Crítica: Tres Rostros Para el Miedo (Peeping Tom) (1960)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1960: Karlheinz Böhm (Mark Lewis), Moira Shearer (Vivian), Anna Massey (Helen Stephens), Maxine Audley (Sra Stephens), Brenda Bruce (Dora)

Director: Michael Powell, Guión: Leo Marks

Recomendación del Editor

Trama: Mark Lewis es un joven perturbado apasionado por la fotografía y el cine. De día, trabaja como técnico en un estudio de filmación; y de noche, sale a levantar prostitutas solo para acosarlas y filmarlas cuando las mata. Su vecina, Helen Stephens, ha irrumpido en su departamento y muestra un gran interés por el joven. Ahora Mark se ha enamorado de Helen, pero la situación sobrepasa su fragil estabilidad emocional, y el joven caerá en en una espiral de destrucción y muerte. Sin poder frenar sus instintos sicópatas, Mark ha montado el acto final de su perturbada vida; y se prepara para filmarlo en primer plano.

Crítica: Tres Rostros Para el Miedo (Peeping Tom) (1960)

La expresión británica Peeping Tom viene de la leyenda de Lady Godiva (1040 – 1080), en donde la noble dama decidió pasearse desnuda por las calles inglesas en protesta por una suba desmedida de impuestos. Al parecer uno de los testigos del evento vió a la dama en traje de Eva y terminó por quedarse ciego. Desde ese entonces, Peeping Tom ha quedado en la lengua inglesa como sinónimo de voyeur.

Fast forward en el tiempo. Ni bien empezaba la decada en 1960. Michael Powell era un director inglés de sólido prestigio. En ese año decidió despacharse con un film realmente avanzado para su tiempo, que trataba de un fotógrafo y pornógrafo que le encantaba matar prostitutas y gozaba viendo las filmaciones de sus muertes. No sólo era sexualmente escabroso, sino que el asesino serial resultaba ser una persona empática con el público – en vez de ser el villano, la audiencia lo percibía como una víctima de los terribles hechos que había pasado en su vida -. La ultraconservadora crítica inglesa la defenestró muy mal, y Peeping Tom pasó a convertirse en una película maldita, quedando relegada a la oscuridad y hundiendo la carrera de Powell. Mientras tanto, del otro lado del Atlántico, Alfred Hitchcock tomaba nota. Si bien Peeping Tom se estrenó tan solo tres meses antes que Psicosis, Hitchcock decidió no cometer los mismos errores de Powell. Le negó las exhibiciones de preview a la prensa, y decidió que el público se expresara por sí mismo. El enorme éxito de taquilla de Psicosis contribuyó a que la crítica se viera obligada a rever su postura frente al filme de Hitchcock. Pero en Inglaterra, la película de Powell sólo acumulaba escarnios y polvo en los estantes…

Nuevo fast forward en el tiempo. Fines de la década del setenta. Martin Scorsese era un director en auge gracias a Taxi Driver y New York, New York. Desde sus épocas como estudiante de cine Scorsese se encontraba tras la pista de Peeping Tom; y cuando pudo acceder a una copia, comprendió que se trataba de una obra maestra. Recaudando fondos, Scorsese decidió financiar el reestreno del filme en círculos de cine arte, e inmediatamente fue aclamado. Por fin Michael Powell recibió el crédito que la historia le venía negando.

En realidad el calificativo de “la Psicosis inglesa” no le queda nada mal a Tres Rostros para el Miedo. Aquí nadie ha copiado a nadie, ya que los proyectos de Powell y Hitchcock corrieron en paralelo y ocurrió una de esas raras coincidencias que depara la historia. Ambos filmes tienen un perfil similar – asesino serial; joven reprimido y perturbado por los abusos familiares; una doble vida -, lo que difieren es en el enfoque. El proceso de ver Peeping Tom es en sí una experiencia voyeur, ya que el asesino rueda en primer plano los asesinatos y nos convierte en partícipes. A su vez, es el abuelo de todo el género snuff; el maníaco encuentra solaz recreando los momentos de sus crímenes al proyectarlos una y otra vez en una pantalla de cine.

