Crítica: Pontypool (2008)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Canadá, 2008: Stephen McHattie (Grant Mazzy), Lisa Houle (Sydney Briar), Georgina Reilly (Laurel-Ann Drummond), Hrant Alianak (Dr John Mendez), Rick Roberts (voz of Ken Loney), Daniel Fathers (voz of Nigel Healing)

Director: Bruce McDonald, Guión: Tony Burgess, basado en su novela Pontypool Changes Everything

Recomendación del Editor

Trama: Pontypool, un pequeño pueblo ubicado en la zona mas fría de Canadá. Grant Mazzy – otrora estrella de radio en la gran ciudad y actualmente en decadencia debido a su alcoholismo – ha terminado como locutor en la emisora local. Mientras lidia con su productora Sydney Briar – la cual le reclama mas conducta y menos excesos -, comienza a recibir informes de que una manifestación se ha reunido alrededor del médico local John Mendez, antiguamente sospechado de fraguar recetas médicas. Lo que al principio parece ser una marcha de repudio contra el fraudulento doctor, pronto termina por salirse de las casillas cuando la horda de gente comienza a atacarse entre si a dentelladas, y asaltando a todos los ocupantes de las casas vecinas. El reportero de la emisora comienza a describir el demencial cuadro, y tanto Mazzy como Briar creen que se trata de algún tipo de locura masiva. Pero el fenómeno pronto llega a las puertas de la misma emisora, y tanto Mazzy como Briar terminan aislados en la cabina insonora de la radio, contemplando espantados como una jauría humana amenaza con despedazarlos. Y, lo que terminará por horrorizarlos, será la conversación que mantienen al aire con el mismo doctor Mendez, el cual cree haber descubierto la causa de la epidemia: de alguna manera inexplicable el uso de determinadas palabras en su inglés natal ha comenzado a disparar conductas irracionales en las personas, convirtiéndolas en una horda de canibales insaciables. Ahora, comunicándose por escrito o hablando en francés, Briar y Mazzy intentarán escapar de la emisora… tarea que parece imposible ya que las autoridades han comenzado a masacrar a las incontrolables masas y han apuntado todas sus armas hacia la radio, a la cual consideran como la principal fuente de contagio.

Pontypool Hay algo tremendamente fascinante en el horror minimalista, y ello es lo que logra – rozando la maestríaPontypool. Es terror en tiempo real, el que tiene lugar en un par de decorados y se basa en una premisa tan novedosa como inquietante. Hay escasos efectos especiales – restringidos prácticamente a su banda sonora -, y todo se reduce a gente elucubrando explicaciones de lo que parece ser un fenómeno aberrante sucediendo puertas afuera del edificio donde se encuentran. Como thriller sicológico es formidable y, si bien hay un par de momentos en donde la credibilidad se ve forzada, el resultado final es tan potente que uno termina por obviar sus mínimas desprolijidades.

