Crítica: Sharknado (2013)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2013: Ian Ziering (Finlay ‘Fin’ Shepard), Tara Reid (April Wexler), Cassie Scerbo (Nova Clarke), Jason Simmons (Baz Hogan), John Heard (George), Aubrey Peeples (Candice Shepard)

Director: Anthony C. Ferrante, Guión: Thunder Levin

Trama: En la costa de Santa Mónica vive Fin Shepard, un veterano surfista que se gana la vida regenteando un bar. Pero su vida pega un giro de 180 grados cuando los noticieros alertan a la población sobre la inminente llegada de uno de los huracanes más fuertes de los últimos años. Alarmado por la seguridad de sus hijos – a cargo de su ex mujer April – decide emprender una travesía desesperada en medio de la tormenta, a fin de movilizarlos tierra adentro hacia un refugio seguro. Lo que Shepard – y la mayoría de pobladores de Santa Mónica – jamás podría imaginar es que el huracán ha succionado literalmente del mar a una enorme correntada compuesta por cerca de 20.000 tiburones, un incidente migratorio sin precedentes en la historia de la biología marina. Y ahora el huracán se encuentra anegando las ciudades y lanzando a los tiburones a dichas aguas, con lo cual los depredadores marinos se encuentran al acecho en las calles inundadas, convirtiendo a las mismas en auténticas trampas mortales.

Sharknado Hay dos categorías de películas malas: la primera se compone de bodrios insalvables – filmes tan aburridos que lo dejan al espectador en estado de coma o, bien, le inyectan unas furiosas ganas de prenderle fuego a la video -, y la otra está formada por un grupo selecto de ridiculeces cinematográficas, esperpentos que se transforman en deliciosas comedias involuntarias. No necesariamente participan de la selección aquellos filmes hechos con dos mangos, pésimos decorados y paupérrimos efectos especiales, ya que a veces uno se topa con peliculas inteligentes carentes de presupuesto. Por el contrario, yo he visto cómo producciones ultra solventes han cometido suicidio artístico, desbarrancándose entre el escarnio y el rechazo popular.

En general el 99% de los filmes que entran en la categoría de malos suelen cometer el pecado mortal de tener a un director / guionista / productor con exageradas pretensiones artísticas. El caso típico es Edward Wood Jr., el cual se consideraba a sí mismo como una especie de Orson Welles del bajo presupuesto. Lo que convierte a los filmes malos en películas de culto es la inapreciable cualidad de la ingenuidad: son filmes con aspiraciones, pero ejecutados de la forma más bizarra posible. Sus creadores estaban convencidos de que estaban haciendo buen cine, con lo cual la derrota de su proyecto se debe a su propia inoperancia.

Ciertamente debatir la evolución de la calidad en el cine es un tema que excede a este artículo. Uno podría decir que hace 50 años Hollywood hacía producciones de altísima calidad y había un puñado de anónimos artesanos sobreviviendo en las series B y Z del cine, los cuales pretendían imitar a los estudios major de la meca del cine. Con el correr del tiempo los papeles se invirtieron: los artesanos anónimos pulieron su estilo y se hicieron más eficientes, y Hollywood comenzó a degradar la calidad de sus productos hasta convertirlos en filmes serie B sobreproducidos. El caso ejemplar es La Guerra de las Galaxias, un filme que jamás podría haber sido producido en los años 50 o 60; y no hablo de los aspectos técnicos, sino del rechazo generalizado que tenían los ejecutivos de los grandes estudios por financiar filmes de ciencia ficción: género al cual consideraban excesivamente caro, ridículo e incapaz de atraer multitudes.

En toda esa evolución siempre hubieron artistas independientes, y siempre hubo gente con talento y gente que hacía burradas. La popularización del Super 8 primero, y de las videocámaras después, trajo la democratización del cine – un fenómeno que continúa hasta hoy, gracias a la proliferación de los medios digitales -. Mientras que antes los únicos cineastas independientes eran palurdos con mucha plata (o con mucha labia para convencer a ingenuos productores) y que carecían de cultura cinematográfica, hoy en día la gente está empapada de cine y aún los directores más noveles e inoperantes saben cómo empuñar una cámara. Digo: si hoy filmás cine y lo hacés mal, es porque no te interesa aprender ya que los medios (y la info) están al alcance de todos.

