Crítica: A Sangre Fria (1967)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1967: Robert Blake (Perry), Scott Wilson (Dick), John Forsythe (Alvin Dewey), Paul Stewart (Jensen), Gerald S. O’Loughlin (Harold Nye), Jeff Corey (Mr. Hickock)

Director: Richard Brooks, Guión: Richard Brooks, basado en la novela homónima de Truman Capote

Trama: Año 1959, Holcomb, Kansas. El adinerado granjero Herbert Clutter es asesinado en su casa, junto con su mujer y sus dos hijos. Sin embargo la escena del crimen deja perpleja a las autoridades, ya que los criminales sólo alcanzaron a robar menos de 40 dólares y, aún así, decidieron exterminar a toda la familia Clutter. Ahora la policía ha hecho un masivo despliegue de fuerzas, pero las pistas son escasas. Sin embargo un recluso le informa a las autoridades acerca de un par de maleantes menores, Perry Smith y Dick Hickock, a quienes les habría dado información sobre los Clutter mientras se encontraban encerrados con él durante su estadía en prisión. Y no pasa mucho tiempo hasta que las autoridades dan con el rastro del dúo, quienes se encuentran sembrando cheques sin fondos por todos lados. Ahora Perry y Dick se han quedado sin dinero, y planean regresar a su Kansas natal … pero la policía les está esperando para apresarlos.

A Sangre Fria A Sangre Fría (1966) es un título seminal de la literatura norteamericana. El novelista Truman Capote vió una pequeña noticia en los diarios – acerca del feroz asesinato de un granjero y su familia -, y terminó por fascinarse hasta el punto de dedicarle 6 años enteros de su vida a documentar y rastrear a todos los testigos del caso. El libro resultante es considerado un hito literario debido a que fue el primero que hizo un análisis forense de un hecho policial, a la vez que lo dosificaba con fragmentos de ficción – reconstrucciones de diálogos y situaciones que hacía el mismo Capote -, y la mezcla resultante iba mucho más allá de ser una simple exposición periodística de los hechos. En su novela Capote maneja tiempos y sucesos, no para alterarlos, sino para yuxtaponerlos de otra manera y resaltar determinados elementos que considera esenciales; de esta manera el escritor dejaba de ser un narrador objetivo, y utilizaba los mismos acontecimientos para demostrar su propia teoría moral sobre los hechos. Para Capote el lector debía evaluar a los personajes sin preconceptos, y por ello terminaba de exponer los pecados de éstos sobre el final del libro.

Esta festejada versión para la pantalla grande queda a cargo de Richard Brooks, un cineasta especializado en rodar obras de teatro. Entre sus titulos figuran Semilla de Maldad (1955), Una Gata Sobre el Tejado de Zinc Caliente (1958), o Elmer Gantry (1960). Acá reclutó dos actores desconocidos – Robert Blake, años antes de Baretta y de liquidar a su esposa en la vida real; y Scott Wilson, que trabajó muchisimo bajo el radar y que ahora la gente lo conoce como el padre mafioso de Marg Helgenberger en la serie CSI -, aún cuando los estudios querían imponer a primeras figuras como Paul Newman o Steve McQueen en los protagónicos. Además Brooks escribió su propio libreto, y se decidió a rodar en estricto blanco y negro. El resultado final obtuvo el favor de la crítica y el público, y devino en cuatro nominaciones al Oscar.

A Sangre Fría es, en realidad, un ejercicio de estilo. No hay nada demasiado interesante en la trama – ya sabemos quienes son los asesinos, a quienes mataron y cómo van a acabar los criminales -, sino que la gracia reside en cómo se relata la historia. En primer lugar, por los parlamentos de Capote y el orden que impone (comienza por el principio, omite alevosamente los homicidios, sigue con la fuga de los criminales, captura, juicio, castigo … y allí regresamos a la noche del crimen); en segundo lugar, por la adaptación que Brooks hace. El director elabora un sofisticado ballet de frases y gestos que resulta fantástico – uno de los asesinos comienza una frase y, cambiando la escena a la granja donde se llevará a cabo el crimen, la futura víctima completa la idea; uno de los protagonistas se lava la cara y, en otro lugar, otro de los actores se la seca -, con una sincronía que hace pensar en que ambas partes son las caras de una misma moneda, como una especie de Ying y Yang. Esta sincronización también hace pensar en una soga formada por dos cuerdas que terminan por anudarse en el hecho final – la noche de la masacre -.

A partir de allí es cuando comenzamos a conocer realmente a estos desconocidos. Hay una particular fascinación del narrador por Perry Smith (malas lenguas dicen que, en la vida real, Capote y Smith vivieron un romance mientras el último estaba entre rejas), y hay bastante de idealización en su historia. Desde su madre, cariñosa y borracha, hasta su infancia en los rodeos. Por contra, Dick es absolutamente anónimo. El es el detonador, ya que el individuo realmente explosivo es Perry. Quizás es por ello que Capote se reserva la reconstrucción de la masacre para el final. Cuando uno termina por apiadarse de la desgraciada vida de Perry, descubre que la fuerza salvaje y violenta del dúo es el pequeño con cara de niño triste. El shock consiste en la revelación de su verdadera naturaleza.

Ciertamente A Sangre Fría tiene un tono documental muy logrado. Desde la fotografía blanco y negro hasta el uso de las locaciones en donde ocurrieron realmente los hechos (la casa de los Clutter es la auténtica, lo cual resulta un detalle escalofriante). Es cierto que el relato es interesante e inteligente, pero también es distante. Uno no termina por engancharse con nadie; el policía de John Forsythe es tan anónimo y acartonado que parece haber salido de la serie Dragnet (solo los hechos!); Dick es un amoral charlatán que se cree mucho más inteligente de lo que realmente es; y Perry – el personaje más desarrollado – es un homicida nato disfrazado de figura trágica. Hay más de Jeckyll y Hyde que de víctima en su figura.

A Sangre Fría es prolija, sólida, inteligente. Hay diálogos muy sagaces. Pero también tiene momentos en que carece de realismo y muestra su verdadera naturaleza – que se trata de una brillante elaboración intelectual de Capote en vez de una estricta reconstrucción documental -. En todo caso, el punto de Capote no es explorar la naturaleza de la violencia sino la naturaleza de las personas; que esos individuos comunes y corrientes, sentados a nuestro lado, pueden explotar en una ráfaga homicida de un instante a otro. ¿Si Perry y Dick merecen la redención?. De ninguna manera. Sus vidas trágicas no son una excusa válida para matar a todo aquel que se interponga en su paso. Pero el objetivo de Capote es crear un escenario plagado de testigos de sus acciones – entre los cuales nos contamos nosotros -, y analizar sus reacciones. El padre que cree que su hijo es inocente; el policía que vió el repudiable accionar de estos amorales; los familiares de las víctimas, que han quedado destrozados; el reportero que intenta encontrar causas científicas que le sirvan para explicar tanta violencia … Una persona no es una sino que son varias. En última instancia, A Sangre Fria es un compilado de puntos de vista sobre la naturaleza de la violencia humana, que abarca todos los espectros posibles, y que intenta – en la multiplicidad de opiniones – explicar lo inexplicable… quizás porque si lo estudiamos y lo catalogamos podremos perderle el miedo a lo desconocido.