Crítica: Looker (1981)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1981: Albert Finney (Dr Larry Roberts), Susan Dey (Cindy Fairmont), James Coburn (John Reston), Leigh Taylor-Young (Jennifer Long)

Director: Michael Crichton, Guión: Michael Crichton

Trama: Varias modelos han aparecido muertas en extrañas circunstancias, y todas ellas han sido pacientes del cirujano plástico Larry Roberts, quien ha quedado en la mira de la policía como principal sospechoso. Roberts comienza su propia investigación y descubre que todas ellas han sido contratadas por la agencia Digital Matrix. Convencido de que la agencia tiene algo que ocultar, Roberts decide infiltrarse en sus instalaciones y se topa con un proyecto secreto denominado Looker, el que consiste en un gigantesco centro de cómputos que genera y transmite comerciales de televisión, los cuales emiten una señal imperceptible que sirve para hipnotizar a la audiencia. Pero los responsables de Looker han dado con el paradero de Roberts y están dispuestos a no reparar en esfuerzos para eliminar al único testigo que puede develar su diabólico plan.

Looker (1981) En los setentas Michael Crichton se había puesto de moda con los hits La Amenaza de Andromeda y Oestelandia. Fue tanto el éxito que los productores de Hollywood le dieron carta blanca a los siguientes proyectos del escritor, y éste no tardaría en saltar a la silla del director en algunos de dichos casos. En lo personal no me gusta Crichton como cineasta; es muy indulgente con si mismo y sus películas tienen cierto tufillo a ciencia ficción barata. Me gusta más cuando a Crichton lo toman directores de fuste (como Robert Wise o Steven Spielberg), ya que le hacen un filtrado profundo y rescatan lo mejor de sus obras.

Y esto es particularmente patente con Looker. Como suele ocurrir en las filmes made by Crichton, el concepto central de la historia es fascinante, pero la ejecución deja mucho que desear. Es como si el escritor se hubiera enamorado de la idea, la hubiera desarrollado en profundidad y, a último momento y con total desgano, se vió obligado a adosarle una intriga genérica y deslucida como para sumar páginas y darle un formato de thriller. En menos de 20 minutos sabemos que James Coburn y Leigh Taylor-Young son los villanos, y que en Digital Matrix es donde se esconde el secreto del estofado. Como suele ocurrir en el manual de Conspiraciones Idiotas 101, esta gente quiere dominar el mundo pero sólo cuenta con uno o dos asesinos. La teoría aplicable es que los malos se gastan toda la plata construyendo enormes guaridas subterráneas (nya, nya!) y se quedan sin dinero para contratar sicarios.

La idea central es bastante parecida a otro thriller de la misma época – Agency (1980) -: el villano va a utilizar a la televisión para manipular la mente de las personas. Mientras que en el filme con Lee Majors se utilizaba publicidad subliminal, acá se usan pulsos eléctricos escondidos en comerciales generados por realidad virtual – la computadora deduce qué parte de la pantalla va a ver el televidente, y allí manda la señal que va directo a su cerebro -. Ahora, que alguien me explique si la computadora no podía esconder las mismas señales en un video común y corriente. Dejando de lado el tema de la hipnosis electrónica, el resto es un bolazo sideral – las modelos van a hacerse cirugias faciales con mílimetros de precisión para ser simétricas y que la computadora pueda scanear sus facciones y simularlas en realidad virtual (¿qué? ¿la Commodore 64 no era capaz de corregir un pómulo fuera de lugar o un ojo caido?); una vez digitalizadas, son asesinadas… ¿¿para que no reclamen honorarios o derechos de autor?? -, y la trama se pone cada vez peor a medida que se acerca al climax. En un momento Albert Finney encuentra un dispositivo – que parece un secador de pelo que emite una onda lava cerebros, similar al gadget que usaba Will Smith en Hombres de Negro – y se manda a una persecución con los esbirros del villano, los cuales se disparan todo el tiempo con el aparatito. No solo flashean a Finney en más de una oportunidad, sino que los asesinos jamás atinan a matarlo… aún cuando el tipo queda catatónico durante varios minutos.

Quizás lo peor sea el final, que bordea lo ridículo. No tanto por el montaje de anuncios en vivo – todo tiene lugar en un gigantesco estudio, en donde la computadora pone los actores virtuales sobre los decorados preparados -, sino porque el incompetente del asesino mata a cualquiera menos a Finney. Yo creo que a esa altura Crichton estaba muy harto de su propia obra y le endilgó el primer final que se le ocurrió. Es inconcebible pensar que un autor de la talla de Crichton haya considerado al climax de Looker como algo escrito de manera decente.

Looker es mediocre. Las señales están a la vista: Crichton como director, los protagónicos de Albert Finney y James Coburn – tipos que tuvieron su momento de gloria en los años 60, pero que en los 80 filmaban cualquier barrabasada -, una trama llena de agujeros y una terrible reputación en la IMDB. Lo que salva a Looker del abismo es que tiene un par de ideas innovadoras – la realidad virtual y los actores sintéticos; el lavado de cerebro a través de la televisión -, pero la intriga apesta y definitivamente no es la mejor obra de Crichton. Y de eso, doy palabra certificada.