Crítica: El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo (2010)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 2010: Jake Gyllenhaal (Principe Dastan), Gemma Arterton (Princesa Tamina), Ben Kingsley (Nizam), Alfred Molina (Sheik Amar), Richard Coyle (Principe Tus), Toby Kebbell (Principe Garsiv)

Director: Mike Newell, Guión: Carlo Bernard, Doug Miro & Boaz Yakin, basados en el videojuego homónimo

Trama: Dastan es un niño adoptado por el rey Sharaman tras quedar deslumbrado por su bravura. Ahora han pasado 15 años y Dastan – junto a los hijos del rey, Tus y Garsiv – lideran un ataque contra la ciudad sagrada de Alamut, en donde se sospecha que se está organizando una rebelión contra el poder real. Sin embargo la incursión armada deja con las manos vacías a los conquistadores, los que no encuentran prueba alguna de la sedición. Por el contrario, el rey se presenta furioso en la zona, aduciendo que la conquista sólo despertará la furia de los aliados del reino. Para calmar al soberano se organiza una fiesta, en donde cada uno de sus hijos le obsequia un presente; pero al recibir una capa sagrada de manos de Dastan, el rey muere envenenado y pronto acusan al principe de ser responsable del asesinato. Dastan se verá obligado a huir, acompañado de Tamina – la princesa regente de Alamut -, ya que la chica es la única que parece tener respuestas sobre la causa de la muerte de Sharaman… y la misma parece ser la posesión de una misteriosa daga mágica, la que tiene el poder de retroceder el tiempo.

El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo Antes que Lara Croft hiciera piruetas en el aire en Tomb Raider (1996), había un jueguito que venía dando vueltas desde 1989 y hacía furor en las Apple y PCs de aquella época. Era un guerrero árabe dotado de una animación inusualmente fluída para esos años, que se la pasaba saltando plataformas plagadas de trampas, y tenía que recurrir a sorprendentes acrobacias para superar las etapas. El juego había sido desarrollado por Jordan Mechner, quien pronto se volvería millonario y dispararía una chorrera de secuelas que llegarían hasta nuestros días. Y como en Hollywood las neuronas vienen bastante quemadas desde hace rato, lo único que están produciendo últimamente son remakes de peliculas y series de TV, cuando no adaptaciones de videojuegos y cuanta otra cosa que exista y tenga una marca famosa (como el parque de diversiones de la Disney que terminó por convertirse en la franquicia de Piratas del Caribe). Precisamente el mismo productor – Jerry Bruckheimer – se prendió a la movida de llevar Principe de Persia al cine, lo cual no lo veo nada mal. A final de cuentas, Bruckheimer ha tenido la destreza de generar cosas potables partiendo simplemente de un nombre y un concepto …

Aquí Bruckheimer subió al proyecto al director Mike Newell, quien además de Cuatro Bodas y un Funeral ha sabido dirigir Harry Potter y el Caliz de Fuego. Las buenas nuevas es que Newell ha sabido montar un espectáculo realmente entretenido y colorido, el cual funciona muy bien el 90 % del tiempo; el problema es ese 10% restante, que es cuando el guión debe poner los pies en tierra y empezar a atar todos los cabos sueltos de la historia. La resolución del filme tiene un fuerte tufillo a trampa de las propias reglas que se había impuesto la trama, y no termina de ser demasiado convincente.

Acá hay una historia propia de Las Mil y Una Noches, pero con menos magia y mucho más parkour. Está el consejero traidor (en este caso, el hermano del rey; esto no es ningún spoiler, ya que el casting del filme clama a gritos que Ben Kingsley es el villano de la historia), el principe traicionado, y la búsqueda del objeto mágico que reestablecerá el equilibrio en el reino y el buen nombre del heredero. En la fuga del príncipe se prende la princesa regente de la ciudad capturada, la cual tiene su propia agenda – recuperar la daga mágica que lleva el protagonista, y de la cual éste aún no conoce sus poderes -, y pone la cuota sexy al relato. Pero lo cierto es que la huida en sí no aporta nada demasiado substancial a la historia, mas de ser la excusa para que los protagonistas vayan de una ciudad a la otra y de un peligro al otro.

El punto es que El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo tiene un defecto excusable y otro realmente importante. El primero es que el protagonista Jake Gyllenhaal tiene carisma cero como héroe de acción. Aquí aparece Gyllenhaal con un físico descomunal, haciendo piruetas de todo tipo y color; el tipo no es malo para hacer los chistes, e incluso tiene bastante química con Gemma Arterton (una chica que, después de un insípido papel en Quantum of Solace, terminó aterrizando de manera increíble en un protagónico como este; al menos acá se ve realmente hermosa y demuestra mucho más vida que en sus filmes anteriores). Pero su cara de muñeco y su falta de angel lo hacen un héroe bastante hueco – un tipo de Orlando Bloom en el desierto -, cuando el relato precisaba una especie de Burt Lancaster joven. Esto en realidad no es algo tan grave – en todo caso, Gyllenhaal no desentona pero es bastante anónimo -; pero el manejo que hace el guión del dispositivo mágico de turno (la daga que hace retroceder el tiempo) sí es un problema serio y uno que resuelve de manera altamente insatisfactoria. Gemma Arterton detalla una serie de advertencias en un punto, las cuales funcionan completamente al revés al momento del clímax, amén de que los cinco minutos finales se ven estúpidamente forzados. No sólo el libreto traiciona sus propias reglas sino que lo hace de una manera tan descarada que resulta frustrante. Eso arruina la buena puesta en escena del director Newell, con masivos ejércitos chocando sobre las arenas del desierto, divertidas coreografías de freerunning (que calcan algunas de las piruetas más famosas del videojuego), y exóticos Hassansins surgiendo de las dunas. Si los libretistas se hubieran puesto un poco las pilas y hubieran pulido el climax, el filme podría haber llegado a ser excelente.

El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo es muy entretenida, aunque algo hueca, con un final artificial y con un protagonista algo opaco. Quizás el tema pase porque los productores no se avivaron de repetir la fórmula de Piratas del Caribe – pongan a alguien realmente gracioso al lado del insípido carilindo de turno, y hagan un equipo de protagonistas que se compensen entre sí -. Acá intentaron hacer algo medianamente parecido con Alfred Molina – el que sintoniza a la perfección a Johnny Deep -, pero el libreto comete el sacrilegio de ponerlo muy poco tiempo en pantalla. Por lo demás – y si uno pone el switch del cerebro en off -, verá que El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo ameniza muy bien el rato, salvo al momento de aplicar las leyes de la lógica en el universo que él mismo ha creado.