Crítica: El Juego de las Lágrimas (1992)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorGB / USA / Japón, 1992: Stephen Rea (Fergus), Jaye Davidson (Dil), Forest Whitaker (Jody), Miranda Richardson (Jude), Adrian Dunbar (Maguire), Jim Broadbent (Col)

Director: Neil Jordan, Guión: Neil Jordan

Trama: Fergus es un operativo del IRA. Su nacionalismo lo ha llevado a enrolarse en la organización hace años, pero en este momento no se encuentra tan convencido sobre la causa después de ver la brutalidad de los métodos empleados. Ahora Fergus, su novia Jude y el duro Maguire han secuestrado a un soldado, al cual piensan usar como moneda de cambio para rescatar a un guerrillero apresado por el ejército. Y mientras Fergus custodia a Jody, pronto el trato rudo da paso a una frágil amistad ya que la quimica que existe entre ambos hombres es muy buena. Pero las negociaciones han caído y ello implica que Fergus debe ajusticiar al soldado. Y, en un momento de titubeo, Jody logra empujar a Fergus y se escapa… sólo para terminar siendo atropellado por un vehículo militar que pasaba por la zona – y que ha llegado a arrasar todo el lugar en busca del soldado secuestrado -. Asqueado de todo, Fergus decide refugiarse en Londres… y cumplir la promesa que la ha hecho a Jody: declararle a su novia Dil las últimas palabras de amor que dijera antes de morir. Pero Dil posee una personalidad magnética y, al momento de sacarla de problemas, Fergus termina irremediablemente enamorado de ella. Pero todos tienen secretos, Dil inclusive, y el de Fergus lo está asfixiando. Sabe que su relación nunca funcionará como corresponde si no se confiesa con Dil y le dice que es responsable de la muerte de su novio. Y, mientras tanto, el IRA ha rastreado a Fergus y está dispuesto a hacerle pagar sus errores, sumiendo al ex guerrillero en una encrucijada mortal en donde su primer y único pensamiento es proteger a Dil de la furia de los sicarios.

Critica: El Juego de las Lagrimas

      El Juego de las Lagrimas (1992) Advertencia: esta review está dedicada a quienes han visto El Juego de las Lágrimas, así que desborda de spoilers. Si usted nunca ha visto el fantástico filme de Neil Jordan, le pido que lo consiga, lo vea y regrese mas tarde para unirse a la discusión. Es una experiencia tan potente y única que merece ser preservada a toda costa.

(alerta spoilers) El Juego de las Lágrimas es un thriller subversivo. Quizás el núcleo de su historia sea rutinario – sicario descubre que tiene corazón y abandona su oficio, se enreda con una inocente y descubre la vida y, de pronto, el pasado vuelve para atraparlo, embarcándose en una última pulseada en busca de redención -, pero Neil Jordan lo altera radicalmente al cambiar un único factor – la sexualidad de la inocente – y, de pronto, todo adquiere otro significado. El thriller se transforma en un potente discurso sobre la naturaleza del amor, y cómo éste se transforma en una comunión de espíritus sin importar el sexo de los involucrados. Claro, esto no funcionaría si los personajes no estuvieran escritos como los dioses, y si el director no fuera otro que Neil Jordan – el que le imprime vértigo, tensión, equlibrio y sensibilidad -. En el fondo es la historia de un individuo llevado por las fuerzas del destino – a las que no puede controlar -, y envuelto en un torbellino que determinará el resto de su vida. Aún con su fachada glacial, el personaje de Stephen Rea no deja de ser un individuo sensible, el que se conmueve con los detalles más ínfimos que le ofrece la vida. Será un patriota envuelto en una guerra sucia, y quizás sea un matón de profesión: pero el encuentro con su víctima – Forest Whitaker, en la época en que era expresivo y no sobreactuaba salvajemente – le ha abierto los ojos. Quizás el problema es que el rehén que custodia es un inocente y un individuo que, en otro momento, podría haber sido su amigo. La química que tiene con él lo ablanda, y Whitaker – un hombre desesperado metido en un juego que le es ajeno – hace lo imposible para conmoverlo y evitar que le aloje una bala en el cráneo. Pero el destino ha decidido burlarse de ambos: un accidente dispara una sucesión de eventos tan caóticos como letales, y es en esa refriega en donde el guerrillero decide escapar. Ya ha visto demasiada carnicería, ya ha visto demasiados inocentes morir delante de sus ojos. Sintiéndose responsable por lo sucedido – aún cuando él ni siquiera llegara a apretar el gatillo -, decide partir en una viaje de anonimato y redención. Olvidarse del ruido, pagar una deuda de honor… quizás tener una vida sencilla.

