistas. Pero súbitamente la proyección del filme se interrumpe, y vemos al director del film gritándole a la actriz principal para que exprese dolor en una escena de tortura. Como la actriz no reacciona, tanto el director como el equipo de filmación comienzan a mutilarla frente a cámaras.

Snuff Blood Feast de 1963 es considerado el primer film gore. Gore se refiere al cine sangriento, al que muestra gráficamente una muerte o mutilación, que no escatima detalles al filmar sangre o tripas. Si bien en los 60 y los 70 el cine gore se mantuvo en la marginalidad de la clase Z, muchos filmes clase B e incluso clase A fueron incorporando detalles cada vez más sangrientos, y aumentado el grado explícito de la violencia que mostraban. Sin ir mas lejos, La Pandilla Salvaje así como la mayoría de la filmografía de Sam Peckimpah no ahorra en hemoglobina para ilustrar sus escenas de acción. Pero el gore se incorporaría definitivamente al cine mainstream a partir de títulos como Martes 13, Pesadilla en los Profundo de la Noche y La Masacre de Texas hasta llegar a nuestros días, con el revival del cine de terror motivado por los estrenos y remakes del cine japonés, que desató una corriente aún más extrema que el horror nipon, comenzando por Saw, y títulos como Hannibal u Hostel.

En lo profundo de su ser, el cine gore no se encuentra muy lejos del cine pornográfico. No es ni más ni menos que pornografía de la violencia. Uno no tiene prejuicios en contra de la pornografía – es una actividad que existe desde los inicios de la humanidad, y cuyo destino es provocar fantasías y estimular el placer sexual adulto – pero, como todo género, existen variantes, y algunas de ellas muy perversas (el cine gore sería la perversión del cine de terror; al carecer de recursos artísticos y de estilo para impresionar a la audiencia, el director opta por la violencia gráfica hasta el más mínimo detalle). El cine gore toma el formato y elementos de la pornografía: escasa historia, malas actuaciones, los actores reducidos a objetos, y situaciones bizarras que den pie – no muy justificado – para que haya una escena gratuita cada cinco minutos. En la pornografía lo gratuito es el sexo; en el cine gore, es un asesinato mostrado en forma explícita. Pero mientras que la pornografía tiende – en su mayoría – a ilustrar algo placentero, el gore tiende a demostrar con lujo de detalles algo horrible. Uno podría comenzar un largo debate de por qué la gente gusta de ver un cuerpo destrozado en la pantalla. No unos pocos espectadores, sino mucha gente. Puede haber espectadores que gocen semejante perversión, o puede ser una forma de escapismo extremo, donde uno desea ver algo tan horrible que nuble la mente y lo aleje de los dramas cotidianos. Es algo que escapa al análisis de esta web, y que daría pie a un largo debate en un foro, posiblemente de modo interminable.

El gore, bien manejado, sirve para matizar una buena historia. Hannibal o los filmes sobre el Dr. Lecter podrán no ser obras maestras, pero tampoco son bizarras muestras de cine clase Z. En el cine gore hay clásicos, como La Noche de los Muertos Vivientes, que se sirve de lo explícito para dar forma al horror innato del relato. Pero en general, el cine gore es más propio del llamado cine exploitation: el cine que explota un elemento de la historia hasta el hartazgo (chicas desnudas, sexo, artes marciales, los hombres de color, etc.). Sin ir más lejos, el cine gore exploitation provenía de Italia, con filmes tan chocantes como los de Lucio Fulci, o Holocausto Canibal, o algunos títulos de Mario Bava y Dario Argento. No había demasiada trama, pero sí mucha sangre y violencia. Y muchísimos de estos títulos terminaron siendo censurados o perseguidos en gran cantidad de países, algunas restricciones de las cuales continúan hasta estos días.

Un derivado del cine gore es el llamado cine snuff (donde supuestamente se filma un asesinato real), cuyo nombre proviene de un termino en inglés conocido previamente al film que nos ocupa (en La Naranja Mecánica, Malcom Mc Dowell suele decir “snuff it” como sinónimo de “mátalo”). Snuff deriva de sniff, y bien podría significar quitar la respiración. Pero el llamado cine snuff no se conoce como tal sino hasta 1976, a partir del film maldito que comentamos en este artículo, y que potenciará el surgimiento de una leyenda urbana que seguirá hasta nuestros días.

Esta historia tiene dos partes: la primera comienza en 1971, cuando el matrimonio Findlay decide filmar en Argentina una película sobre un supuesto clan satánico. Recordemos que en esa época era reciente la noticia de la caída del Clan Manson, que cometía rituales satánicos con la sangre de sus víctimas, y que se había cobrado la vida de – entre otros – la actriz Sharon Tate. Como todo cine exploitation intentando recaudar sobre temas que hacen al morbo del público, los Findlay filmaron en Tigre, Provincia de Buenos Aires, un film más que modesto, con mínimo argumento, actores locales desconocidos para el público internacional, y algunas secuencias violentas. El matrimonio Findlay siempre se mantuvo en los géneros exploitation – filmando cine de terror o directamente pornografía -, pero nada que resultara destacable o que fuera noticia. El film se estrenó como Slaughter, recaudó muy poco y pasó al olvido. De más está decir que el film era aburrido, malo e incluso las escenas violentas era tremendamente amateur.

