Crítica: JCVD (2008)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Francia / Bélgica / Luxemburgo, 2008: Jean-Claude Van Damme (como él mismo), François Damiens (Bruges), Saskia Flanders (hija de Van Damme), Alan Rossett (Bernstein)

Director: Mabrouk El Mechri, Guión: Mabrouk El Mechri y Frédéric Bénudis

Trama: Jean Claude Van Damme se encuentra deprimido por su reciente divorcio y por la batalla legal por la custodia de su hija. Su abogado Bernstein lo apremia con las deudas del juicio, caso contrario perderá la tutela de la chica. A su vez su carrera va en picada y económicamente se encuentra quebrado. Decidido a buscar un poco de paz, regresa a Bélgica – su país natal -. Pero en el camino Bernstein le pone un ultimátum, y Van Damme comienza a contactar a su agente para que cierre cualquier contrato y obtenga un adelanto. Sin plata en el banco y sin posibilidad de utilizar los cajeros automáticos, se dirige hacia una oficina de correos para recibir un giro. Pero Van Damme cae en el medio de un atraco, donde es tomado como rehén. Y cuando la policía llega al lugar, a los ladrones se les ocurre utilizar a la estrella como cabeza de turco, poniéndolo en contacto con las fuerzas del orden y haciéndoles creer que el robo fue su idea.

JCVD Debo admitir que jamás me ha gustado Jean Claude Van Damme. Siempre me pareció un héroe de segunda, sin carisma y sin rango interpretativo, que sólo se destacaba por sus fabulosas proezas físicas. Una inmensa mayoría de sus filmes son mediocres, con terribles argumentos, pésima dirección y, cuando no, falta de originalidad – como la flagrante imitacion de Operación Dragón en Bloodsport, por ejemplo-.

Es interesante analizar la carrera de Van Damme, como un signo de los tiempos que han cambiado en el género del cine de acción. El belga saltó a la fama con Retroceder Nunca, Rendirse Jamás en 1985, y comenzó una meteórica carrera. Los ochentas fueron la década de oro del cine de acción, con el surgimiento de figuras como Stallone, Schwarzennegger, Chuck Norris y Steven Seagal, y se corresponde con la era Reagan en la Casa Blanca. Y en ese entonces las cosas entre Norteamérica y la URSS estaban embromadas – carrera armamentista, el proyecto de La Guerra de las Galaxias con satélites armados con misiles nucleares en el espacio -. Era una época que precisaba héroes y el cine los reflejó en una gran cantidad de casos con una actitud panfletaria, como si fueran tiempos de guerra. Pero a mediados de los 90 el clima había cambiado – caída del muro de Berlín, salida de Reagan del gobierno -, además de que el cine de acción estaba transformándose. Antes era un género dominado por figuras y actores; hoy es un género de directores – uno puede verlo en casos como la trilogía de Jason Bourne, los filmes de superhéroes o en la reciente Wanted, en donde actores standard son llamados a interpretar a héroes de acción y lo que importa es la novedad del enfoque y el estilo que le da el director a la historia -. Además los viejos héroes de acción comenzaron a comprender (en su mayoría) que tenían que ampliar su rango de papeles para poder sobrevivir, ya que no podrían hacer esto el resto de su vida. Bruce Willis fue el primero y más inteligente de ellos – alternando acción, drama, comedia, cine independiente -, y después seguiría Schwarzenegger. Stallone se empecinaría en permanecer en el nicho donde a duras penas aún subsiste, y el resto de los menos talentosos desaparecería o viviría en el mundo de los filmes directo a video. En el caso de Van Damme, se hundiría con Legionnaire (1998) – un film preparado para el cine, pero de calidad tan dispar que sería lanzado en video y no recuperaría los 35 millones de dolares de inversión -. Desde entonces Van Damme ha estado volando bajo el radar con filmes baratos y descartables.

Pero si bien Seagal figura en producciones cada vez mas horrendas (y haciendo siempre de sí mismo) y Norris ha desaparecido del mapa, Van Damme ha emprendido una serie de decisiones cada vez más arriesgadas en los últimos tiempos. Ha aceptado papeles de villano; ha aumentado su rango interpretativo y sus películas han ido recibiendo mejores críticas. Y en ese comeback llega JCVD, que es un experimento tan fascinante como extremo. Aquí Van Damme hace de una versión ficticia de sí mismo, que no es muy diferente de su propia realidad, y se lanza al medio de una carnicería salvaje de su propia imagen.

