Crítica: Madhouse (La Mansión Sangrienta) (1974)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

GB, 1974: Vincent Price (Paul Toombes), Peter Cushing (Herbert Flay), Robert Quarry (Oliver Quayle), Natasha Pyne (Julia Wilson), Adrienne Corri (Faye Carstairs)

Director: Jim Clark, Guión: Ken Levison & Greg Morrison, basados en la novela Devilday de Angus Hall

Trama: Paul Toombes es un actor que ha llegado a la fama gracias a su personaje del Doctor Muerte en una serie de películas de terror muy populares. Pero, durante la noche en que se estrenaba su última película, su mujer ha aparecido decapitada, lo cual ha arrojado al actor a un pozo de histeria y paranoia en el cual estuvo sumido durante los últimos doce años. Ya que Toombes nunca ha podido recordar nada – y el asesino cometió el homicidio disfrazado como el Doctor Muerte -, las sospechas se han cernido sobre él durante años. Ahora ha sido liberado del asilo en que estuvo internado todo este tiempo y, aunque desea un retiro tranquilo y anónimo, pronto le ofrecen una jugosa oferta para recrear al Doctor Muerte en una lujosa serie televisiva a rodar en Inglaterra. A regañadientes Toombes se traslada a Europa pero, a poco de llegar, han comenzado a sucederse los asesinatos, sean de conocidos o empleados vinculados con la producción de la serie. Y nuevamente el sospechoso es el conflictuado actor, cuyos nervios se encuentran a punto de estallar. ¿Acaso Toombes se ha vuelto loco – y está cometiendo los homicidios en un estado de inconsciencia -, o hay alguien que quiere enloquecerlo y goza viendo su desgracia?.

La Mansion Sangrienta (Madhouse) Madhouse es un filme que posee su importancia histórica. Fue la despedida de Vincent Price de la American International Pictures, estudio que le diera fama y prestigio durante los años 60 a través de las numerosas adaptaciones de obras de Edgar Allan Poe que Price protagonizara a las órdenes de Roger Corman. Pero también fue una de las últimas películas de terror de la AIP, la cual abandonaría el género a los pocos años – por una cuestión de falta de rentabilidad – y se abocaría a producir filmes blaxploitation durante el resto de la década (como aventuras de acción protagonizadas por los morenos Pam Grier o Fred Williamson, por ejemplo). Lo que ocurre es que en los 70s los gustos habían cambiado y el cine de horror se había vuelto mucho más explícito en sangre, tripas y desnudos, con lo cual nadie quería ver misterios góticos protagonizados por aburridos tipos envueltos en capas victorianas – algo similar a lo que le pasaría a los estudios ingleses como Hammer o Amicus, lo que los llevaría a su decadencia y cierre en cuestión de escasos años -. El cambio cultural lo produjo primero El Exorcista y, después, la proliferación de terribles – pero explícitos – filmes italianos de horror, los que iban desde los clones peninsulares de los zombies de Geroge Romero hasta una tonelada de violentos giallos de las más distintas calidades.

