Crítica: La Marca de la Pantera (1982)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

2 atómicos: regularUSA, 1982: Nastassia Kinski (Irena Gallier), Malcolm McDowell (Paul Gallier), John Heard (Oliver Yates), Annette O’Toole (Alice Perrin), Ruby Dee (Female), Ed Begley, Jr. (Joe Creigh), Scott Paulin (Bill Searle), Frankie Faison (Detective Brandt)

Director: Paul Schrader, Guión: Alan Ormsby, basado en la película homónima de 1942 escrita por DeWitt Bodeen

Trama: Irena Gallier va a la casa de su hermano en Nueva Orleans. Será la primera vez que se vean en la vida, ya que ambos fueron separados antes de los 10 años y puestos en orfanatos debido a la súbita muerte de sus padres. Pero no pasa mucho tiempo antes que Paul Gallier demuestre un comportamiento inusual, como si estuviera interesado sexualmente en su hermana. Mientras tanto una prostituta ha sido seriamente lastimada en el cuarto de un burdel en el otro extremo de la ciudad, y el agresor ha sido una pantera negra oculta bajo la cama de la habitación. Oliver Yates y Alice Perrin, expertos del departamento de animales de la ciudad, acuden al lugar y logran sedarla y transportarla al zoológico de Nueva Orleans. Y es allí donde Oliver conoce a Irena, quien se encuentra fascinada con la pantera. Entre ambos comienza un romance, pero la pantera logra atacar a sus cuidadores y se da a la fuga. Paul ahora ha reaparecido – después de varios días de ausencia – y, lo que era insinuación, se transforma directamente en acoso de Irena. Acudiendo a los brazos de Oliver, éste descubre que la pantera asesina también persigue a la chica. Y no pasará mucho tiempo hasta que descubra que Paul es el animal, ya que los Gallier son víctimas de una maldición que se ha extendido durante siglos y que se convierten en panteras al momento de tener relaciones sexuales, y que sólo logran recuperar la forma humana después de devorar a sus compañeros de turno. Pero Irena ha perdido la virginidad y ha comenzado con los síntomas y, a menos que a Oliver se le ocurra algo, no le quedará otra solución que matarla antes de que ella lo destroce con sus garras.

Arlequin: Critica: La Marca de la Pantera (1982)

Natassia Kinski: qué mujer hermosa. Qué mala actriz. Increíble que semejante diosa sea fruto de ese eslabón perdido (en todo sentido) que es Klaus Kinski. Si la Kinski ha hecho carrera es por su belleza y por su habilidad para quedar en cueros con suma facilidad – es una constante en el grueso de actrices europeas de aquella época, ya sea Ornella Mutti o Sidney Rome -. Los europeos son contemplativos, prefieren lo que ellos llaman “bellezas hieráticas” antes que actrices que sepan mover los músculos faciales como la gente. Acá la Kinski regala otra de sus performances desajustadas – pone caras equivocadas según lo que ocurre en cada situación – y desentona. Pero el resto del elenco le va en saga: tenemos a un John Heard flaco, siglos antes de perder a Macaulay Kulkin en el aeropuerto, y que es incapaz de cambiar de expresión en todo el filme (al menos tiene el consuelo de comerse de postre a la Kinski en reiteradas ocasiones); y después Malcolm McDowell, antes de volverse viejo y patético y cuando hacía roles de degenerado. Acá McDowell se reencuentra con su hermana después de una parva de años, y lo primero que quiere es transársela. Y lo que menos tiene McDowell es sutileza; cada vez que se acerca a la Kinski pretende comerle la boca o le acaricia una oreja. Es un hermano demasiado pegajoso e incómodo, pero todo viene por una razón.

La Marca de la Pantera es la remake de un filme de 1942 dirigido por Jacques Tourneur y producido por el maestro del terror sutil que fue Val Lewton. La historia original hablaba de matrimonios no consumados y maldiciones serbias en donde la chica de turno debía decidir si no darles crédito o revolear la bombacha y arriesgarse a transformarse en pantera (porque las panteras abundan en Serbia, ¿no?; al menos la maldición del hombre lobo – pergueñada por gitanos – tiene mas asidero porque en Europa sí hay lobos). Decididamente debe ser un filme muy superior a este. Acá Paul Schrader (que le gusta escribir y dirigir películas sobre personajes conflictuados sexualmente, ya sea Taxi Driver o Auto Focus) tira al diablo la sutileza de Tourneur / Lewton y pone la sexualidad en primerísimo plano. Nada de sombras sugeridas, acá hay transformación espectaculares al estilo de El Hombre Lobo Americano en Londres, con gente deshaciéndose y brotando panteras del interior de su piel. En el interín Schrader mete con calzador escenas del filme original – una extranjera se topa con la Kinski y la llama “hermana”, reconociendo que es otra pantera humana como ella; está la secuencia de la pileta, sólo que Annette O’Toole es acosada por la Kinski en su forma humana en vez de estar convertida en animal -, y todas parecen forzadas. Es que Schrader está contando una historia completamente diferente a la de Lewton, y cada referencia al original queda fuera de lugar.

Eso no significa que lo que intenta hacer Schrader con la versión 1982 no tenga su cuota de cosas interesantes, pero Schrader es malo manejando actores – las performances te crispan los pelos de la nuca -y la sutileza no es lo suyo. Las transformaciones y los ataques están bárbaros pero, cuando no hay panteras boyando por la pantalla, el drama es torpe y artificial. Ya sea todo el histeriqueo sexual de la Kinski, las idas y vueltas de John Heard, el rebuscado final (hubiera sido mejor algo al estilo de El Hombre Lobo Americano en Londres, con la criatura sacrificada por su ser querido), o la errática conducta de McDowell. Lo que indigna de La Marca de la Pantera 1982 es que la puesta en escena es torpe, y en el fondo hay una buena historia sólo que el director es muy malo para narrarla. Toda la secuencia onírica en Africa – ya sabemos de donde sacó Ryan Coogler la idea del árbol gigante lleno de panteras en las ramas para Black Panther – es genial, y la leyenda sobre la maldición – que las panteras son seres divinos a los que les ofrecen sacrificios, y los niños que devoran terminan creciendo dentro de ellos hasta convertirse en panteras humanas – está bárbara. Lo que sigue es arbitrario – cuando tienen sexo, se convierten en felinos y deben matar a sus amantes para recuperar la forma humana -, y parece una idea del puritano Schrader para demostrar que la promiscuidad es mala y tiene un costo, y sólo los célibes y vírgenes tienen la virtud para no caer en el pecado y convertirse en monstruos. En ese sentido McDowell y Kinski están condenados de antemano, no sólo por su deseo sexual descontrolado, sino porque deben tener relaciones entre ellos (que son hermanos) para no convertirse en fieras… una vida constante de pecado para seres impuros que solo merecen la muerte y el infierno.

La Marca de la Pantera es una película desprolija que termina por arruinar las buenas ideas que están enterradas en el guión. El problema es que los personajes son toscos y unidimensionales, y no siempre actúan con lógica. Se deja ver por las escenas de acción y los desnudos de la Kinski, pero dista mucho de ser una película satisfactoria, simplemente porque Schrader maneja mal el drama y porque mete un subtexto empapado de moralina que no era necesario.