Crítica: Manos: The Hands of Fate (1966)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1966: Hal Warren (Mike), Diane Mahree (Margaret), John Reynolds (Torgo), Tom Neyman (el Maestro), Jackie Neyman (Debbie)

Director: Harold P. Warren, Guión: Harold P. Warren

Trama: Mike y su familia salen de vacaciones, pero terminan por extraviarse al elegir mal las rutas. Perdidos en un paraje desolado, acuden a la única casa del lugar para pedirle hospedaje ya que ha caído la noche cerrada. Pero son recibidos por el criado del dueño, quien les advierte de los peligros del lugar. Y es que Mike y su familia han llegado a la casa del Maestro, una siniestra figura que regentea un culto satánico y que desea quedarse con su esposa y su hija.

Manos: The Hands of Fate Hablemos de películas incompetentes. Manos: The Hands of Fate (literalmente: Manos: Las Manos del Destino) es uno de los mejores ejemplos del género. La historia de origen es similar a la de otros clásicos (en el buen o mal sentido de la palabra) del cine fantástico, como Plan 9 del Espacio Exterior, La Noche de los Muertos Vivos o El Carnaval de las Almas: un grupo de individuos se reúne con la idea de hacer plata rodando un filme de terror; desarrollan un argumento pomposo, se ilusionan con desembarcar en Hollywood, son estafados por la distribuidora y el filme termina en el dominio público (sin derechos de autor). A su vez muchísimos de estos proyectos (usualmente bizarros) culminaron siendo redescubiertos por el público, décadas después y a través de emisiones televisivas como la serie Mystery Science Theater 3000, tras lo cual obtuvieron status de culto como comedias inintencionales.

El génesis de Manos: The Hands of Fate es bien conocido. Harold P. Warren era un vendedor de fertilizantes que entabló amistad con Stirling Silliphant (un guionista que terminaría por dar a luz títulos recordados como El Pueblo de los Malditos, Marlowe, La Guerra de Murphy, Infierno en la Torre, la tercer aventura de Harry el Sucio The Enforcer, o el vehículo de Charles Bronson Operacion Telefon) a mediados de los años sesenta, y terminarían haciendo una apuesta sobre si Warren sería capaz o no de generar un filme enteramente desde cero, sin el apoyo de los estudios de Hollywood. Warren comenzó a recaudar dinero de posibles inversores (unos 19.000 dólares), contrató a un puñado de locales y actores amateurs, y les prometió porcentajes sobre la recaudación de la película a cambio de sus honorarios. Con un rodaje extremadamente rápido, el iluso Warren arregló un espectacular estreno en el cine de El Paso, Texas (su pueblo natal), el cual incluyó reflectores nocturnos y limusinas (una sola, bah, que iba y venía para cargar por tandas a los miembros del cast). Con el auditorio lleno y todas las autoridades locales presentes, comenzó la exhibición. Pero a mitad de la proyección Warren y el elenco debieron salir por la puerta trasera, ya que entre las risas y los abucheos de la platea la situación se había vuelto insostenible – el filme era abismalmente ridículo -. Demás está decir que apenas logró obtener distribución para la película, y Manos: The Hands of Fate cayó en el olvido hasta que en 1993 Mystery Science Theater 3000 lo rescató y lo convirtió en objeto de culto. Desde entonces ha estado poblando la listas de las 10 peores películas de la historia de la mayoría de los medios especializados (en la IMDB figuran en el bottom ten desde hace años).

La idea de Warren era la de rodar la historia de una familia extraviada en los caminos de Texas, la que termina por toparse con un culto satánico liderado por un siniestro maestro y su secuaz (el cual debería ser un sátiro); pero es tan monumental la inexperiencia de Warren como cineasta y guionista que la experiencia termina resultando un disparate filmado. Comenzando con la cámara utilizada para el rodaje, que es posiblemente el problema principal de la película (y el que da pie a la mayoría de ridiculeces que ocurren en pantalla). Warren filmó todo con una cámara 16 mm Bell & Howell, la cual sólo podía rodar un máximo de treinta segundos y sin siquiera sonido. La brevedad de los planos redunda en que la película sea relativamente ágil, aunque uno puede ver que los actores están disparando sus líneas de apuro ya que se les termina el celuloide; y cuando empalman segmentos relativamente largos, la luz cambia sorpresivamente de un fotograma a otro. Para colmo, el hecho de no tener sonido implicó que la película tuviera que ser doblada en post producción… con sólo tres hombres y una mujer para hacer todas las voces. Por eso es que cada vez que habla la niña del filme suena como Chucky imitando a Lisa Simpson.

El nivel de actuación es uniformemente malo. Pero quien se lleva las palmas sin lugar a dudas es John Reynolds, quien hace del sátiro y ayudante del maestro. El tipo se puso unas pesas de metal en las rodillas (para simular las patas de macho cabrío que tienen los satiros), pero termina caminando todo el tiempo como si pisara huevos (imaginen a Tandarica en una película de terror!). A esto se suma de que Reynolds tenía serios problemas de drogadicción (de hecho, terminaría suicidándose al poco tiempo de finalizado el rodaje), y acá pasa todo el tiempo en una nube de pedos siderales a años luz de cualquier galaxia conocida (perdón el francés). Su performance como Torgo es tan sideralmente bizarra – se bambolea todo el tiempo como una gelatina y se nota que está duro como una puerta – que hay que verla para creerla.

Por si fueran pocos los problemas del filme, Warren es también muy malo con el argumento y la dirección. En un momento la niña se escapa (sale por la única puerta de uno de los decorados), y los padres empiezan a gritar durante cinco minutos, preguntándose por donde pudo haber salido y buscando detrás de los sillones o los jarrones (!); el maestro va a buscar a Torgo – quien está tirado, hundido en una reposera – y la secuencia se toma dos minutos enteros (e hilarantes) para mostrar cómo el pobre Reynolds intenta pararse como puede debido a las incómodas protesis que se puso; el personaje de Warren (ni bien llegan a la casa) empieza a prepotear a Torgo como si fuera su sirviente de toda la vida; las escenas nocturnas están rodadas realmente de noche (y no de día con un filtro de color, que es la técnica habitual), por lo cual las secuencias son muy oscuras y los actores no pueden caminar más de dos pasos sin quedarse sin luz, amén de tener encima un constante enjambre de mosquitos; y la claqueta del rodaje aparece en cámara varias veces. Y sin dudas las mejores escenas son las del acoso sexual de Torgo a la mujer de Warren, en las cuales Reynolds pasa por todo tipo de estadíos y morisquetas en cuestión de segundos, siempre con los ojos como dos huevos duros.

Manos: The Hands of Fate es monumentalmente incompetente. Es malísima en todos los sentidos habidos y por haber. Pero vale la pena verla, especialmente por la performance de John Reynolds como Torgo. Definitivamente es una película clásica del cine Z, tan mala que resulta formidablemente cómica.