Crítica: La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (1956) (Invasion of the Body Snatchers)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1956: Kevin McCarthy (Dr Miles Bennell), Dana Wynter (Becky Driscoll), King Donovan (Jack Belicec), Carolyn Jones (Theodora Belicec), Larry Gates (Dr Daniel Kaufman)

Director: Don Siegel, Guión: Daniel Mainwaring, basado en la novela La Invasion de los Ladrones de Cuerpos de Jack Finney, Musica – Carmen Dragon

Recomendación del Editor

Trama: El doctor Miles Bennell regresa después de un seminario de medicina que durara varias semanas, a su pueblo natal de Santa Mira. Su enfermera le dice que le esperan numerosos pacientes tras su ausencia, pero unos pocos casos se presentan en su consultorio y hay numerosas cancelaciones. De todos modos los casos que recibe Bennell son inusuales: adultos y niños que dicen desconocer a sus parientes cercanos. Bennell y su novia Becky Driscoll deciden visitar a algunos de ellos, y aparentemente no ocurre nada anormal – aunque los afectados dicen que sus familiares parecen diferentes, prácticamente sin alma -. Según el siquiatra del pueblo todo parece ser una epidemia de histeria masiva hasta que un matrimonio amigo llama a Bennell a medianoche y le muestra un cuerpo que encontraron en su casa, una réplica a medio formar del dueño de la misma. En un clima de creciente paranoia Bennell y sus amigos descubrirán unas extrañas plantas que proceden del espacio exterior, las que poseen unas vainas que permiten formar copias idénticas de los habitantes del pueblo. Y los humanoides están reemplazando a las personas durante la noche, en el período de sueño, cuando absorben todos los recuerdos de su mente. Con todo el pueblo de Santa Mira tomado, Bennell parece encontrarse en un callejón sin salida para evitar que los alienígenas terminen por sustituir lenta pero inexorablemente a todos los seres humanos.

Arlequin: Critica: La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos (1956) (Invasion of the Body Snatchers)

Con tanta mediocridad que uno ve, especialmente en los últimos tiempos, era hora de sacarse el mal gusto de la boca y regresar a ver a uno de los clásicos.

Los Invasores de Cuerpos (también llamada La Invasión de los Ultracuerpos) es un relato de Jack Finney de 1954, que fuera publicado por entregas en la revista Colliers. El suceso del mismo llevó a Hollywood a producir una versión para la pantalla grande en 1956, la que es considerada una gema de la sci fi de los años 50, y que produjera tres secuelas hasta el día de hoy: una remake también brillante de Philip Kaufman en 1978, una excelente nueva versión (aunque poco conocida) de Abel Ferrara en 1993, y una reciente entrega en el 2007 (Invasión)… que fué la única que recibió críticas desfavorables.

La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos es el epitome de la sci fi paranoica. En los 50 los miedos del pueblo americano podrían catalogarse en dos grandes temas: el terror atómico y el temor al comunismo. Mientras que el terror atómico se tradujo en la pantalla grande en diversos subgéneros (desde invasiones alienígenas con destrucciones masivas como War of the Worlds hasta la mutación atómica en animales y seres humanos como Godzilla), el temor al comunismo tuvo un giro mucho más minimalista, centrándose en la invasión silenciosa. Invasion of the Body Snatchers es el paradigma del género; no hay explosiones ni movilizaciones masivas o militares en acción. Es algo subterráneo que está ocurriendo en el patio de su propia casa.

Y en este caso la lectura es obvia. El Dr. Bennell comienza a notar que sus amigos y conocidos están extraños. Son iguales pero diferentes (se han vuelto comunist… perdón, alienígenas). Hay algo distinto en ellos, comportamientos raros que, lo que es peor, se vuelven cada vez más frecuentes. A medida que avanza el film hay cada vez más afectados hasta llegar a apoderarse de todo el pueblo. Si se quiere es una pro oda al Macartismo de los años 50 – la escena final, con Kevin McCarthy gritando en la autopista que están sustituyendo a los humanos… “y que el próximo puede ser … usted!” es un gran cartel de advertencia -.

Pero a pesar de ser una obra maestra, no está exenta de fallas. Muchos mecanismos funcionan, pero hay dos o tres secuencias que carecen de lógica dentro de la continuidad del relato. En esas escenas parece en realidad subsistir el carácter alegórico de la trama – es algo parecido a lo que pasa con El Planeta de los Simios -, en donde el deseo del autor de exponer hasta el final sus ideas se lleva a saltear algunos pasos de coherencia narrativa. En primer lugar no queda claro como el matrimonio amigo de Bennell encuentra el cuerpo a medio formar en su casa. En segundo lugar, la búsqueda fallida en el sótano de la casa de Becky – donde había un clon de ella casi formado – se soluciona simplemente diciendo que era imaginación de la mente, y que el cuerpo que encontrara el matrimonio (y que había desaparecido de la casa) sencillamente apareció quemado en el granero de otra persona en el pueblo. La policía deja de preguntar, los protagonistas aceptan el hecho como si nada. Y del mismo modo, lo inexplicable sucede sobre el final, cuando Bennell y Becky están en la mina, y la chica se duerme por unos momentos para despertar sustituída por un alienígena sin emociones (¿cómo? ¿acaso durante el sueño no le roban la mente, y después deben sustituir el cuerpo?. Esta secuencia pareciera más que los aliens directamente toman el control de la persona durante el sueño antes que reemplazarla con un clon).

