Crítica: La Liga Extraordinaria (2003)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA / Alemania, 2003: Sean Connery (Allan Quatermain), Shane West (Tom Sawyer), Naseeruddin Shah (Capitán Nemo), Peta Wilson (Mina Harker), Stuart Townsend (Dorian Gray), Jason Flemyng (Dr Edward Jekyll / Mr Hyde), Tony Curran (Rodney Skinner), Richard Roxburgh (M),

Director: Stephen Norrington, Guión: James Dale Robinson, basado en la saga de novelas gráficas escritas por Alan Moore & Kevin O’Neill

Trama: Finales del siglo XIX. En Londres se producen una serie de saqueos a bovedas bancarias, en donde los ladrones han utilizado tecnologías extraordinarias y han diezmado a las fuerzas policiales. Los robos se reproducen, con similar intensidad, en todas partes de Europa y las potencias continentales empiezan a acusarse mutuamente, quedando al borde de una guerra mundial. Un oficial del gobierno británico – apodado M – ha comenzado a reunir a un grupo de caballeros del imperio, los cuales poseen poderes extraordinarios. Está el aventurero Allan Quatermain, experto cazador y brillante estratega; Dorian Gray, un inmortal invulnerable a las balas; Mina Harker, la que posee los oscuros dones del vampirismo; Rodney Skinner, un ladrón que ingirió una fórmula secreta que lo ha convertido en invisible; el Dr. Jekyll, que posee el secreto químico de la superfuerza; y el enigmático capitán Nemo, un genio científico de ignoto pasado. Este equipo extraordinario recibe la misión de detener a la fuerza criminal que amenaza a Europa, liderada por una siniestra figura apodada “el Fantasma”; pero una vez que la liga se pone en marcha, sus miembros terminarán por descubrir una conspiración mucho más vasta de lo imaginado, la cual tiene que ver con la apropiación de sus habilidades sobrenaturales a manos del mismo Fantasma.

La Liga Extraordinaria The League of Extraordinary Gentlemen (la liga de caballeros extraordinarios) es una serie de novelas gráficas que comenzó a escribir Alan Moore (junto con Kevin O´Neill) a partir de 1999. La idea de Moore era la de crear un gigantesco universo steampunk en donde una enorme cantidad de personajes de la literatura clásica coexistía o estaba relacionado entre sí. Esto daba pie a jugosas aventuras victorianas en donde aparecían conjuntamente Tarzán, Sherlock Holmes, John Carter de Marte, las invasiones marcianas de H.G. Wells, y un larguísimo etcétera. La idea en sí no es nueva – si bien hay algunos antecedentes literarios en los años 40, la perfección del modelo se le atribuye a Phillip José Farmer, quien desplegó una enorme cantidad de novelas en los años 70 y terminaría por bautizar al género como el universo Wold Newton o la paradoja Newton -, pero Moore y O´Neill fueron los primeros en llevarlo al comic y con un grado de excentricidad realmente sorprendente. La idea de la novela gráfica era que todos los personajes extraordinarios de la literatura clásica estuvieran relacionados (por origen, por parentesco, por amistad, etc) y convivíeran en un mismo universo, concientes de la existencia del resto. Esa misma idea terminaría por ser adaptada por la Marvel y la DC Comics, quienes reelaborarían la mitología de sus superhéroes clásicos para convertirlo en una especie de culebrón nerd de repercusiones infinitas – por ejemplo, que el padre de Tony “Ironman” Stark tuvo que ver con el desarrollo del super suero que dió origen al Capitán América, o que Lex Luthor tenía una corporación que convivía y rivalizaba con la de Bruce Wayne -.

En vista del fervor enfermizo de Hollywood por las adaptaciones cinematográficas de comics de superhéroes, era obvio que la obra de Moore y O´Neill iba a terminar siendo filmada tarde o temprano. Curiosamente uno de los primeros en acercarse al proyecto fue Sean Connery, un tipo completamente negativo respecto del material fantástico (despreció papeles en obras tales como Matrix, simplemente porque no entendía de qué trataba la obra), quien terminó oficiando como productor del filme. Y al mando pusieron a Stephen Norrington, un especialista en efectos especiales que había tenido un buen debut en la dirección con Blade (1998).