Peeping Tom es un filme realmente inteligente. Quizás el tema aquí pase porque a Michael Powell le interesa más realizar un análisis forense de la mente de un asesino antes que el terror y el suspenso en sí. Mientras que Powell filma correctamente tanto los asesinatos como el descubrimiento de los cuerpos, uno se imagina lo que podría haber hecho Hitchcock con semejante material – en especial en la secuencia de la filmación en el estudio, en donde una actriz simula abrir baúles sin saber que se va a encontrar con un cadáver -. Pero por otra parte, Powell pone mucha energía para pintar a Mark Lewis de cuerpo entero. Es un individuo sin vida propia; sólo se siente vivo a través de lo que filma con su cámara, y tiene una desmedida obsesión por lo morboso y lo sexual – se queda contemplando a las parejas que se besan; se deslumbra con el rostro de una mujer desfigurada por un labio leporino; y, en especial, el ver el terror en la cara de la gente lo pone eufórico -. La interpretación de Karl Bohn es excelente, porque va de lo reprimido y amanerado a lo descontrolado. El personaje de Bohn nunca está en equilibrio, incluso cuando tiene la cita con Anna Massey (a quien vimos hace poco en el sicothriller de Hitchcock Frenesí); todo el tiempo se expande y se contrae, se refugia en su caparazón o tiene ráfagas de euforia. Y aún con todos sus intentos de camuflar su personalidad, la misma no pasa desapercibida para distintos caracteres de la historia. En especial, para el fabuloso personaje de la madre de Helen Stephens – una mujer ciega que percibe la extraña energía del joven -. Cuando la Sra Stephens irrumpe en la sala de proyección privada de Mark, se produce una tensión memorable. Su instinto de madre le manda señales de alerta sobre el joven – aunque no sabe específicamente qué es lo que pasa con él – ; y mientras ella le dice que demasiado cine no es bueno y que debe buscar ayuda, Mark está proyectando precisamente la cinta de uno de los asesinatos. Es una escena excelente.

Peeping Tom está llena de excelentes elaboraciones sicológicas acerca del perfil de un asesino serial. El padre era otro enfermo que lo filmaba todo el tiempo y estudiaba sus reacciones – despertando al niño a cualquier hora de la noche; aterrándolo con lagartijas; poniéndolo cerca de situaciones incómodas como una pareja haciéndose arrumacos muy acalorados en el parque -, y terminó por transmitirle sus insanas obsesiones al hijo. Así es que Mark Lewis se convirtió en una especie de versión 2.0 de su padre, pero con la diferencia de que su vida sexual pasa por la visión de películas snuff que él mismo filma. Lo que a Mark le excita es el terror en la cara de sus víctimas (que para él serían expresiones orgásmicas). Es por eso que, al final, le dice a Helen Stephens: “ocúltate, no me dejes ver tu cara si estás aterrorizada”. Se alimenta del pánico de sus víctimas; eso lo descontrola de manera salvaje.

Peeping Tom es una película excelente. Lo suyo no pasa por el suspenso ni por el shock, sino por la exploración de las intimidades de un asesino serial. Mark Lewis es un individuo enfermo, pero está más cerca de nuestra piedad que de nuestro odio. Uno puede entender cómo es que ha llegado a ese punto. Y si se quiere, en el momento de conocer a Helen Stephens ha quedado condenado. Es que su atormentada vida no pudo resistir la incursión de la normalidad. Helen le brindó su amor; la madre de Helen le ofreció su sentido común para que obtenga una guía; pero el pobre Mark ya estaba en un estadío demasiado avanzado de su enfermedad, y ya no hay redención posible. Si se quiere, Mark termina transformándose en una figura romántica trágica, ya que ha decidido acelerar su proceso de autodestrucción después de conocer a Helen, y posiblemente con el fin de que la chica pueda salvarse. Eso lo acerca a otros personajes trágicos de la literatura – como El Fantasma de la Opera y El Jorobado de Notre Dame -, en donde el protagonista alcanza cinco minutos de felicidad sólo para darse cuenta de que no puede lidiar con su naturaleza y de que está condenado. La bella termina siendo el faro que anuncia el final del viaje para el monstruo. Y es lo que ocurre con este clásico recuperado de Michael Powell.