Crítica: Pleasantville (1998)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1998: Tobey Maguire (David), Reese Witherspoon (Jennifer), Joan Allen (Betty Parker), Jeff Daniels (Bill Johnson), William H. Macy (George Parker), J.T. Walsh (el gran Bob), Don Knotts (técnico de TV)

Director: Gary Ross, Guión: Gary Ross

Trama: David y Jennifer son dos hermanos adolescentes que se pelean por el control remoto de la TV, justo cuando están por pasar una maratón de episodios de la comedia televisiva de los años 50 “Pleasantville”. Cuando el control se rompe, aparece imprevistamente un técnico de TV que les ofrece un reemplazo. Pero el nuevo control es un artefacto mágico que transporta a ambos hermanos al mundo ingenuo que existe en la serie, y terminan personificando a los hijos de la pareja protagonista. El tema es que los chicos son demasiado modernos para ese universo, y pronto comienzan a quebrar las reglas del mismo, teniendo sexo con los protagonistas o anticipando sus costumbres y movimientos en base a los capítulos que han visto y conocen de memoria. Pero esos cambios no pasan desapercibidos y, en el eterno mundo blanco y negro de Pleasantville, ha comenzado a aparecer el color: primero en algunos objetos, luego en las personas. Y ahora todo el universo ingenuo de la serie ha comenzado a quedar patas arriba, con las amas de casa exigiendo trabajo y sexo, y la gente descubriendo el arte y los colores. El problema es que los más conservadores – quienes aún se ven grises – han comenzado a perseguir a la gente de “color”, discriminándola y encerrándola en la cárcel. Y a menos que David y Jennifer hagan algo para impedirlo, las cosas se van a poner muy feas para los renovados habitantes de Pleasantville.

Pleasantville No soy un especialista en la obra de Gary Ross. Con suerte he visto un par de sus películas y, a juzgar por su filmografía, me da la impresión de que es un ferviente admirador de Frank Capra. Quisiera Ser Grande, Dave, Presidente por un Día, o Seabiscuit dan cuenta de un tipo que tiene predilección por inventar fábulas modernas, por narrar historias optimistas en donde los personajes pueden materializar sus sueños si simplemente se deciden a pelear por ellos. Pleasantville entra en esa liga y, aunque no se trate de una historia tan redonda como se podría anticipar, no deja de ser una experiencia placentera. Es uno de esos filmes que a uno lo deja con una sonrisa plantada firmemente en el rostro.

La premisa es propia de un episodio de La Dimensión Desconocida. Hay dos hermanos que viven en la época actual, y que se pelean todo el tiempo (como buenos hermanos que son). Su familia no es muy funcional que digamos, ya que la madre está separada, no les presta mucha atención, y anda tras un tipo bastante menor que ella. Justo cuando la madre se toma un fin de semana libre para irse de vacaciones con su novio, los chicos se quedan solos y arman su propio programa. La chica, va a traer a la casa a su amigovio de turno para enfiestarse en su cuarto; el muchacho (que es algo ñoño) simplemente se conforma con devorarse una maratón de episodios de su comedia predilecta, una sitcom de los años 50 llamada Pleasantville (que es una versión desnatada de clásicos como Yo Quiero a Lucy o The Honeymooners). Ya que ambos quieren ver la TV, empiezan a pelear como perro y gato hasta que terminan por deshacer al control remoto. En ese entonces – tipo 5 de la mañana – aparece de la nada un misterioso técnico de TV (la leyenda televisiva Don Knotts) que les trae un aparato de reemplazo. Pero tal como en la comedia de Adam Sandler Click, el control remoto tiene algunas prestaciones fantásticas que no figuran en el manual, y el dúo de adolescentes es teletransportado al interior del universo de Pleasantville, apareciendo como si ellos fueran los hijos de la pareja principal. Y, como son dos adolescentes rebeldes de los 90 y no toleran las tonterías cincuenteras de la serie, empiezan a hacer cambios – rompiendo la ingenuidad de los personajes de la tira -, lo que repercute en una parva de cambios en el universo en el que han caído.

Debo admitir que los primeros minutos del filme son algo torpes, especialmente cuando realizan la reconstrucción de la comedia cincuentera de marras – la que carece de gracia alguna -. Y cuando el duo de protagonistas cae en dicho universo, los cambios son algo lentos hasta que el filme llega a su segundo tercio y toma ritmo, pero a partir de allí se vuelve un espectáculo completamente fascinante. Como si fueran serpientes recién llegadas al paraíso, ambos seducen y modifican a los ingenuos habitantes de este universo, tras lo cual empiezan a aparecer personas y objetos en color. Y el fenómeno comienza a expandirse día a día. Pronto queda claro que el color invade a todos aquellos que realizan sus sueños (desde tener sexo hasta expresar sus talentos artísticos y enamorarse, por ejemplo), y que los individuos que quedan en el gris monocorde de la serie original forman la masa ultraconservadora, dispuestos a cualquier cosa con tal de regresar a su antigua rutina de todos los días. Y esa gente puede volverse peligrosa.

Es obvio que todo el relato funciona como una alegoría de múltiples lecturas. Desde la gente que puede realizarse en la vida (y por ello son coloridos) versus los rutinarios grises, hasta el choque entre la ingenuidad de los cincuenta versus la generación más despierta de los noventa, y terminando con la discriminación a la gente de color (término nunca mejor utilizado). El tema es que el filme pretende abarcar más lecturas de las que puede manejar, y los mensajes posibles pierden nitidez. Pero es una premisa de enormes posibilidades, y el filme la explota con un 90% de eficiencia, lo cual es pedir demasiado. En todo caso el 10% que falla es el falso mensaje de que la generacion cínica y promiscua de la época actual representa un grupo de valores superior al conservadurismo y la ingenuidad de los años 50. Yo creo que cada época tuvo sus pros y sus contras, y la gente ha evolucionado con el tiempo. Si cada uno tiene libertad para hacer lo que quiere, pero a su vez se comporta de manera responsable con dicha libertad, entonces logra un equilibrio que se planta en el medio entre el conservadurismo y el libertinaje. Acá Pleasantville patina un poco al poner al dúo de protagonistas en el papel de libertadores de una generación reprimida; pero, a su vez, esto termina por compensarse con secuencias de gran emotividad, como los recuerdos de Tobey Maguire sobre los libros clásicos que leía cuando era chico (y hace que los libros de utilería de la serie cobren inmediatamente contenido), o el descubrimiento del arte por parte del pintor frustrado que representa Jeff Daniels. El otro problema que tiene el filme es el climax, que es abierto y algo vago, y que termina por traicionar un poco las expectativas creadas.

Pleasantville es una hermosa película. Hay que darle unos minutos para que madure la idea, pero una vez que uno la compra, se desarrolla de manera emocionante. Es una premisa tan rica en posibilidades que permite numerosas lecturas, lo que habla de una historia construída de manera excelente.