Crítica: Q, la Serpiente Alada (1982)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1982: Michael Moriarty (Jimmy Quinn), David Carradine (Detective Shepard), Richard Roundtree (Sargento Powell), Candy Clark (Joan), Malachy McCourt (Comisionado O’Connell), Fred J. Scollay (Capitán Fletcher)

Director: Larry Cohen, Guión: Larry Cohen

Trama: Jimmy Quinn es un ladronzuelo de cuarta, el que termina involucrado en un atraco que sale mal. Huyendo de la furia de sus cómplices – quienes lo creen responsable -, Quinn termina en la azotea del edificio Chrysler, en donde descubre la morada de una gigantesca criatura alada. El animal ha sido responsable de una seguidilla de extrañas e inexplicables muertes, ocurridas en las alturas de los rascacielos. Ahora Quinn pretende extorsionar a la policía neoyorkina, exigiendo dinero y prensa a cambio de revelar la localización de la criatura. Pero el detective Shepard tiene sus propios planes al respecto, especialmente porque ha estado investigando sobre la bestia y ha llegado a la conclusión de que se trata de Quetzalcoatl, la mitica serpiente alada azteca. Y el investigador está convencido que no va a ser nada fácil matar a un dios.

Q, la Serpiente Alada Larry Cohen era un brillante artesano de la serie B. Es responsable de cosas muy interesantes como Dios me lo Ordenó y la saga de El Monstruo Está Vivo, además de escribir los libretos de la saga Maniac Cop. Lamentablemente a mediados de los setenta conoció a un tipo absolutamente paranoico como es Michael Moriarty, decidió tomarlo de musa, y comenzó a escribir películas cada vez más terribles, dándole absoluta libertad creativa al actor. Mientras que en algunas ocasiones Moriarty está ok, lo cierto es que la mayoría del tiempo se alterna entre el delirio y lo decididamente bizarro. Q, la Serpiente Alada marca la primera colaboración entre Moriarty y Cohen.

Resulta curioso que Cohen haya decidido incursionar en el género de los monstruos gigantes treinta años después de que pasara su época de gloria. Pero el enfoque que utiliza Cohen es completamente diferente – la acción se centra en los personajes más que en la criatura, e incluso el climax es mucho mas standard de lo que uno podría imaginar, con la policia abatiendo al animal a balazo limpio -, y pareciera que el director quisiera apuntar sus dardos a otros temas. Por un lado, hay una critica velada a la indiferencia de la gente de las ciudades, a las cuales no le importa nada de lo que ocurra a su alrededor. Fijense de que el monstruo es enorme, vuela de día, y nadie – absolutamente nadie – levanta la vista ante sus gruñidos o su sombra. Por el otro lado, Cohen se divierte a lo grande creando esta especie de Tiburón que ataca desde los cielos. Las muertes son, como mínimo, coloridas, y los planos aéreos son ideales para crear el clima previo a los ataques.

Pero en realidad el punto de Cohen pasa por el personaje de Michael Moriarty, que es el amoral convertido en estrella de los medios. Para Cohen los mediáticos son una moda que nació a partir del escándalo Watergate, en donde un tipo tan repudiado como Nixon terminó haciendo fortunas, acaparó presencia en los medios luego de su renuncia y logró incluso algo de rehabilitación pública. Los criminales se vuelven figuras millonarias, y hay un romance entre el público y lo morboso. Acá Moriarty chantajea a medio mundo, obteniendo reportajes, el perdón público, dinero en abundancia, y los derechos cinematográficos y literarios sobre la historia. Su personaje es un cobarde traicionero de primer orden, un tipo de cuarta recargado de ínfulas cuando la situación le demuestra que posee algo de poder, y un individuo completamente despreciable. Uno no termina por odiarlo ya que Moriarty le carga tanto desquicio que termina haciéndolo, cuando menos, pintoresco. El problema es que Cohen le da tanto espacio a Moriarty que termina por absorber a todo el mundo – ni siquiera el cínico detective que compone John Carradine, o el beligerante policía que interpreta Richard Roundtree logran hacerle mella y terminan completamente opacados -, y a veces habla tanto que termina por irritar. Incluso uno llega a la conclusión que la mitad de sus parlamentos son improvisados.

Pero, por lo demás, Q, La Serpiente Alada es entretenida. Todos los personajes tienen su gracia y se salen de lo standard. Los ataques están filmados con nervio. Lo único que no funciona es – además de algunos momentos de la performance de Moriarty – la subtrama sobre los asesinatos rituales, algo que el guión nunca termina por explicar el por qué ni para qué, y archiva rápidamente cuando llega el final del filme. Pero por el resto es serie B sólida, y el climax está rodado de manera más que competente. Es un producto Cohen de pura cepa, y eso termina por decirlo todo.