Crítica: Todos los Hombres del Presidente (1976)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1976: Dustin Hoffman (Carl Bernstein), Robert Redford (Bob Woodward), Jason Robards (Ben Bradlee), Hal Holbrook (Deep Throat), Jack Warden (Harry Rosenfeld), Martin Balsam (Howard Simons)

Director: Alan J. Pakula – Guión: William Goldman, basado en el libro homónimo de Carl Bernstein & Bob Woodward

Trama: Junio de 1972. La seguridad de la sede del partido Demócrata en la ciudad de Washington – ubicada en el edificio Watergate – ha sido violada por un grupo de ladrones. Pero los ladrones poseen dispositivos electrónicos de alta tecnología y son defendidos por un abogado prestigioso cuyos servicios han sido abonados por fuentes anónimas. Los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward – ambos del diario The Washington Post – han descubierto pistas inquietantes sobre los ladrones, cosas que ningún otro periodista del medio se ha preocupado en sondear. Como que la misión de los ladrones era plantar micrófonos en el despacho del comité demócrata, y que los criminales tenían libretas con números de teléfono de personas importantes en el gobierno. Y a medida que Bernstein y Woodward empiezan a escalar la cadena de contactos, comienzan a descubrir los nombres de peces gordos del gobierno – el abogado de Nixon; el ministro de Justicia; incluso el jefe de gabinete -. Con la ayuda de un informante anónimo – al cual apodan Deep Throat -, Woodward y Bernstein comienzan a seguir el rastro del dinero que poseían los ladrones… descubriendo que provienen de fondos secretos recaudados por el partido Republicano y utilizados para armar campañas sucias contra sus opositores políticos. Y la debacle que armarán con sus revelaciones será de tal magnitud que afectarán la estabilidad del gobierno de Nixon, obligándolo a renunciar como Presidente de los Estados Unidos y desatando el mayor escándalo de la historia política del país.

Crítica: Todos los Hombres del Presidente (1976)

Si hay una década para el cine paranoico, ésa es la del 70. Desde la década del sesenta se venía teniendo la sensación de que Estados Unidos estaba sumido en una grave debacle civil y política que podía tirar abajo su efigie como superpotencia e incluso amenazaba con sumir a la sociedad en un caos cercano a la guerra civil. Las razones de esto se encuentra en la nutrida sucesión de hechos shockeantes que sacudieron a la nación – el asesinato de Kennedy; la muerte de líderes negros como Martin Luther King y Malcolm X; las revueltas raciales posteriores a dichos sucesos; el Flower Power, la revolución sexual y los movimientos pacifistas contrarios a la guerra; el asesinato de Bobby Kennedy cuando hacía campaña para ser presidente; el despótico poder de J. Edgar Hoover como director vitalicio del FBI, capaz de espiar y chantajear a cualquiera; la derrota de Vietnam, el escándalo Watergate – , y que terminaron por pisotear el idealismo del Sueño Americano. Estados Unidos ya no era un país justo, protector y seguro; el odio y la desconfianza se desparramaron entre la población y, con la caída del Código Hays, los cineastas ya no tenían la obligación de filmar cuentos de hadas ñoños sino que podían plasmar la realidad en toda su crueldad. El séptimo arte se transformó en un vehículo para la catarsis colectiva, ya sea criticando a la Guerra de Vietnam, emancipando (aunque fuera en la pantalla grande) al hombre negro que estaba oprimido y despreciado, o disparando todo tipo de teorías sobre los terribles sucesos ocurridos en los últimos años. Es así como surgen los grandes filmes sobre conspiraciones – La Conversación; Executive Decision; The Parallax View – y la gente acudió en masa a las salas de cine para verlos. Precisaban confirmar su sospecha – de que el gobierno hacía cosas sucias y vigilaba a sus ciudadanos – y precisaban ver que existía un castigo para semejantes infractores. Pero muchos de estos filmes de conspiraciones tendrán finales nihilistas, simplemente porque un individuo solo no puede tumbar un gigantesco sistema que es corrupto hasta la médula.

