Crítica: Prophecy (1979) de John Frankenheimer

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1979: Robert Foxworth (Rob Vern), Talia Shire (Maggie Vern), Armand Assante (John Hawks), Richard Dysart (Isley), Victoria Racimo (Ramona)

Director: John Frankenheimer, Guión: David Seltzer

Trama: El doctor Rob Vern es contratado para que realice un informe del impacto ambiental causado por la reciente instalación de un aserradero en la zona de Maine. Pero el lugar es una zona de guerra debido a los cruces violentos entre la gente de la fábrica y los indios asentados en los bosques, los que se oponen a la invasión de sus tierras y la tala de sus montes. En el interín Vern descubre que los desechos tóxicos del aserradero están provocando mutaciones en los indios y en la fauna de la zona. Vern se dispone a notificar a las autoridades pero es atacado por un oso mutante, y queda varado en medio del bosque junto con un grupo de indios. Ahora deberán intentar llegar al poblado más cercano para pedir ayuda pero la criatura ha comenzado a perseguirlos de manera implacable, ya que Vern lleva consigo una de sus crías, la que planea utilizar como prueba para denunciar al aserradero.

Prophecy - 1979 John Frankenheimer. Director de películas fabulosas como Grand Prix, Siete Dias de Mayo, El Otro Señor Hamilton, El Embajador del Miedo… y la lista sigue. El problema es que a Frankenheimer le gustaba empinar, darle a la bebida blanca – que no es la leche precisamente -, y eso aniquilaría su carrera. Tras una serie de rotundos fracasos comerciales terminaría por desembarcar en esta producción mediocre, laburando por el pancho y la coca. Prophecy (que no debe confundirse con La Profecía – la de Damian, el hijo del diablo y también de la autoría de David Seltzer – ni con The Prophecy, aquella de los ángeles en guerra con Christopher Walken) es el típico clon de Tiburón que cualquier artesano serie B o Z podría haber hecho con los ojos cerrados. Y hay tan poco talento en la película, que Frankenheimer podría haber firmado con el seudónimo Alan Smithee tranquilamente.

El tema es que ni Frankenheimer ni David Seltzer logran hacer algo de relevancia más que regurgitar todos los clichés del subgénero de animales asesinos (o “la naturaleza se venga”) que estaban de moda en aquella época. El libreto se mete con temas ecológicos, lo cual era algo en pañales a finales de los años 70, pero por el resto es pura rutina. Por lo demás podría pasar por una secuela de Grizzly, sólo que con un ridículo oso mutante como villano invitado.

Coherencia no es el fuerte del libreto. En especial el perfil del personaje de Robert Foxworth, que es una especie de médico de emergencias que aterriza de manera no muy lógica como responsable de un informe ambiental – es como si a mí me llamaran para supervisar la seguridad de la próxima misión del transbordador espacial -. El tipo es un defensor de las minorías y lo contratan por su capacidad de negociar y tratar con la gente, pero se lleva a las patadas con medio mundo, comenzado por el líder indio que compone Armand Assante – en uno de sus primeros papeles -. Es un humanista, pero no quiere tener hijos, y ahora se le suma el problema que su mujer ha quedado embarazada y estuvo comiendo cornalitos mutantes de la zona que a la que debe investigar. En el lugar, mientras tanto, aparecen montones de turistas abiertos al medio, y la gente del aserradero vive acusando a los indios de ser los responsables de las muertes – ¿nadie ha visto un cadáver con marcas del ataque de un animal? ¿esta gente, dónde vive? -. Todo sigue así hasta que Robert Foxworth encuentra un cachorro mutante – que parece una nutria deforme -, el que resulta ser el hijo del Grizzly radiactivo que pulula en los bosques. Ahora el grupo tiene que salir corriendo con la criatura en brazos mientras el padre (o la madre, bah) se les viene al humo. Y en el camino, la mitad de la comitiva perece violentamente o se convierte en el desayuno del bicho de marras.

Prophecy es pura rutina, con el molesto agregado de las caprichosas actitudes de Robert Foxworth y la presencia del oso mutante, que parece un bicho de plástico al que le agarró el calor y la salieron burbujas por todos lados. Ciertamente el accionar del oso es bastante violento – en especial cuando despedaza una casa a zarpazos -, pero el diseño de la criatura no es muy feliz. Incluso cuando llega el climax el mismo resulta abrupto, como si a esa altura nadie se interesara demasiado por la historia (como, por ejemplo, qué es lo que va a pasar con el bebé de Talia Shire). Teniendo en cuenta los talentos involucrados Prophecy es un bochorno, ya que no consigue hacer nada medianamente potable con la excepción de vomitar un cliché tras otro.