Lamentablemente ninguno de los creativos involucrados pareció entender demasiado de qué iba el tema, con lo cual La Liga Extraordinaria termina siendo una bolsa de gatos. Hay una parva de cambios al material de Moore – se mete con calzador el personaje de Tom Sawyer, como para que los americanos tengan un héroe con quien identificarse; por problemas de derechos no se pudo mencionar ni a Campion Bond (uno de los que reclutan a la liga original, y que sería el abuelo de James Bond) ni a Hawley Griffin, el hombre invisible original de H.G. Wells; la historia es un collage de las dos primeras aventuras de la liga que no siempre termina de resultar coherente -, con lo cual se pierde la fidelidad sobre el original. Mientras que para mí eso no representa un gran problema, hay otros aspectos que dejan bastante que desear, comenzando por los tiempos de exposición. Hasta la aparición de Allan Quatermain todo el relato parecía encaminado en la senda de una aventura clásica… pero luego, en menos de cinco minutos, el libreto decide despacharse con hombres invisibles, vampiras y seres inmortales. Y ninguno de los participantes de la historia – absolutamente nadie – parece sorprendido en lo más mínimo por la presencia de personajes con caracteristicas tan sobrenaturales.

Lamentablemente los problemas no terminan ahí. Yo tampoco tengo inconvenientes en aceptar cosas que la critica ha defenestrado – si un submarino gigante realmente puede navegar por los canales de Venecia, o si la tecnología anacrónica que muestra el relato era técnicamente posible con los recursos de la época -, pero sí me molesta mucho la falta de consistencia interna entre el contexto histórico y el comportamiento de los personajes frente a una tecnología que les resulta completamente alienígena para dicha época. Por ejemplo, que Tom Sawyer (uno de los tantos que jamás vió un automovil, ni sabe cómo funciona) salga pisteando por el medio de las calles de Venecia, o que Allan Quatermain le pregunte a Nemo si el misil que va a disparar puede rastrear al coche (Quatermain era un geronte viviendo en medio de la estepa africana; como quien dice, un tipo con conocimiento científico cero). Todos estos personajes actúan en realidad como gente moderna actuando en una obra de época, sabiendo qué es y cómo funciona (aunque sea de manera básica) cada aparato de última tecnología. No me sorprendería que Quatermain viera que Nemo saca un celular, se lo pidiera prestado, y comenzara a usarlo como toda su vida supiera de qué se trataba ese extraño aparatito.

No hay consistencia de los personajes con la tecnología; los tiempos narrativos son muy malos para que los espectadores digieran la existencia de tanta gente superpoderosa; y se suma a todo esto algunos diálogos que terminan por hacerle rechinar los dientes a más de uno. Norrington no es Bryan Singer y se nota; el director intenta tender un manto de oscuridad sobre cada uno de los personajes (al estilo de X-Men, ya que al final todo esto termina siendo la versión victoriana de los superhéroes de la Marvel), pero es algo que dura menos de cinco minutos; casi todas las secuencias en el Nautilus están armadas en tal sentido y termina siendo fútiles.

Pero el peor error del filme es – en mi opinión -el abominable perfil que le han dado al doctor Jekyll / Mr. Hyde. Si bien es la versión victoriana de El Increible Hulk, aquí se transforma en una cosa deforme y ridícula. Los brazos son dos bodoques postizos enormes y, lo que es peor, traiciona completamente al espíritu del personaje – Hyde era un individuo con rasgos feroces, pero que se movía en la sociedad victoriana con cierta naturalidad, como una especie de deforme perverso y con dinero que frecuentaba cabarets y mataba prostitutas (nadie vió la película con Spencer Tracy?); pero en ningún sentido era un monstruo de tres metros de altura -.

Y aún con toda enorme carga de problemas, La Liga Extraordinaria tiene su cuota de momentos destacables, los que ocurren cuando el original de Moore logra salir a flote en medio de la mediocre adaptación que le tocó en suerte. La descripción del Nautilus y del capitán Nemo; el carisma que destilan los actores – en especial Connery y la injustamente menospreciada Peta Wilson -; la visión de gigantescas fábricas vomitando ejércitos de última tecnología destinados a dominar el mundo. Por cada acierto, hay un puñado de pifias que arruinan el esfuerzo. Y aún con todo esto, me hubiera encantado ver una secuela de La Liga Extraordinaria. La producción habría aprendido de sus errores y, con otro director, toda la historia hubiera ganado en credibilidad.

La Liga Extraordinaria es una fracaso brillante. Es fascinante, a pesar de todos sus problemas, quizás porque hay escondida una gran película debajo de todos estos errores. Y por eso uno no puede dejar de verla, del mismo modo que uno se detiene a contemplar el incendio de un antiguo y hermoso edificio, viendo como las llamas destruyen la belleza de lo que pudo haber sido y ya no será jamás.