Todos los Hombres del Presidente llega tarde a la fiesta, pero viene con un plus: acá la conspiración es real y, lo que es peor, el conspirador es el propio Presidente de los Estados Unidos. Todos tienen miedo, nadie se atreve a investigar demasiado, sólo un par de reporteros empiezan a tirar del hilo y descubren cada vez mas trapos sucios atados a la soga. Claro, tienen un ángel guardian: Deep Throat (que en la vida real y décadas mas tarde, se descubriría que era Mark Felt, un oficial del FBI asqueado de los enjuagues que se hacían en su oficina), quien les va tirando migas de pan. Nadie cree en ellos, ellos son los únicos que están escribiendo esta historia. ¿Es una mentira conspirativa para voltear al gobierno, envolviéndolo en un terrible e inaudito escándalo?. ¿O es la aterradora verdad?.

Aún conociendo detalles de la historia real, Todos los Hombres del Presidente es un filme difícil de seguir. Hay saltos en la trama y los nombres nuevos proliferan, dando la sensación de que el guión resume tanto la historia verdadera que esas nuevas fuentes parecen Deus Ex Machina – como las fuentes que Dustin Hoffman consulta por teléfono o la pista que los lleva hasta el abogado de segunda Donald Segretti, el cual hace falsificaciones e inventa rumores de todo tipo para enchastrar a los candidatos demócratas -. Pero si la trama se agarra de a ratos y al vuelo, acá lo que prima es el clima. El nerviosismo de la redacción, el secretismo de los testigos – Redford y Hoffman deben inventar juegos verbales para intentar obtener algún tipo de confirmación, porque el miedo a que estén siendo grabados por alguna agencia del gobierno es enorme -, los silencios y los ruidos lejanos, los susurros y la oscuridad. La fotografía del filme traduce la gesta de estos tipos – diminutos, empequeñecidos por planos super amplios (como el de la biblioteca del Congreso, tomado desde un techo altísimo y que parece filmado a 500 metros de altura); minúsculos al lado de monumentos icónicos, representativos de la democracia como el monumento a Lincoln o el de Washington; tragados en la oscuridad, con esa sensación de inseguridad extrema que produce el no saber si hay alguien escondido en las sombras; pasando siempre por el frente de la Casa Blanca, que es donde se cocinaron estas cosas y donde los están monitoreando – y se convierte en un protagonista mas. En los últimos minutos del filme la tensión se vuelve insoportable, y más ahora que Deep Throat les dijo que estaban siendo vigilados y corrían riesgo de muerte. La conspiración se materializó; ya no se trata de suposiciones. Los secretos descubiertos han hecho tambalear a hombres poderosos capaces de hacer cualquier cosa con tal de silenciar la noticia.

Por supuesto éste es un show de performances. La calma y honestidad de Redford, el nerviosismo inquisidor de Hoffman, la calma tensa, maquinadora e irascible de Jason Robards; y la incomodidad de la redacción – desde Martin Balsam a Jack Warden -, quienes creen en su país y están presenciando como están a punto de irse al garete las instituciones por primera vez en la historia norteamericana.

Si hay toneladas de filmes conspirativos, Todos los Hombres del Presidente es el epitome del género no solo por la prolijidad y el talento involucrado (amén de inventar mecanismos narrativos que serían copiados hasta la saciedad por otros filmes, sin ir mas lejos, El Informe Pelícano) sino por el escalofriante detalle de que es real. Alan J. Pakula se especializaría en el género – desde The Parallax View hasta el ya mencionado El Informe Pelícano -, pero ésta es su mejor hora. Es la epopeya de dos quijotes contra un monstruo que es real y que se oculta en las sombras… el cual no dudará ni un instante en aniquilar a quienes le sigan el rastro.