Para 1974 Price estaba veterano… y amargado. No le gustaba ni medio cómo había evolucionado la AIP todos esos años luego de la partida de James H. Nicholson – uno de los socios fundadores del estudio y el único de la gerencia de la AIP que poseía auténtico paladar artístico – y lo único potable que había hecho en los últimos tiempos era la saga del Dr. Phibes (algo que Madhouse intenta imitar sin éxito). Nicholson, gran amante del cine, montó su propia productora y dió a luz un par de joyitas como La Leyenda de la Mansión Infernal (1973) y el hit de culto La Fuga del Loco y la Sucia (1974)… lástima que el emprendimiento en solitario duró menos que un suspiro ya que Nicholson falleció a causa de un inesperado tumor cerebral en 1972, y todos sus proyectos fueron completados post mortem. Por otra parte Samuel Z. Arkoff – el cual no sabía tanto de cine pero si conocía mucho de números – se había quedado con la AIP y buscaba la ganancia rápida a costa de la calidad artística. Si bien al principio pretendía seguir con el terror como uno de los rubros principales del estudio – e incluso había armado un sucesor para Price en la figura de Robert Quarry, el cual protagonizaría Conde Yorga, Vampiro y su secuela con gran suceso -, pronto decidió abortar los planes y dedicarse de manera casi exclusiva al blaxpoitation. Así fue como el inminente estrellato de Quarry quedó trunco – y el tipo tuvo que resignarse a participar en producciones serie Z durante el resto de su vida -, y Price abandonó el estudio dando un portazo, convencido de que estaban insultando su carrera, su prestigio como artista y, sobre todo, el enorme esfuerzo que había hecho a lo largo de todos esos años, ya que gracias a su trabajo la AIP se había convertido en un estudio conocido, respetable y rentable. Todo lo que siguió ya forma parte de la historia: la AIP comenzó a tener pretensiones de estudio grande y se embarcó en producciones cada vez más costosas – como Meteoro, El Horror de Amityville, o la versión 1977 de La Isla del Doctor Moreau -, en donde las pifias terminaban por dejar agujeros económicos insalvables, los cuales concluirían en 1980 al ser absorbida por Filmways Incorporated (y, a partir de allí, vendrían una era de canibalizaciones y adquisiciones, en donde los activos de la AIP pasarían por Orion Pictures y, tras la quiebra de ésta, a manos de la MGM). Price se dedicaría a filmes menores, encontrando un pequeño revival a través de sus participaciones en los filmes de Tim Burton (su principal admirador), el videoclip de Thriller de Michael Jackson, y en el reencuentro de glorias de la actuación de la era dorada de Hollywood Las Ballenas de Agosto (junto a Ann Sothern, Bette Davis y Lillian Gish), antes de fallecer en 1993.

En vista de la importancia histórica de su legado, Madhouse no deja de ser una despedida mediocre de Price del estudio que lo llevara a la fama. El filme está construido como un inmenso homenaje hacia el actor – se repiten numerosas escenas de antiguos hits como El Pozo y el Péndulo, La Caída de la Casa Usher o Cuentos de Terror, las cuales figuran como filmes pertenecientes a una ficticia franquicia de horror protagonizada por el personaje del Doctor Muerte, alter ego cinematográfico de Paul Toombes / Vincent Price -, e incluso hay momentos en que bordea la metaficción; a final de cuentas uno no sabe si el personaje de Price se ha vuelto loco y se ha convertido en su criatura, o si el Doctor Muerte es una entidad real que se ha escapado de los filmes y empieza a asolar al actor que lo interpreta. En muchos momentos Madhouse parece el abuelo de la saga Scream e, incluso, hay secuencias en que amenaza rumbear el mismo camino de La Nueva Pesadilla de Freddy. La macana con todo esto es que, a pesar de toda la riqueza de posibilidades que ofrece la premisa, el guión termina siendo chatísimo, lleno de golpes de efecto baratos y carente del más mínimo humor. Toda la historia podría haber funcionado como una sátira al género (como Scream) o, bien, pudo convertirse en algo mucho mas paranoico y asfixiante; pero la dirección de Jim Clark es insìpida, el libreto desborda de pavadas – Peter Cushing tiene a su esposa (deformada por un incendio) encerrada en un sótano y rodeada de arañas; Robert Quarry sobreactúa mal y sólo aparece para decirle cosas fuera de lugar a Price; y el mismo Vincent demuestra que no sirve para hacer el papel de víctima, poniendo carotas frente a cada nuevo cadáver que descubre en su camerino -, y la resolución es acalambrante. Sólo hay un momento en que Price sale a flote en toda esta desidia y es cerca del final, cuando la locura lo desborda y se despacha con una parrafada épica; el resto va de lo exagerado a lo grotesco, y se nota la ausencia de talento por todos lados. Ni siquiera Peter Cushing está el suficiente tiempo en pantalla como para repuntar la puntería de semejante mediocridad.

Definitivamente Madhouse es una película olvidable. Es horror sin filo y recargado de obviedades, en donde el equilibrio brilla por su ausencia. El director y los libretistas desperdician los talentos de consumados veteranos del espectáculo, simplemente porque carecen de creatividad, lo que termina arruinando una historia que podría haber resultado mucho más interesante en manos de otros responsables.