En sí, ésta no es otra historia de zombies sino de gente loca; una epidemia de asesinos al estilo de The Crazies de George A. Romero – en donde la gente comenzaba a comportarse súbitamente de manera anormal y, al cabo de unos pocos minutos, empezaba a masacrar a todos aquellos que los rodeaban -. Aquí el escenario elegido es un estudio de radio, y las cosas comienzan con un tranco tan lento que resulta imposible anticipar de qué trata el filme hasta que comienza a vomitar su locura en el minuto 40. Es allí en donde caemos en la cuenta que algunas pistas mencionadas al pasar – gente comportándose rara en la autopista; el aviso de un gato perdido… el cual ha estado muerto desde hace días; una manifestación contra las oficinas de un médico fraudulento (en donde la gente comienza a agredir a las autoridades); la súbita comunicación con la BBC (la prestigiosa emisora inglesa que se devana por contactarse con una minúscula emisora de radio canadiense), la transmisión clandestina de las autoridades hecha en francés – son el anticipo de un fenómeno estremecedor que va en aumento. Al principio el veterano locutor que compone Stephen McHattie (un experimentado intérprete que aquí se da el lujo de salir de sus habituales papeles de villano) cree que se trata de una locura o de la broma pesada de alguien, hasta que comienza a tener reportes en vivo de los sangrientos ataques de las masas enfurecidas. Tipos que comienzan a repetir de manera enfermiza ciertas palabras, se taran al cabo de un rato, y pronto salen a atacar a cualquier persona cuya voz puedan escuchar. Y mientras que todo ello ocurre en el Día de San Valentín – la fecha típica de los enamorados -, cuando el científico de turno se presenta y empieza a relatar su teoría, las cosas se vuelven tan absurdas como posibles: de alguna manera ciertas palabras – vinculadas con el afecto – han disparado un efecto sicótico en la gente, como si nuestra programación mental tuviera un bug o defecto de fábrica, y dichas palabras iniciaran un proceso oculto, autodestructivo y degradante, convirtiendo a la persona en un monstruo capaz de despedazar a sus victimas a dentelladas o desmembrarlos con sus manos desnudas.

Es posible que la teoría de turno sea algo traída de los pelos – yo creo que es una explicación brillante pero quizás la exposición que le da el filme no resulte tan convincente -, pero el grueso del desarrollo de la película es formidable. Mas allá de que la gente se vuelva una horda de sicópatas homicidas, no hay demasiada diferencia con las masas de zombies que poblaban los filmes de George A. Romero. Y tal como en los filmes de Romero uno puede encontrar algún que otro significado alegórico, siquiera uno pequeño: de algún modo el lenguaje se ha convertido en algo alienante, debiendo las personas alterarlo para poder conservar su cordura. Incluso se podría traducir como una crítica hacia los medios de comunicación, esos de corte amarillista que se ensalzan en los crímenes más crueles y las aberraciones mas impensables, y que terminan por asaltar nuestras mentes cuando estamos en la tranquilidad de nuestros hogares. Aquí la radio de Stephen McHattie es señalada como un dispersor de la locura, el propagador de los elementos prohibidos que hacen a la epidemia misma, y es por ello que debe ser silenciada – considerando que la fuente de inspiración de Tony Burgess ha sido la mítica transmisión de radio de La Guerra de los Mundos de 1938, no es difícil trazar un paralelo entre Pontypool y la emisión de Orson Welles; ¿acaso los medios no son capaces de disparar el pánico masivo mediante un engaño o la visión exagerada de una cruel realidad? -. Incluso el mismo McHattie tiene, en determinado momento, una crisis de conciencia: ¿debe intentar preservar su propia integridad y mantenerse en silencio, o debe difundir las noticias acerca de lo que está sucediendo, desconociendo cual de todas las palabras que utiliza pueda tener un efecto disparador sobre las personas aún sanas?.

Pontypool es una obra brillante por donde se la mire. La performance de McHattie es absorbente – hace maravillas con su voz y su carisma -, y la efectividad crece debido a que la historia transcurre con gran economía de medios en apenas un par de decorados. Y aún cuando uno no vea un masivo despliegue del apocalipsis, el filme se las apaña para mostrar grageas del horror que se vive puertas afuera de la emisora – como la chica infectada que comienza a destrozar su cabeza contra el vidrio de la cabina de radio, intentando hacerse paso a través de él para aniquilar a sus ocupantes de la manera más sangrienta posible -, las cuales son mucho mas efectivas que una tonelada de costosos CGI. Aquí el miedo pasa por la psiquis, por el sonido y la noticia de lo desconocido, algo que está ocurriendo en este momento y que puede asaltarnos de un instante a otro; y por la sobriedad y el talento con que está construida Pontypool sólo puede recibir nuestra más fervorosa recomendación, ya que es una obra chiquita y efectiva que merece ser difundida.