Precisamente sobre el punto de la carencia de emociones algunos han debatido sobre si se trata de una alegoría anti conformista. La clase media americana de la post guerra, que ha olvidado el sufrimiento, que se rodeara de los lujos del renacer económico de la nación y que, por ende, terminaran inertes en su conformismo. Si ese es el punto (como indica Richard Scheib) me parece algo flojo. Es más obvio el tinte anti comunista, ya que Kevin McCarthy dice en un momento que él odiaría vivir en una sociedad donde todos fueran iguales. Las emociones también atentan contra el pensamiento comunista – el deseo de destacar y ser diferente no se conlleva en una sociedad sin clases -.

Pero más allá de eso, es un filme brillantemente construido, si bien no es tan amenazador como lo fuera en su momento. El protagonista es suficientemente sagaz como para anticipar lo que puede suceder – aunque en varios casos, como la salida nocturna intempestiva hacia la casa de Becky, tiene algo de Deus Ex Machina, lo mismo que la aceptación relativamente tranquila de los extraños sucesos al ver el cuerpo en la mesa de billar en la casa de sus amigos -. Esa cierta lógica salteada es evidente en la barbacoa que arma Bennell, donde de improviso va a buscar cosas a su invernadero y descubre las vainas en pleno proceso evolutivo.

Lo que es importante notar es, como dice Scheib en su website, los paralelismos que va desarrollando el relato. De día todo se ve racional y lógico, mientras que los peores sucesos – descubrir los clones, las vainas, etc – se dan de noche, en un ambiente de pesadilla. Es cierto que los cambios que nota la gente no son demasiado notables para el espectador; sería preferible que hubieran sido explicitados con algunos ejemplos, especialmente para detallar que los seres de reemplazo son clones sin alma (es interesante notar que el film está hablando 50 años antes de todo el tema de la clonación en otros términos más primitivos y fantásticos). Porque la ausencia de espíritu significa el fin de la esencia humana, lo que transforma a ese ser en una criatura viviente pero no en un hombre. La explicación del film es algo más o menos digerible, por suerte detallado de modo expeditivo, que podría interpretarse como una elección o una cualidad de la raza alienígena (lo de no tener sentimientos).

A pesar de cierto avance a los saltos, la película va consiguiendo su objetivo e incluso logra despacharse con algunas escenas asombrosas. Escondido en su consultorio, Bennell ve al pueblo desenvolverse de modo normal… hasta que las calles se vacían y la muchedumbre se reúne ordenadamente en la plaza, en una formación prolija para conseguir las vainas que tres camiones comienzan a distribuirles. Es una excelente escena. Del mismo modo, la persecución final en la autopista, donde Bennell descubre un camión cargado a pleno de vainas – y la falta de atención de los automovilistas sobre sus advertencias – es particularmente estremecedora.

Lo que a uno le da la impresión es que el estudio no le tuvo confianza al film y mandó incluir escenas que aliviaran el peso paranoico del relato. Tanto el inicio como el cierre – donde Bennell fue dado por loco hasta que descubren pruebas de las vainas y comienzan una súbita e ilógica carrera de llamados a organismos del gobierno – posiblemente tienen que ver con el hecho de demostrar que el gobierno puede detener una amenaza comunist… ejem, alienígena de estas características. Pero no eran escenas necesarias. Como siempre digo, los mejores filmes son los que terminan mal – simplemente porque el peso de las conspiraciones es imparable -. En todo caso el final del film es levemente mejor al del relato original, donde los clones sólo podían vivir cinco años, y Bennell conseguía destruir todas las vainas y aislar a los reemplazos hasta que se les terminara el tiempo de vida.

Sin duda es una película bien construida, con algunos mecanismos algo acelerados o pasos intermedios omitidos. El director es Don Siegel, el mismo que Dirty Harry, en una de los pocas ocasiones que se acercara al cine fantástico. Siegel desarrolla un clima paranoide in crescendo con protagonistas inteligentes. Quizás no sean completamente tridimensionales, pero son funcionales para el relato. Pero sin duda la idea de fondo está demostrada de modo brillante en un clásico que permanece inalterable con el paso del tiempo.

LOS USURPADORES DE CUERPOS

La novela The Body Snatchers de Jack Finney ha sido llevada al cine en cuatro ocasiones: Invasion of the Body Snatchers (1956) de Don Siegel, Invasion of the Body Snatchers (1978) de Phillip Kaufman, Body Snatchers (1993) de Abel Ferrara, e Invasion (2007) de Oliver Hirschbiegel