Si los momentos entre Stephen Rea y Forest Whitaker son notables por la candidez y la química, esperen a ver cuando Jaye Davidson entra en escena. Es una figura atrapante, carismática, plena de detalles, que desborda dulzura y emoción pero también tragedia. Hay señales sutiles que Rea no capta (y sólo lo hacen los espectadores en una segunda visión del filme), con personajes inusuales poblando el club que frecuenta Davidson, con indirectas que le tira el delicioso barman que compone un joven Jim Broadbent, con esas actitudes de diva de la morena que se traducen en una femineidad a flor de piel. Claro, es difícil no enamorarse de alguien así; y, pasado el momento de la verdad, Jordan nos hace trampa y nos muestra el club Metro tal como realmente es, pleno de gays, lesbianas y travestis, un público que queda en evidencia cuando Rea se saca la venda de los ojos.

Si Rea es un individuo confundido – con sus ideales, con sus acciones, con sus emociones -, es Davidson quien la tiene clara. Detrás de su apariencia festiva hay una profunda tristeza – la de llevar una vida de soledad y desprecio, de amores pasajeros y sentimientos incomprendidos, la de ser un fugaz objeto de placer en la vida de sus amantes, la de haber convertido al abandono en una rutina -, lo que la lleva a dar discursos propios de una persona curtida en la vida y conocedora profunda de los derroteros del corazón. Para Dil este albañil elegante es sólo uno de los tantos que la coquetean todos los días; y cuando las coincidencias se suceden, ya sabe que no son tales. Y si es algo palurdo, a ella no le cuesta nada tomar la iniciativa y quitarle la timidez. Dil es radiante y el guerrillero lo sabe y se conmueve. Quizás ya no se trate de un protectorado; quizás el destino – de manera tortuosa – ha querido que la conociera. Y mientras que el guerrillero es un individuo desbordado por los secretos que lo atormentan (y que amenazan destruir a esta relación en un futuro no muy lejano cuando las verdades salgan a la luz), Dil no deja de ser la persona espontánea que siempre fue: sus secretos están a la vista aunque, claro, un tipo rústico como Fergus es incapaz de percibir las señales.

Y por supuesto está el momento de la revelación… y de cómo la relación de Rea y Davidson evoluciona a partir de allí. ¿Qué es lo que nos enamora de las personas que amamos?. ¿Su personalidad, su corazón, su humor, su pasión?. ¿Es acaso el sexo un factor determinante de quienes nos enamoramos?. Ciertamente el personaje de Stephen Rea jamás podría salir románticamente con un hombre, pero los sentimientos sobre Dil son tan poderosos como imposibles de dominar. Es una travesti, pero también es una persona radiante que le ha llegado al corazón. Rea podría haber salido corriendo pero la primera reacción que tiene al día siguiente del descubrimiento es pedir perdón. Y cuando Dil se le acerca, no la rechaza. Se ve y siente como una mujer, aunque tiene el sexo equivocado. Ahora el punto es si Rea podrá aceptar esta relación: lidiar con sus prejuicios y entender qué es lo que lo enloquece de Dil. Lo suyo no es platónico pero está en un impasse hasta que pase la confusión; lástima que los hechos dominan sus tiempos, y el romance debe quedar en suspenso hasta resolver la amenaza que se cierne sobre sus vidas. Quizás cuando los protagonistas estén frente al final de todas las cosas, descubran qué es lo que los une y sabrán si es un sentimiento real. El guerrillero ha sucumbido a sus emociones, el espíritu de protección lo domina, y sabe que es la hora de sacrificarse y pagar sus pecados pero no sin antes salvar a quien ama. Es por ello que transforma a Dil, le corta el pelo, la viste de hombre. Cosa curiosa, su presencia andrógina ya no le provoca rechazo porque quizás en ésta – su hora mas desesperada – el guerrillero ha terminado de comprender que el amor se basa en la esencia de las personas, no en envases o etiquetas. El beso de despedida entre Rea y Davidson – disfrazado de jugador de criquet – es de una ternura y emoción formidable. Y lo es porque estos son personajes sensacionales.

Pocas peliculas son tan deliciosas como El Juego de las Lágrimas. Las performances, el timing, las revelaciones son geniales. Es una lástima que Jaye Davidson se haya asqueado de la fama y haya decidido cancelar su carrera artística – aparte de ésto y de Stargate, sólo hizo unos años mas de modelaje para luego sumirse en el anonimato – ya que es un intérprete que desborda sensibilidad y magnetismo. Si hubiera ocurrido hoy en día, Hollywood le hubiera allanado el camino al estrellato creándole vehículos acordes a su persona – fijense sino en las carreras de Laverne Cox o Peter Dinklage, individuos que rompen los moldes, rebosan talento y son adorados por la crítica -. Pero el tiempo sólo nos ha dejado un par de muestras de su fineza como intérprete y sin dudas El Juego de las Lágrimas figurará como su mayor logro artístico, un momento de virtuosismo devenido en su legado para toda la posteridad. (fin spoilers)