Crítica: La Isla de las Almas Perdidas (La Isla del Doctor Moreau) (1932)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1932: Charles Laughton (Dr Moreau), Richard Arlen (Edward Parker), Kathleen Burke (Lota), Arthur Hohl (Dr Montgomery), Leila Hyams (Ruth Thomas), Paul Hurst (Capitán Donahue), Bela Lugosi (vocero de la Ley)

Director: Erle C. Kenton, Guión: Philip Wylie & Waldemar Young, basados en la novela La Isla del Dr Moreau de H.G. Wells

Trama: Tras zozobrar su barco, Edward Parker queda a la deriva en el mar hasta que es recogido por un carguero. El navío lleva un enorme cargamento compuesto por animales exóticos, los que han sido adquiridos por el misterioso Dr. Moreau y deben ser entregados en su isla – la cual no figura en ningún mapa -. Un altercado con el capitán dejan a Parker varado en la isla de Moreau; y el excéntrico científico le ofrece su hospitalidad hasta que sea posible regresar a la civilización. Pero a medida que pasa el tiempo, Parker terminará por descubrir que la enorme masa de nativos que pueblan la isla son en realidad fruto de experimentos que ha estado realizando Moreau. Y es que se tratan de animales que han sido forzados en su grado de evolución hasta convertirse en criaturas casi humanas.

La Isla de las Almas Perdidas (1932) La Isla de las Almas Perdidas está basada en la novela de H.G. Wells La Isla del Doctor Moreau, que data de 1896. A su vez sería la primera de tres adaptaciones cinematográficas hechas sobre el libro, siendo las otras la de Don Taylor de 1977 (con Burt Lancaster y Michael York), y la de John Frankenheimer de 1996, con Marlon Brando. Pero el filme de 1932 termina por sacarle varios cuerpos a sus remakes, y se continúa manteniendo como la versión más sólida y memorable.

En sí, lo que hace The Island of Lost Souls es tomar un escenario típico del cine de aventuras y transformarlo en un viaje hacia el terror. Lo usual es tener a un expedicionario perdido en algún paraje exótico y que se encuentre con una hostil tribu indígena que lo hace poner pies en polvorosa. Lo que ha hecho Wells es convertir a la jungla en una isla – con lo cual no hay escape posible -, y a los nativos en una camada interminable de monstruos, fruto de experimentos científicos fallidos. Como usualmente la obra de Wells es irónica respecto del imperio inglés de principios del siglo XX – La Guerra de los Mundos satiriza la omnipotencia militar británica, poniéndola de rodillas frente a una imparable invasión colonial alienígena -, este sería el caso de los nativos tomando por asalto a los colonialistas para declarar su independencia. El otro punto donde queda clara la ironía de Wells – si bien la obra fue escrita mucho antes de que el cine se transformara en un medio masivo, y que siquiera existiera el cine de horror – es en revertir las posiciones del genero clásico de monstruos al estilo de Frankenstein: usualmente son los pobladores los que se alzan para linchar a la criatura, mientras que aquí es la horda enfurecida de monstruos la que termina por ajusticiar al malévolo ser humano que los victimiza.

Pero La Isla de las Almas Perdidas no es tan pulida como otros clásicos de su época. El problema pasa por la dirección de Erle C. Kenton, un tipo cuyo prontuario posterior es bastante anónimo con la excepción de algunas secuelas serie B de Frankenstein rodadas para la Universal. Aquí hay un puñado de escenas breves bastante mal orquestadas, como el inicio a bordo del carguero – las peleas entre el capitán y Parker son patéticas – así como todas las volteretas poco creíbles para que el héroe termine en la isla del buen doctor; y en otras ocasiones Kenton no sabe cómo poner en vereda a Charles Laughton – si bien el actor inglés despliega una galería enorme de tonos sobre Moreau (que van de lo siniestro a lo mundano), hay momentos en se ve demasiado afectado o sobreactúa en sus instantes de locura -. Por otro lado el guión también tiene algunos problemas, especialmente cuando Parker llega a la isla, tras lo cual no sabe muy bien en qué posición moral ponerlo o cómo improvisar para que el protagonista esté todo el tiempo haciendo algo. Por ejemplo, cuando Parker se entera de los experimentos de Moreau grita a las cuatro voces que va a destruirlo… y sigue alojándose en su cómoda mansión. Sigue deambulando por allí, e incluso parece flirtear con una de las nativas… que resulta ser una mujer pantera creada por Moreau. Menos mal que estaba a punto de casarse con el amor de su vida.

Pero con la excepción de esas pifias relativamente menores, el resto de la trama es interesante y siniestra. Uno de los detalles más sorprendentes son los propósitos de Moreau para con Parker y Lota (la mujer pantera), que pretende que mantengan relaciones para analizar el bebé resultante (el fruto de la unión entre un humano y un animal). Es un aspecto sumamente sórdido – una de las causas por las cuales la censura británica vetó la exhibición del filme hasta 1958 -, y termina de exponer a Moreau como un pervertido, más allá de sus retorcidos propósitos científicos. Por otro lado pone a Lota en el lugar de figura trágica, única en su especie y despreciada por propios y ajenos. Es un rol realmente interesante.

El otro punto de interés es la naturaleza de las criaturas. Las versiones posteriores hacen hincapié en su naturaleza animal, pero aquí ello es menos evidente – a lo sumo parecen víctimas de deformaciones genéticas, y recién sobre el final el director Kenton empieza a exhibir los rasgos animales que aún conservan -. Esto resulta mucho más efectivo que en las remakes siguientes. Además, el hecho de que la historia esté desarrollada en una época en donde la manipulación genética era desconocida – ni siquiera se sabía de la existencia del ADN -, termina por darle mayor brutalidad a la historia al explicar que Moreau ha forzado la evolución de los animales mediante cirugía. El momento en que Parker irrumpe en la Casa del Dolor, donde Moreau está realizando operaciones sin anestesia sobre uno de los animales, es bastante shockeante.

En cuanto a las perfomances, Laughton roba escenas sin demasiado esfuerzo en vistas del cast mediocre. Su Moreau es carismático y siniestro, aunque a veces bordee la sobreactuación. El otro que sobresale es Bela Lugosi como el vocero de la Ley – las reglas de convivencia que Moreau ha obligado a memorizar a sus criaturas -, a lo cual su usual inglés cocoliche termina por resultarle efectivo aquí ya que su voz no suena humana – su entonación y su carencia de signos de puntuación en las frases son prácticamente alienígenas, como las de alguien que no entiende el idioma que habla -.

La Isla de las Almas Perdidas es un clásico efectivo, aunque tiene sus pifias. Sin dudas otro director con talento – como James Whale, el mismo de Frankenstein – podría haber hecho maravillas con la historia. Así como está tiene sus momentos de shock, un puñado de escenas intensas, y obtiene un buen clima de terror sobre el final. Pero en el medio hay inconsistencias de tono e ideas que empañar un poco sus quilates.