Crítica: El Liquidador (The Liquidator) (1965)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

calificación 4/5: muy buena GB, 1965: Intérpretes: Rod Taylor (Boysie Oakes), Trevor Howard (coronel Mostyn), Jill St. John (Iris), Wilfrid Hyde-White (jefe), David Tomlinson (Cuadrante), Eric Sykes (Griffen)

Director: Jack Cardiff – Guión: Peter Yeldham, basado en la novela homónima de John Gardner

Trama: Con motivo de la reciente oleada de deserciones de científicos y políticos ingleses hacia el bando soviético, el coronel Mostyn del servicio secreto británico recibe la misión de reclutar un asesino a sueldo, el cual tendrá el trabajo de eliminar a los traidores antes de su defección. El elegido resulta ser el americano Boysie Oakes, un hombre que accidentalmente salvó la vida de Mostyn durante la Segunda Guerra Mundial. Pero Oakes es un cobarde bueno para nada, cuya unica virtud es estar en el momento indicado en el lugar incorrecto. Mostyn engatuza a Oakes y le promete una vida a todo lujo mientras el americano cree que se trata de un vulgar trabajo de inteligencia. Pero ahora que Oakes ha firmado todos los papeles, se entera de la verdadera índole de la misión. Y ya que él no quiere matar, se verá obligado a contratar a un asesino a sueldo… uno que le cobra muy barato y por lo cual hace una jugosa diferencia monetaria mientras se dedica a corretear chicas y a disfrutar la lujosa vida que financia Mostyn. El problema es que su secreto pende de un hilo, especialmente cuando agentes enemigos se encuentran tras el rastro de Oakes y planean secuestrarlo, con lo cual el americano se verá obligado a improvisar para poder salvar su vida.

El Liquidador (1965)El Liquidador es la adaptación de la primera de una saga de ocho novelas escritas por John Gardner entre 1964 y 1976. En ellas trataba las aventuras de un heroico cobarde llamado “Boysie” Oakes (pienso que el apodo debe significar “muchachito” o algo parecido), al que metían por casualidad en el servicio secreto inglés y terminaba resolviendo complejas misiones de pura suerte. Como puede verse los libros eran mas cómicos que de espionaje, y ello le dió cierta fama a Gardner hasta tal punto que más tarde le ofrecieron la posibilidad de revivir la franquicia literaria de James Bond a partir de 1981.

Debo admitir que he leído un par de títulos de la saga Bond desarrollada por Gardner – Licencia Renovada (1981) y Operación Rompehielos (1983) -, y decir que eran espantosos era quedarse corto. No es que Ian Fleming fuera exactamente Shakespeare pero al menos era un hombre de mundo y sus novelas tenían el exotismo propio de alguien que ha vivido mucho, amen de tener un vuelo creativo propio del de un autor de comics. Por contra Gardner era un pajuerano incapaz de entender qué significa el estilo o de qué trataba la saga 007, y se dedicó a masacrar al personaje inundándolo de merchandising. Por ejemplo, le hizo vender su antiguo Bentley y comprarse un Saab (!!!) (¿a dónde fue a parar la veneración por los autos ingleses que tenía 007?), o trocar su Walther PPK por una Heckler & Koch. Alteró tanto al caracter que lo único que quedaba para identificarlo era el nombre, y lo rodeó de villanos patéticos y olvidables. Gracias a Dios Gardner abandonó la saga y, si bien no conozco el trabajo posterior (a cargo de Raymond Benson), por lo menos sé que el tipo era un bondfilo de alma. El primer cuento de Benson – Blast From the Past -, escrito para la revista Playboy en 1997, era una secuela directa de Al Servicio Secreto de Su Majestad con Irma Bunt y la hija de Auric Goldfinger tendiéndole una trampa a 007 en Nueva York, y ya con sólo ese dato se ganó mi respeto.

Aqui Gardner no es el único nexo con la saga Bond. Está Trevor Howard, que tuviera el protagónico en La Amapola es una Flor (1966) – basada en una novela de Ian Fleming -; la chica es la simpatiquísima Jill St. John, la misma de Los Diamantes son Eternos; está el argentino Lalo Schifrin a cargo de la música, quien compusiera temas para infinidad de clones 007 de la época como la aventura de Matt Helm Murderer´s Row; y Shirley Bassey canta (mas bien grita) la canción del título.

El tema del vivillo al que le salen las cosas de casualidad no es nuevo (Alec Guiness ha hecho varias películas al respecto, como Nuestro Hombre en la Habana), y acá el tema daba para hacer una jugosa sátira sobre el género del espionaje. Boysie Oakes es un simpático inoperante al que el resto de los espías le tiene miedo por una fama que sólo ellos imaginan. Es como poner a Chance Gardener o Forrest Gump en el servicio secreto, en donde todo los palurdos que lo rodean toman sus palabras y gestos como genialidades y sirven para demostrar la banalidad de la gente. La diferencia está en que Oakes no es un ingenuo sino un vivo que se dedica a explotar a consciencia su situación de privilegio, dedicándose a rascarse el higo mientras otros hacen el trabajo sucio..

Mientras hay un enorme potencial en la premisa, el problema de El Liquidador pasa porque a John Gardner es un tipo muy corto de ideas y no se le ocurre cómo seguir explotando la sátira – imaginen lo que Graham Greene, el autor de Nuestro Hombre en la Habana, podría haber hecho con este tema -. Uno piensa que la comedia de enredos comenzará cuando a Oakes le den la orden de matar al asesino que él ha contratado para hacer su trabajo sucio… pero ese momento nunca llega, y Gardner prefiere desarrollar episodios uno tras otro, como el viaje a Niza o el engaño orquestado para que Oakes le haga un trabajo al enemigo. No hay un villano constante, e incluso el personaje resulta ser más eficiente de lo que uno inicialmente pensaba. Con lo cual El Liquidador termina por convertirse en una comedia lineal y sumamente light, simpática es cierto, pero carente de la substancia que prometía.

Acá sacan las papas del fuego el delicioso casting, comenzando por Rod Taylor – un formidable ídolo del cine que hundiría su carrera en la siguiente década gracias al alcoholismo -, Trevor Howard y Jill St. John, los que se pasan haciendo morisquetas como para que no queden dudas de que la cosa no va en serio. Pero como todo es tan amable y se deja ver con una sonrisa, uno no tiene manera de enojarse con la liviandad de El Liquidador.

4 CONNERYS: Una fabulosa premisa que podría haber dado lugar a un hibrido entre 007 y Nuestro Hombre en la Habana. Lamentablemente los creativos se quedaron cortos de ideas y dieron lugar a una comedia liviana y simpática, con Rod Taylor haciendo de espía torpe y mujeriego al que se le dan las cosas por casualidad. Recomendable.