Es por ello que, cuando uno se topa con filmes como Sharknado, tiene sensaciones encontradas. Sin dudas es un filme abominable – porque ésa es la idea de su concepción desde el vamos… a menos que los productores (The Asylum!) hayan sufrido una lobotomía generalizada y nadie les haya avisado -, pero el problema de fondo es que carece de espontaneidad. Si querés hacer algo bien y te sale mal (y es involuntariamente gracioso), obtienes un filme de culto; si hacés una parodia inteligente de los filmes malos (como The Lost Skeleton of Cadavra) obtienes también un filme de culto; pero si a propósito rodás un filme con el peor argumento que existe en el planeta, dudo que se transforme en una película de culto. Se precisa un gran director – como era Alexander Aja en Piraña 3D -, o un tipo totalmente inoperante e ingenuo para que algo que es basura se transforme en arte. Aquí no ocurre nada de ello, con lo cual la trama (y los supuestos gags) terminan por verse forzados.

Oh, sí, Sharknado es el fruto de una mente febril saturada de sustancias tóxicas. Imaginen una ciudad cubierta por tornados infestados de tiburones. Como el torbellino succionó tanto agua de mar como escualos, los bichejos no se mueren por falta de agua y, a su vez, el fenómeno produce todo tipo de circunstancias bizarras – como que los tiburones vuelen con el viento y a uno le peguen tarascones de todos lados mientras flotan en el aire; o que los escualos naden en medio de las casas y calles inundadas, atacando a la gente en los baños o a bordo de sus coches -, algunas de las cuales son graciosas pero la mayoría no hace blanco. Como los gags precisan algún tipo de historia que los sustente (y algún tipo de desenlace!), al guionista se le ocurrió que el héroe debe ir a rescatar a su familia (que está a 160 km de la costa!), para llevarla a algún lugar seguro – digamos Alaska – en donde los tiburones no vengan volando en el aire a tarasconearte. A mitad de camino se le ocurre que se pueden combatir a los tornados detonando bombas caseras en sus centros – una idea genial que a ninguno de los orates del gobierno jamás se le podría ocurrir -, con lo cual las trombas perderán toda su fuerza y los pescaditos caerán a tierra. Que después de eso las ciudades queden impregnadas durante las próximas décadas del tufo generado por miles de toneladas de pescado podrido que tapizan sus calles es un mínimo efecto colateral que poco importa en la gravedad (!) del caso.

Sin dudas Sharknado es un título de culto – al menos los yanquis la consideraron tan descerebrada que terminaron por convertirla en un fenómeno popular -, y se suma a la larga lista de abominaciones producidas por The Asylum y/o, el canal SyFy, la cual está poblada por los tiburones asesinos más absurdos de la historia del cine: desde gigantescos escualos prehistoricos hasta tiburones de dos cabezas, tiburones de agua dulce, tiburones fantasma, tiburones que nadan en la arena (wtf!) y un larguísimo etcétera. Me da la sensación de que, en un momento, le compraron el modelo CGI del tiburón a algún diseñador y, desde entonces, han estado amortizándolo durante años, modificándolo y haciéndolo participar en una galería interminable de filmes horrendos, cada vez más ridículos y denigrantes. El pobre Bruce el tiburón mecánico que usó Steven Spielberg en su clásico Jaws (1975) – debe estar retorciéndose de indignación en su tumba.

A mi me gusta el cine bizarro e incluso lo recomiendo; pero, por otro lado, estoy en contra de las situaciones forzadas, cuando tipos sin talento quieren hacerse los bananas rodando ex profeso bobadas indefendibles, las cuales sólo tienen gracia cuando surgen de un (anormal) proceso natural. A mí me gustan las cosas frescas, no la comida recalentada. Sharknado no difiere mucho de, por ejemplo, Snakes on a Plane (otro producto generado en un laboratorio con vistas a ser un título de culto), en donde se toma una premisa ridícula y se la desarrolla de la manera más exagerada posible – algo parecido a Yo me Desperté Temprano el Dia que me Morí (1998), basada en un libreto de Ed Wood -. Cuando uno hace algo malo a propósito, no termina resultando ni tan malo ni tan gracioso ni tan efectivo. Acá veo a un montón de actores en la mala – comenzando por la desgastada fiestera Tara Reid y el decadente borrachin John Heard – disparando diálogos aburridos e interpretando escenas malas, las cuales no son tan entretenidas ni tan bizarras como el director creía. Por supuesto Sharknado tiene algunos momentos inspirados – como cuando el protagonista salta dentro de un tiburón gigante enarbolando una motosierra, con lo cual no sólo lo achura desde adentro sino que también se da maña de rescatar a una amiga… las cual había sido tragada en el aire al saltar de un helicóptero (todo lo cual es tan estúpido que hay que verlo para creerlo) -, pero el resto me parece mediocre y aburrido. Y es por eso que prefiero ver en YouTube un compendio de los grandes momentos del filme, el cual podrá durar un puñado de minutos y me ahorrará el sacrificio testicular de ver esta pavada durante una hora y media del preciado tiempo de mi vida.

SHARKNADO

Sharknado (2013) – Sharknado 2: la Segunda (2014) – Sharknado 3: Oh, Diablos, No! (2015)