Crítica: Esos Magnificos Hombres en sus Maquinas Voladoras (1965)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA / GB, 1965: Stuart Whitman (Orvil Newton), Sarah Miles (Patricia Rawnsley), James Fox (Richard Mays), Alberto Sordi (conde Emilio Ponticelli), Robert Morley (lord Rawnsley), Gert Fröbe (coronel Manfred von Holstein), Jean-Pierre Cassel (Pierre Dubois), Eric Sykes (Courtney), Red Skelton (hombre de Neanderthal), Terry-Thomas (Sir Percy Ware-Armitage), Benny Hill (jefe de bomberos)

Director: Ken Annakin, Guión: Ken Annakin y Jack Davies, Musica – Ron Goodwin

Trama: Inglaterra, 1910. Son los albores de la aviación, pero el avance de los ingleses en el tema es muy tímido. Estimulado por su futuro yerno, el magnate del periodismo Lord Rawnsley decide organizar una carrera aérea que una Londres con París, y hace llegar invitaciones a aviadores de todo el mundo. A la competición llega el acartonado coronel alemán von Holstein; el mujeriego piloto francés Pierre Dubois; el emocional conde italiano Emilio Ponticelli; el intrépido piloto americano Orvil Newton; y también están los británicos Sir Percy Ware-Armitage (héroe de la aviación nacional) y Richard Mays, quien es el prometido de la hija de Lord Rawnsley. Pero Patricia Rawnsley es una mujer moderna e independiente que desea apasionadamente tripular una de las máquinas voladoras. Al pedirle al americano Newton que le permita volar, ambos quedan prendidos sentimentalmente. Pero Mays está dispuesto a luchar por Patricia; y como si esto fuera poco, Orvil debe ganar la carrera para poder salir de la bancarrota. Y las cosas se complicarán aún más cuando el retorcido Sir Percy Ware-Armitage comience a sabotear las frágiles máquinas voladoras para poder asegurarse la victoria.

Esos Magnificos Hombres en sus Maquinas Voladoras (1965) Entonar al unísono!:

Those magnificent men in their flying machines,
They go up diddley up-up, they go down diddley down-down!

(fragmento de la pegadiza canción del título de Esos Magníficos Hombres en sus Máquinas Voladoras)

En los sesenta las películas épicas eran realmente épicas. Miles de extras, un gigantesco esfuerzo de producción, cientos de días dedicados a la reconstrucción de máquinas y escenarios… ésos eran realmente filmes y no lo de ahora, que todo es generado en un cuartito lleno de computadoras. Aquí Ken Annakin, que era un especialista en filmes monumentales (El Día Más Largo del Siglo; La Batalla de las Ardenas) se despacha con una comedia de época a lo grande. Y terminar por crear un producto memorable.

Es inevitable comparar a Esos Magníficos Hombres en sus Máquinas Voladoras con la otra comedia épica del mismo año, La Carrera del Siglo de Blake Edwards. Ambas tratan sobre competiciones internacionales a principios de siglo, tienen una pristina reconstrucción de época, y son filmes descomunalmente largos (dos horas 10 aquí; tres horas en The Great Race). Pero si bien La Carrera del Siglo tenía unos personajes deliciosos propios de caricatura, también tenía unos baches narrativos en el medio que la lastraban. En cambio el filme de Ken Annakin es mucho más balanceado al armar una troupe más numerosa y sólida de actores, y repartirle líneas cómicas por igual a todos. Eso hace que la duración de la película sea mucho más llevadera, aunque uno extraña que Orvil Newton no fuera Tony Curtis y Sir Percy Ware-Armitage no lo encarnara Jack Lemmon. Si ese hubiese sido el caso, ésta sería la comedia perfecta. Además, al ser una carrera relativamente más corta (Londres – Paris), Annakin le dedica mucho más tiempo a los personajes y a los preparativos del evento. La primera parte es amena y simpática, y termina en un clímax gracioso; ya en la segunda parte – la carrera misma -, el humor deja paso al espectáculo de ver esas fabulosas reconstrucciones de aviones de principios de siglo volando majestuosamente por los cielos. Pero ya para el clímax el filme llega con las balas justas, e incluso el desenlace de la carrera es algo abrupto con la secuencia pre créditos finales en donde regresa Red Skelton para darle el cierre a la película.

Ciertamente es un humor zumbón y tonto, pero a fuerza de insistencia termina por ganarse a la platea. Los gags recurrentes del film son satirizar la idiosincrasia de la nacionalidad de los participantes: la pica entre alemanes y franceses, la excesiva burocracia germana – que no hace nada sin un manual -, el frenesí mujeriego del piloto francés (que todas sus amantes son idénticas, no importa en el pueblo o país que esté), la flema y el honor de los ingleses. Como el timing comico de Stuart Whitman es muy limitado, los americanos toman la posta de las acciones heroicas; los stunts del filme son realmente notables – recreando incluso secuencias típicas del cine mudo, como el carro de bomberos que pilotea Benny Hill -, con maniobras aéreas realmente intrépidas considerando lo improvisado de sus aviones.

El cast es notablemente bueno. Terry-Thomas repite uno de sus clásicos papeles retorcidos, aunque uno echa de menos más tiempo en pantalla y mayor malicia (¿donde está el profesor Fate?); Sarah Miles despide carisma y simpatía (y eso que con Stuart Whitman se llevaron a las patadas en el set); pero los ladrones de escenas son Eric Sykes (el chofer de Terry-Thomas), Gert Frobe (Goldfinger) y Jean Pierre Cassel. Esos últimos dos se sacan chispas y les corresponden los mejores gags de la película. Por contra, Stuart Whitman es un héroe deslucido y Alberto Sordi está criminalmente desperdiciado.

Esos Magníficos Hombres en sus Máquinas Voladoras es un filme encantador. Es nostálgico, tiene carisma, tiene humor, entretiene con sus chistes y con su espectáculo. Quizás no tenga los brillantes personajes de The Great Race ni los grandes comediantes del filme de Blake Edwards, pero es mucho más parejo y sólido. Existe una seudo secuela (Montecarlo or Bust), de Ken Annakin y sobre una carrera de autos de la época (incluso toma prestado a Tony Curtis para el protagónico), que esperamos ubicarla y comentarla en breve. Y esperamos que sea tan buena como esta película.