Crítica: Los Asesinos de la Luna de Miel (The Honeymoon Killers) (1969)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1969: Shirley Stoler (Martha Beck), Tony Lo Bianco (Raymond Fernandez), Mary Jane Higby (Janet Fay), Kip McArdle (Delphene Downing), Barbara Carton (Evelyn Long), Marilyn Chris (Myrtle Young)

Director: Leonard Kastle, Guión: Leonard Kastle

Trama: Norteamérica, en los años 40. Martha Beck es una obesa solterona que trabaja como enfermera. Por insistencia de una amiga Martha termina por escribir a una revista de corazones solitarios, y su sorpresa es mayúscula cuando atrae la atención de Raymond Fernandez, un latino muy locuaz y de ocupación desconocida. Martha se enamora inmediatamente de Fernandez, y decide seguirlo a Nueva York. Pero Fernandez es un vulgar estafador que suele escoger a sus víctimas de entre las publicaciones de corazones solitarios, y a las cuales les quita cientos de dolares con la promesa de casarse con ellas. El latino termina por quedar prendado de la fogosidad de Martha, y muy pronto ambos se encontrarán trabajando juntos en la tarea de engañar y robar a viejas solteronas, presentando a la ex enfermera como su hermana. Pero los celos enfermizos de Martha y su volatil temperamento harán que las cosas sean cada vez más violentas … culminando en varias ocasiones en un baño de sangre completamente innecesario.

Crítica: Los Asesinos de la Luna de Miel (The Honeymoon Killers) (1969)

Ciertamente Psicosis (1960) creó el slasher y los asesinos seriales, pero también dió las pautas iniciales de lo que sería la sicología forense – las explicaciones racionales de por qué funciona de manera tan retorcida la mente de los homicidas en serie -. En los cinco minutos finales en donde Simon Oakland se dirigía a la audiencia y traducía el funcionamiento de un sicópata a términos científicos, daba a entender la existencia de un mundo paralelo en donde las personas se comportan de otra manera, tienen otros valores y son el producto de diversos golpes emocionales que han sufrido en la vida. Parte de esa posta la tomaría Truman Capote, y construiría A Sangre Fría (1966), diseccionando el origen y la vida diaria de un par de asesinos de la vida real, llegando hasta el momento de cometer brutales homicidios. En mas de un sentido tanto el filme de Hitchcock como la novela de Capote sintetizan un cambio radical de mentalidad para la época y por ello fueron considerados revolucionarios. Ilustraban un mundo sin héroes ni justicia, en donde nuestro objeto de atención son amorales que matan compulsivamente. Los villanos son los protagonistas de la historia.

Los Asesinos de la Luna de Miel entran perfectamente dentro de esa corriente de disección forense de los hechos de la crónica policial. Aquí está el director y guionista Leonard Kastle (en su debut y despedida del cine), adaptando la historia real de un par de asesinos que existieron a finales de los años 40 y que terminaron siendo ajusticiados en 1951. Pero Kastle no salta directamente a los homicidios sino que ilustra cómo esta gente llegó a eso. Una obesa enfermera enamorada de un gigoló latino, el cual la termina por acoplar a sus estafas. Una escalada de celos enfermizos que culmina en escenas cada vez más violentas. Cabos sueltos, fachadas volatiles, y la necesidad de borrar pistas a como dé lugar. Y los errores, que cada vez se acumulan en mayor cantidad y calidad.

Pero The Honeymoon Killers es un filme tremendamente desparejo. Se percibe la modestia del presupuesto, pero eso no debería haber afectado otras cuestiones mínimas y esenciales, como tono del relato y calidad de perfomances. El comienzo es realmente mediocre, y uno se cuestiona seriamente si éste no es un filme sobrevaluado, o si se trata de una decisión artística del director de jugar todo en un tono muy exagerado – que bordea lo camp -. Esta gente es muy naif e infantil, y los diálogos desbordan la pomposidad propia de una comedia mediocre de los años 40. El otro punto que desmerece a este capítulo es que Martha acepta a Raymond como estafador y pasa a ser su pareja de manera demasiado abrupta. Es como si Kastle no hubiera podido manejar la fluidez que precisaba la situación (una lenta escalada de credibilidad y química entre los protagonistas), y hubiera tirado todo por la borda para pasar a la etapa siguiente.

Pero por suerte todo lo que sigue es cuesta arriba. En realidad el punto fuerte del filme pasa por Shirley Stoler – la que no resulta muy creíble como tímida enamoradiza del acto I, pero que comienza a apoderarse de la pantalla cuando tiene raptos de furia y pasión a partir del segundo acto – . Esta es una mujer obesa pero extremadamente sensual – y en un sentido perverso -; y a su vez, es capaz de transformarse en un monstruo violento en cuestión de segundos. Ver a la Stoler empardada con Tony Lo Bianco tiene algo estremecedor, y posiblemente pase por el hecho de ver a un tipo apuesto y mujeriego – que puede obtener la mujer que desee, y que incluso muchas de sus víctimas son atractivas – completamente sumiso frente a esta mujer monumental y dominante. Es una relación retorcida y fascinante. Eso no quita que el segundo acto no tenga deficiencias – algunas de las víctimas están mal escritas o sobreactuadas -, pero con cada explosión de la Stoler el filme recupera terreno notablemente.

Y donde Los Asesinos de la Luna de Miel consigue ponerse completamente de pie es en el último acto. Simplemente es brillante. Si hasta entonces lo que obtenía la audiencia eran ráfagas de la locura enterrada bajo la piel de los protagonistas, ahora los sicópatas se terminan de sacar los disfraces. Aquí hay dos secuencias – una anciana adinerada, a la cual la pareja planea sacarle lentamente el dinero hasta que se les acaba la paciencia; y una joven viuda con su hija, la cual esconde un secreto explosivo – que están filmadas de manera magistral. Primero, porque la evolución es tan gradual que asusta. Esta gente empieza con una nimiedad, argumenta, pasa a discutir, y por último explota de manera sangrienta. Tony Lo Bianco – que debería ser el más racional y medido – se ve obligado a tomar decisiones bestiales en cuestión de segundos, se traumatiza, y termina por hacerle el amor a la Stoler a metros de un cadáver. O en el último asesinato, en donde la desprevenida víctima (saturada de drogas e incapaz de moverse) sólo alcanza a seguir con los ojos los movimientos de Lo Bianco y Stoler mientras éstos discuten si vale la pena matarla o no. Eso sin contar con la shockeante secuencia del sótano, que está rodada con una frialdad inusual para la época. El último acto es directamente una obra maestra, y uno lamenta que Kastle no haya puesto más empeño para pulir todo el desarrollo previo, emparejando la calidad de todo el filme.

The Honeymoon Killers es un filme que precisa paciencia para que verlo madurar hasta que alcanza todo su esplendor. Al principio su calidad engaña, pero el resto es un viaje en subida. Es una lástima que Shirley Stoler no haya obtenido la carrera que se merecía a partir de esta película. Su actuación es fuerte, intensa, perversa. El único papel de corte similar que haya obtenido es la de la guardiana que degradaba a Giancarlo Giannini en Pascualino Siete Bellezas (1975) y, por el resto de todo ese tiempo, ha caido en un injusto olvido.