En principio JCVD estaba pensada como una comedia autoreferencial sobre la estrella. Pero el proyecto sufrió una profunda transformación al momento de quedar en las manos del director argelino Maboruk El Mechri, y terminó por convertirse en un filme absorbente que va mucho más allá de lo originalmente propuesto. Y definitivamente es un experimento fascinante; JCVD es una especie de mezcla de Tarde de Perros y Quieres ser John Malkovich?; el perfil de Van Damme es muy real – a veces, demasiado real – y lo que comienza siendo una sátira termina por transformarse en una historia de redención del protagonista.

Es una mezcla de géneros en donde cada una de sus partes funciona de manera excelente. Por un lado tenemos a Van Damme, cuya imagen es rapiñada de manera salvaje, y lo que genera las mejores carcajadas de la película. Van Damme pobre, divorciado, obligado a tomar malos papeles, acosado por los fans y los abogados, criticado por el público. La escena del juicio en donde el abogado opositor argumenta que su hija no quiere vivir con él porque sus compañeros de colegio se burlan y porque la estrella sólo interpreta papeles violentos es sencillamente delirante. El tipo se pasa horas mostrándole al juez la cantidad de asesinatos (ficticios de cada film) que ha cometido JCVD en cada papel. La llegada de la estrella a Bélgica es otra tortura, en donde Van Damme es criticado sin piedad por la vieja taxista que lo lleva al pueblo. Está tan bien hecho que, a la vez de reírse de las ocurrencias del guión, uno termina por sentir pena por este hombre atrapado por la fama de haber sido y ya no ser – en algunos momentos Van Damme deja traslucir que se encuentra visiblemente incómodo con el rumbo del relato -. Y la frutilla del postre es la imagen de que el robo en la estación de correos ha sido cometido por él. A la vez de cumplir con sus respectivos trabajos, los ladrones y la policía son extremadamente cholulos con la estrella.

Por el otro lado está el policial, que está claramente concebido como un par de Tarde de Perros. Los ladrones son violentos pero algo simpáticos, los policías son torpes, el público está afuera vivando a Van Damme… es un delirio total. Además el director El Mechri utiliza una estructura de capítulos que no son lineales – al estilo de Pulp Fiction – en donde vemos varias veces el mismo acontecimiento pero narrado desde distintos puntos de vista. El colmo de la situación es cuando los padres de Van Damme son llamados para que negocien con su hijo la rendición y la liberación de los rehenes.

Pero en el medio de todo esto, hay una especie de epifanía de Van Damme durante un instante en que permanece encerrado como rehén de los ladrones. Es una escena impresionantemente emotiva y sincera, que se escapa completamente al guión y que le da un giro radical a la historia. Van Damme hablando directamente a la cámara, reflexionando sobre lo superficial de la fama, lo conflictivo de su vida personal, el derrumbe que lo llevó a las drogas, el agradecimiento que le debe a su país natal… es prácticamente una escena para el Oscar. Es como si el actor utilizara las libertades del libreto para convertirlo en una especie de terapia personal. Y lo más shockeante de esto es que Van Damme realmente conmueve. Llora, se emociona, se descarga. El héroe de acción deja paso al hombre, y a su vez se transforma en un actor excelente movilizado por sus propias experiencias personales. Sin dudas es el momento top del filme y uno totalmente inesperado.

El resto de la película está muy bien, e incluso el final es sencillamente sorprendente. En definitiva Van Damme termina por redimirse y se transforma en un héroe real, pero ha llegado al final y debe comenzar de nuevo. En cada nueva escena uno se shockea por los riesgos que ha asumido la estrella con semejante proyecto – si bien está dirigido con gran calidad y respeto, por el otro lado es un filme que bombardea su vida personal y que le exige un rango dramático nunca antes visto, cosa que Van Damme termina por cumplir con creces -. A mi juicio, JCVD es sin dudas el mejor filme de su carrera, y una película de culto de la hostia, como dirían los españoles. Con su inmensa galería de tonos y dirigido – e interpretado – con maestría, sorprende incluso a quienes no somos fans de la estrella belga. Una fascinante comedia con tonos dramáticos realmente brillante.