Crítica: Redline (2009)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Japon, 2009: Takuya Kimura (JP), Yuu Aoi (Sonoshee McLaren), Kousei Hirota (presidente de Roboworld), Tadanobu Asano (Frisbee)

Director: Takeshi Koike, Guión: Katsuhito Ishii, Yoji Enokido & Yoshiki Sakurai

Trama: En el futuro gente de todas las razas y universos delirará con las carreras de ultra deslizadores, las cuales se llevan a cabo a velocidades imposibles y en donde todos los recursos – aún los más sucios – son válidos para ganar la carrera. Uno de los corredores que participa en dichos eventos es el “dulce” JP, un muchacho que comanda un vetusto Trans Am completamente modificado y que tiene su legión de fans. Pero JP sufre un serio accidente en las ultimas etapas del campeonato y, con su auto destrozado, parece haber quedado afuera de la carrera final, conocida como Redline. Sin embargo su manager Frisbee obtiene fondos de la mafia para reconstruir el coche y participar en la Redline, siempre y cuando trampee el resultado para generar una estafa en las apuestas. Pero las cosas se salen de control cuando los organizadores anuncian que la Redline se correrá en Robotworld, un planeta regido por una dictadura y sumido desde hace años en una interminable guerra civil. Ahora JP no sólo deberá pagar su deuda con la mafia sino también deberá correr por su vida mientras esquiva los misiles lanzados por las milicias de Robotworld, quienes han descubierto que el circuito de la Redline coincide con la ubicación secreta en donde se encuentran las fábricas ilegales de armas de destrucción masiva que la dictadura planea utilizar para aplastar a la rebelión civil.

Redline (2009) Si tuvieramos que definir Redline en una sola palabra sería disparate. La película de Takeshi Koike (un veterano animador que ha participado en Animatrix y Patlabor entre otros títulos – y que aquí debuta en el formato de largometraje) es un delirio que rebosa de adrenalina, y eso es lo que sirve para enmendar un guión que tiene su cuota de agujeros y cosas a medio cocinar. En todo caso, la dirección de Koike es tan enérgica que uno se olvida de todos los problemas del filme y decide entregarse a vivir Redline como experiencia netamente sensorial y cinemática.

La historia es un licuado de aquellos. Imaginen a Meteoro corriendo las carreras Pod Racer de Episodio I: La Amenaza Fantasma, sólo que dibujado al estilo de Heavy Metal y salpicado con gotas de Akira. Oh, si, si vamos a delirar, que sea a lo grande. Lo más curioso es que todo este cóctel funciona muy bien: es un universo sucio, corrupto y desgastado que se mueve con naturalidad. Y hasta el héroe resulta carismático.

El filme se aleja por completo del tradicional estilo manga / anime característico de los japoneses y abraza el comic pop de Metal Hurlant. JP no se ve como el hermano de Heidi sino como un clon rocker de Elvis, con un jopo de 2 km de altura y con rasgos completamente occidentales. Y lo mismo ocurre con el resto de los caracteres y los escenarios, todos los cuales tienen un grado de detalle asombroso, trazados en tinta china y con un puñado de colores básicos. Esto se debe a que Koike decidió que el filme fuera dibujado íntegramente a mano, una elección artística que le costó siete años de producción. Ver Redline es ver una historieta viva, en donde lo único que falta son los globitos de diálogo de los personajes.

En cuanto a la trama, bordea el delirio. Este es un universo plagado de personajes disparatados, con alienígenas con forma de perros, de ángeles, de robots, y hasta de princesas de cuento con poderes mágicos (wtf?). La mitad de esta gente se droga o es corrupta, y la otra mitad apuesta lo que no tiene en las carreras a las que hace referencia el título. Por supuesto que la justa es cualquier cosa menos legal: estos vehículos disparan misiles, ganchos y rayos para destruir o entorpecer a sus rivales en plena carrera. Todos los coches están retocados y usan un nitro que los lanza poco menos que a Warp 5. Precisamente cuando activan el nitro es cuando Redline se transforma en un delirio visual que resulta digno del aplauso. Hay tanta energía en pantalla que uno termina por contagiarse con el desborde de adrenalina.

Pero como a Takeshi Koike todo esto le pareció poco, el tipo empezó a mandar fruta para generar tensión dramática. Primero, que el protagonista tiene un trato con la mafia al cual va a violar, ya que toda su vida quiso ganar ésta carrera. Segundo, que la carrera de marras (que se ve que no es muy legal que digamos) fue seteada de improviso en un planeta que vive en guerra civil, y sin ningún tipo de autorización, con lo cual hay atentados a cada rato. Tercero, que el circuito de la carrera pasa por lugares absolutamente vedados, en donde la raza robot gobernante desarrolla armas ilegales que planea usar contra la población civil (alguien dijo Irak y Saddam Hussein?). Y ya que mostrar dichas instalaciones ilegales en las cámaras de TV no los hace muy felices que digamos, han decidido despachar a todo el ejército para masacrar a todos los corredores ni bien se inicie la carrera. Ah!. Y por si todo esto fuera poco, el arma más poderosa de la dictadura resulta ser una mole de energía viviente – al estilo Akira -, la cual parece haberse salido de control justo en este preciso momento…

Por supuesto todo lo que sigue es un disparate mayúsculo. Velocidades hipersónicas, centenares de explosiones en pantalla, decenas de naves luchando entre sí, mega armas explotando a cada rato…un glorioso descerebre que resulta coreografiado como los dioses y que se puede seguir. Es cierto que al final todo resulta tan exagerado que directamente es increible, pero uno lo disfruta mientras sucede. Quizás el climax sea abrupto y queden cabos sin atar pero a esa altura uno le perdona cualquier cosa a Redline, simplemente porque la intensidad de su espectáculo y la riqueza de sus detalles lo convierten en un show que no precisa análisis sino contemplación.