1972: el matrimonio Findlay realiza un acuerdo de distribución con Alan Shackleton. Shackleton deja a Slaughter durmiendo en el depósito cuatro años. Los Findlay le dijeron que el film – rodado con sólo 30.000 dólares – podría mejorar sus perspectivas comerciales si se agregaran algunas escenas de sexo y violencia , y si tuviera un mejor final – que el escaso presupuesto había impedido filmar -. Pero Shackleton tenía una mejor idea. Decide filmar un final apócrifo, en donde, en los ultimos cinco minutos de largometraje, la actriz principal de la película – en realidad otra actriz que no posee ningún parecido con la del film original – comienza a discutir con el director – como si alguien hubiera dejado por error encendida la cámara – , y éste procede a someterla, atándola a una camilla, mutilándole los dedos, y abriéndole el abdomen, eviscerándola ante los gritos de dolor de la chica. Y, en un momento determinado, el director se da cuenta que la cámara ha continuado filmando, y la apaga, pero la banda de sonido continúa unos segundos más, mientras seguimos escuchando los alaridos de la actriz.

Shackleton distribuiría el film sin creditos ni advertencias, como si se tratara de un asesinato real. Contrataría a gente para hacer protestas por la película. Y generaría una oleada enorme de publicidad gratuita cuando ligas de la decencia reales, periodistas e incluso políticos salieran a debatir y repudiar al film, solicitando una investigación sobre el mismo. De más está decir que la película recaudaría a raudales (en Nueva York superó en recaudación a Atrapado Sin Salida durante tres semanas), y obtendría el status de prohibido, lo cual aumentaría el deseo morboso de la gente por acceder a ver el film. Los Findlay demandarían a Shackleton pero terminarían arreglando extrajudicialmente. El film sería prohibido en infinidad de países, pero sería contínuamente reeditado en un circuito under, al igual que muchos títulos italianos ante mencionados. Y daría origen al término cine snuff, como el cine que filma un asesinato real: una leyenda urbana que aparecería explotada en otros filmes como Hardcore (¿Donde está mi hija?), Testigo Mudo o la reciente 8 mm.

Como película, Snuff es terriblemente mala. En el fondo, es un pésimo film que uno debe tragarse hasta llegar a los famosos cinco minutos finales, en donde uno – después de ver un montón de cine de terror – se da cuenta que todo es falso. Que la supuesta escena maldita de la mutilación es una mujer acomodada en una camilla con doble fondo, se cortan los dedos de plástico de un maniquí, o se le quitan unas visceras de cordero a un falso abdomen. Ni siquiera las actuaciones de la escena terrible son buenas – ni la de la actriz mutilada, ni la del director regodeado con la masacre – como para resultar creíbles. Uno piensa que es un producto propio de su generación, de la ingenuidad de una época, que visto con los ojos cínicos de hoy, se atreve a pensar en quiénes fueron los idiotas que no se dieron cuenta de que se trataba de un engaño (cuando todo resulta tan evidente). Es cierto que al día de hoy se sigue produciendo falso cine snuff – los documentales Salvaje Mondo Cane y Los Rostros de La Muerte, por ejemplo, que alternan algunas filmaciones reales con muchas escenas falsas de ejecuciones y mutilaciones; los famosos Guinea Pig japoneses, que circulan de mano en mano y que llegaron al poder de Charlie Sheen, denunciándolos ante el FBI para descubrir que eran filmaciones apócrifas; e incluso la supuesta autopsia a un extraterrestre que se difundió mundialmente y que resulta ser una cuidada puesta en escena -, y sigue generando ruido, debates, controversia, amén de que crece el público que acude a ver semejantes atrocidades. Aunque sean falsas, aunque se regodeen en efectos especiales excesivamente gráficos, siempre hay espectadores para esta clase de productos. Quizás el morbo de la gente no tenga límites, o sea una curiosidad insana por lo prohibido que fluye por nuestras venas, lo cierto es que esta clase de cine tiene sus seguidores. Por supuesto, hay muchas variantes del tema – sin ir mas lejos, la bizarra saga de Nekromantik de Jorg Buttgereit, con la necrofilia expuesta en primerísimo plano y de modo totalmente explícito -, todas shockeantes y bizarras. Quizás, en el fondo, todo tenga que ver con un deseo de la gente de ver a La Muerte a los ojos, de experimentarla en directo, de verla con lujo de detalles. Pero en ninguno de los casos se trata ni de cine ni de espectadores normales.

CINE FANTASTICO ARGENTINO

Otros títulos del cine fantástico argentino: El Hombre Bestia (o las Aventuras del Capitán Richard) (1934); Obras Maestras del Terror (1960), Extraña Invasión (1965), Sangre de Virgenes (1967), Invasión (1969), Snuff (1976), Moebius (1996), La Sonámbula (1998), Déjala Correr (2001), Plaga Zombie: Zona Mutante (2001), Adios Querida Luna (2004), Tiempo de Valientes (2005), Zenitram (2010), Fase 7 (2011), Mamá (2013), Kryptonita (2015)