Crítica: Maratón de la Muerte (1976)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1976: Dustin Hoffman (Babe), Laurence Olivier (Szell), Roy Scheider (Doc), William Devane (Janeway), Marthe Keller (Elsa)

Director: John Schlesinger, Guión: William Goldman, basado en su propia novela

Trama: “Babe” Levy es un joven estudiante de historia que se ha enamorado de una chica suiza, a la cual se ha cruzado en la biblioteca. El romance anda de maravillas hasta que reaparece su hermano Doc, el cual viene de Europa y se encuentra involucrado en el negocio del petróleo. Pero cuando Doc aparece herido de muerte en el departamento de Babe, el joven comienza a darse cuenta que nada es lo que parece. Como que su hermano era un agente de inteligencia, o que su novia no es más que una espía que mandaron a vigilarle. Y todo ello tiene que ver con el paradero de una enorme fortuna en diamantes, cuya propiedad pertenece al doctor Christian Szell – un peligrosísimo criminal nazi que se encuentra prófugo desde finales de la guerra -, el cual se ha visto obligado a retirarlos en persona en Nueva York y ha comenzado a eliminar a los testigos de dicha operación. Babe se verá sumido en una espiral de dolor y muerte, en donde su máximo deseo será vengar la muerte de su hermano; pero Szell y los suyos son especialistas en el sufrimiento humano y el derrotero de Babe será largo y tortuoso hasta que logre cumplir con los designios que le ha deparado el destino.

Maraton de la Muerte Maratón de la Muerte es el típico ejemplo de la cinematografía que se hacía en la década del setenta: estéticamente potente y densamente paranoica, a lo que se le puede añadir el alto componente literario (¿hace cuánto que uno no ve un filme basado en un libro como la gente?; todo lo que hay son guiones originales – y mediocres – o copias de mala calidad de éxitos ultraconocidos), y el gran nivel actoral de sus intérpretes. Si uno analiza en profundidad verá que en Maratón de la Muerte no hay mucho que contar; ni siquiera la hora final – en donde Dustin Hoffman se transforma en un desquiciado vengador – termina siendo satisfactoria en los términos habituales de los filmes de venganza. El protagonista liquida a los sicarios pero su vida queda destrozada de manera permanente, y dudo mucho que un ejército de sicólogos pueda ayudarlo a reconstruirla.

Maratón de la Muerte no deja de ser un ejercicio de estilo sobre una historia chiquita (pero bien contada). No hay demasiados vericuetos, sino que la mayoría del relato descansa en las habilidades del director como narrador. Tomen por ejemplo las largas tomas silentes, en donde el único sonido audible es la tensa banda sonora de Michael Small; o las tomas torcidas que monta Schlesinger para los momentos de tensión (insostenible) que se las ingenia en coreografiar. Una de las escenas más impactantes del filme es cuando Dustin Hoffman se encuentra sumido en la tina de su baño – luego de haber pasado un día de porquería, el cual ha culminado con su hermano muerto en su departamento – y, de pronto, siente extraños cuchicheando en su living y apagando cada una de las luces de su casa. Es una secuencia que crispa los pelos, especialmente porque uno (poniéndose en el lugar del protagonista) no tiene manera de detenerlos o siquiera de defenderse; Hoffman se acuartela en el baño, grita por la claraboya, intenta trabar la puerta… pero la violencia resulta indetenible.

Quizás el mayor mérito del filme sea la banda sonora, ya que entre la tensa música y los silencios se crean atmósferas enervantes. Desde los largos entrenamientos de Hoffman en el Central Park hasta la clásica (y desesperante) secuencia de la tortura con el torno dental encuentran su punto justo en la combinación de tonos y vacíos que ensaya la partitura. Es como el silencio que presagia el desastre y que lo pone a uno al borde de la butaca… porque sabe que algo malo – muy malo – está por suceder. Por otra parte, esos raptos de silencio culminan en secuencias brutales: Maratón de la Muerte tiene algunas de las muertes mas salvajes y shockeantes que yo recuerde. No es que haya un desparramo de tripas; el impacto viene porque se ven dolorosas y tremendamente realistas.

Todo el argumento en sí parece un reciclado de las tramas típicas de Frederick Forsyth, con organizaciones secretas nazis, fortunas ocultas – provenientes del despojo de los prisioneros judíos durante la guerra -, connivencia entre nazis retirados y sucios operadores del espionaje americano, e inocentes involucrados en una conspiración de proporciones inimaginadas, los cuales terminan desarmándolas por ser el factor inesperado de toda la ecuación. Uno no termina de entender muy bien el propósito del personaje de Roy Scheider – es un espía que operaba de incógnito, aceptando encargos sucios del nazi Sznell; pero, por otra parte, existe la sospecha que deseaba liquidarlo para apoderarse de los diamantes -, mas allá de perfilarse como un héroe sagaz y ser liquidado a mitad de camino, pasando la posta al mucho menos interesante Dustin Hoffman. El problema con Hoffman (y con todos los actores de método) es que son sobreactores recargados de tics, con lo cual sus performances nunca se ven naturales. Para colmo Hoffman se ve como un geronte y no calza en absoluto en el rol de adolescente universitario indefenso – para colmo, ya hacía como 10 años que había hecho El Graduado y, en esa época, ya tenía 28 años! -. Ciertamente la performance de Olivier tampoco se ve natural, pero lo suyo ya es como un gusto adquirido; al menos Olivier tenía el deber de lucir viejo y le daba la edad para ello.

Si hay algo frustrante en Maratón de la Muerte es que el texto plantea algún tipo de subtexto – relacionado con la discriminación – y después termina por abandonarlo. Los judíos odian a los alemanes, los nazis odian a los judíos, los vecinos latinos de Hoffman lo odian por ser un blanco pedante, e incluso el padre de Hoffman y Scheider fue perseguido (y odiado) por pensar diferente en las épocas del Macarthismo. Pero, después de ello, no ocurre más nada con todo ese tema. Hoffman venga a su hermano con el arma que usó su padre para suicidarse, pero dudo mucho que ello implique algún tipo de redención relacionado con la memoria de su progenitor. Incluso diría que el climax – que es satisfactorio en el sentido que el villano recibe su merecido – no le deja nada de valor al protagonista más que un horizonte vacío y un corazón maltrecho. Lo suyo ha sido una vida marcada por las pérdidas – por lo menos hay tres a lo largo de la historia -, y las mismas ni siquiera han tenido utilidad como para marcarlo y hacerlo renacer como un nuevo hombre.

Maratón de la Muerte es un thriller formidable, marcado por excelentes atmósferas e impresionantes raptos de violencia. Funciona como ejercicio de estilo – y sin dudas es uno impactante – pero, por otra parte, la historia no termina de ser redonda; el problema es que decide abandonar al protagonista sobre el final, denegándole algún tipo de redención. Aún en los minutos finales de Harry El Sucio sabíamos lo que pasaba por la mente de Clint Eastwood; pero aquí todo deriva en ocultar y huir, sin que sepamos cuál es el estado mental de Dustin Hoffman al final de todo el proceso. Porque, amén de ir al dentista a arreglarse las caries, dudo que podamos anticipar alguna otra movida de la suerte que corrió el protagonista.