Crítica: El Hombre Invisible (1933)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1933: Claude Rains (Jack Griffin), William Harrigan (Dr Kemp), Gloria Stuart (Flora Cranley), Henry Travers (Dr Cranley), Una O’Connor (Jenny Hall)

Director: James Whale, Guión: R.C. Sheriff, basado en la novela de H.G. Wells

Trama: Un extraño – cuyo rostro está cubierto por vendajes – ha llegado a la hosteria de un remoto pueblo, y ha solicitado una habitación. Además de su extraña apariencia, su comportamiento es errático, y pronto se apresta a montar un improvisado laboratorio en el cuarto que ha rentado. Los lugareños se resisten ante la presencia del extraño y no pasa mucho tiempo antes que entren en cortocircuito con él. Pero el hombre pronto se quita los vendajes y revela una verdad estremecedora: su cuerpo es completamente invisible. Entre el nerviosismo y el pánico, el forastero comienza a hacer todo tipo de desmanes y huye del lugar. Así es como nos enteramos que su nombre es Jack Griffin, que se trata de un prestigioso cientifico y que – probando una de sus fórmulas – se ha vuelto invisible por accidente. Pero la invisibilidad ha afectado su cordura y pronto Griffin empieza a fantasear con la posibilidad de dominar el mundo, sembrando el caos y haciéndose con el control de los secretos mejor guardados. Al enterarse de su raid de locura y destrucción, su novia Flora Cranley intenta contactarlo para convencerlo de que se entregue; pero dicha oportunidad será aprovechada por la policía, quien desea detenerlo a toda costa. Pero la redada saldrá mal y ahora, el desquiciado Griffin, comenzará a desatar una serie de atentados, los cuales pondrán en riesgo a toda la población.

El Hombre Invisible (1933) Hubo una época en que los estudios Universal eran sinónimo de cine de terror. Piensen sino en el panteón de monstruos que dió a luz, los cuales sirvieron para salvar al estudio de lo que parecía ser su segura ruina: Drácula, Frankenstein, El Fantasma de la Opera, El Monstruo de la Laguna Negra y ´la criatura que ahora nos ocupa. Fruto de la imaginación de H.G. Wells y llevada a la pantalla por el talentosísimo James Whale, no pasó mucho tiempo antes que El Hombre Invisible se transformara en un clásico por derecho propio, y disparara una larga serie de secuelas y derivados, ninguno de los cuales logró equipararse al original de 1933.

Pero, a decir verdad, el filme de James Whale resulta ser un cóctel de grandes parlamentos y escenas equivocadas de tono, en donde la magnificiencia de la premisa choca con una narrativa que por momentos bordea la comedia. Aún cuando no lo veamos, la performance de Claude Rains bordea la sobreactuación, la cual por momentos es excesivamente bizarra. Rains es muy bueno en su rol de megalómano sediento de poder, pero sus ambiciones de dominar el mundo parecen ridículas al lado de las tonterías que hace – volcar frascos de tinta en la cara de los policías, tirarle sus sombreros, montar bicicletas frente a la vista de todos o pavonearse vistiendo unos ridículos calzones y cantando canciones de marinero -. Al menos hay momentos inspirados como los discursos que le despacha a William Harrigan, o el momento en que entra en modo villano a full (a los 50 minutos de iniciado el filme), en donde descarrila trenes y liquida policías de manera impune y sin ningún tipo de miramientos.

El otro punto chocante es el nivel actoral, el cual simplemente apesta. Gloria Stuart – siglos antes de ser la viejita enamorada de DiCaprio en Titanic – es una tronca actuando, su papá es un sonso que se la pasa dando vueltas, el socio que tiene es un rápido de aquellos que no pierde ni un segundo en lanzarle los galgos ni bien se entera de que su novio es el desquiciado hombre invisible que anda suelto; y Rains hace lo que siempre hace Rains, que es impostar la voz y reirse como loco cada vez que puede. No es de extrañar que el mismo H.G. Wells haya renegado de esta versión, aún cuando sea la más famosa de su novela.

Honestamente, hay un problema de tono con la historia. Hay demasiados momentos de comedia, los que arruinan el impacto que podría tener la premisa y, sobre todo, la puesta en escena – los efectos especiales, aún cuando se vean anticuados, no dejan de ser efectivos y hay un par de momentos para aplaudir el ingenio y la coordinación de los técnicos responsables de los trucos -. Debería ser espeluznante la idea de poder tener cerca a un asesino, en tu mismo cuarto y sin que tengas posibilidad de enterarte, o de que un lunático con superpoderes se transforme en un terrorista imparable… pero el filme trata esos puntos con demasiada distancia, y nunca termina por desarrollarlos como corresponde.

Es una lástima que El Hombre Invisible no sea el filme equilibrado que yo esperaba. Mientras que la escena inicial – la llegada del extraño vendado a la hostería del pueblo, despertando todo un revuelo a causa de su enigmática apariencia – es notable, el efecto se diluye con las desprolijidades posteriores del libreto. Del mismo modo no me gusta que el guión intente justificar la locura de Griffin por un efecto secundario de una de las drogas de la fórmula, cuando lo que correspondería sería concluir que el hombre, al verse en otro estado, perdió la chaveta y disparó todo tipo de pensamientos megalómanos. Cuando se deja de ser humano, las reglas de la humanidad también dejan de ser aplicables. Ese es un detalle que siempre me ha molestado de la tira de Superman si eres sobrehumano, ¿por qué portarte como un ser inferior?; en todo caso es mucho mas realista la tesis del doctor Manhattan de Watchmen, en donde el individuo se vuelve mas alien y ya no distingue lo bueno de lo malo; qué necesidad tienes de reglas morales si te has convertido en tu propio Dios? -, y que aquí se aplica con cierta tibieza. Griffin bromea con el resto, pero a su vez es un loco peligroso… y por otra parte quiere estudiar la cura de la invisibilidad. Es un discurso demasiado esquizofrénico, cuando lo real hubiera sido que el tipo cruzara un umbral que va mas allá de lo moral, y no tuviera retroceso posible. O quizás sea como el dilema del doctor Manhattan, en donde el contacto con los humanos es el único rezago – o el último momento – que le queda de humanidad. Pero aquí hablamos de una película de 1930, casi una década antes que apareciera el primer superhéroe (y ni que hablar del primer supervillano), y desde ya, siglos antes de pedirle un perfil plagado de oscuras motivaciones sicológicas a un individuo que excede a las capacidades de un ser humano normal. Es como pedirle a la versión de Batman 1943 de Lewis Wilson que cuente con un villano oscuro y retorcido como el Joker de Heath Ledger. Demasiado serio es (dentro de todo) el tratamiento de James Whale para una época en que la ciencia ficción era considerado un género ridículo y juvenil.

El Hombre Invisible es un filme ok. Tiene momentos muy buenos y escenas muy bizarras. Dura demasiado poco, lo cual aborta cualquier intento de desarrollo del personaje central, pero al menos éste tiene algunos parlamentos formidables. Todo esto termina siendo un licuado de cosas buenas y malas, en las cuales los aciertos predominan pero por escaso margen. Sin dudas el filme precisaba una remake, especialmente porque sería importante desarrollar todo el potencial que implica el argumento, ya que a final de cuentas estamos hablando de la historia de origen de un supervillano, el cual aquí figura en estado embrionario y nunca alcanza la estatura épica que le corresponde… y ése seria un enfoque que a H.G. Wells le habria hecho feliz sin lugar a dudas.