Crítica: Grand Prix (1966)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1966: James Garner (Pete Aron), Eva Marie Saint (Louise Frederickson), Yves Montand (Jean-Pierre Sarti), Toshirô Mifune (Izo Yamura), Brian Bedford (Scott Stoddard), Jessica Walter (Pat Stoddard), Antonio Sabato (Nino Barlini)

Director: John Frankenheimer, Guión: Robert Alan Aurthur, Musica – Maurice Jarre

Trama: Varias historias paralelas transcurren en una temporada de la Fórmula Uno en Europa. El piloto francés Jean Pierre Sarti tiene un romance con la fotógrafa Louise Frederickson mientras se encuentra decidiendo si abandona su carrera automovilística. El piloto americano Pete Aron, luego de tener un desafortunado accidente que dejara gravemente herido a Scott Stoddard – su compañero de equipo en la escuadra B.R.M. -, es despedido de la escudería, pero los japoneses del team Yamura lo contratan como piloto líder. Y mientras tanto, Stoddard se encuentra lidiando con sus propios demonios: las profundas heridas fisicas y sentimentales que le ha dejado su accidente en Mónaco – su esposa le abandona y mantiene un affaire con Aron -. Los tres hombres llegarán al límite de sus fuerzas en la última carrera de la temporada en el circuito de Monza, donde decidirán el futuro de sus vidas y la obtención del título de campeón del mundo.

Grand Prix Es imposible hablar de cualquier film de carreras sin dejar de mencionar a Grand Prix (1966), que es el epitome del género. Las películas de carreras participan de todas las características propias de los filmes deportivos: individuos anónimos que pelean contra toda suerte de obstáculos, que no son depositarios de la confianza pública, y que terminan por vencer a pesar de la oposición de las fuerzas del destino. En el medio, todo el trayecto suele transcurrir como un camino de redención donde el premio sólo es nominal y lo ganado va mucho más allá de lo físico.

En definitiva los filmes de deportes son adaptaciones de los clisés habituales del género épico, sólo que en entornos menos sangrientos. No deja de ser el camino del héroe, adaptado a pistas y estadios, y donde el coach hace las veces de Maestro Yoda, iluminando al jugador / equipo para que obtenga el título y una superación individual. Lamentablemente es un género tan trillado, donde cualquier espectador conoce todos los resortes y puede anticipar los giros que puede tomar el guión.

Por suerte Grand Prix no sigue las líneas de la formula literalmente; sólo toma algunos elementos de ella, y decide experimentar en una onda dramática más propia del best seller (como los de Sidney Sheldon). Aquí están las corporaciones, la lucha por el poder, las chicas fáciles que se acuestan con todos, la tecnología de punta, y los hombres insensibles que viven para su carrera. No es precisamente el mejor enfoque que se podría haber seguido, pero al menos por insistencia termina por humanizar un poco a los personajes y hacerlos más simpáticos a vista del público.

E l tema está en que las historias son muy desparejas y no siempre están desarrolladas (o acabadas) de un modo muy prolijo. Aquí está Yves Montand como el piloto caballero aunque insensible, que es humanizado por Eva Marie Saint. Uno ya sabe 5 años antes de que a Montand le va a pasar algo cuando comienza a decir “… que se siente cansado”. Lamentablemente las escenas entre Montand y Saint suenan demasiado ideales, y recién en el último tercio del film comienzan a funcionar. La química entre ambos actores es muy tibia, y a veces los diálogos suenan muy cursi.

Donde el film repunta es en el delineamiento del trío de James Gardner – Jessica Walter – Brian Bedford, posiblemente porque son personajes mucho más oscuros. En un principio la esposa de Scott Stoddard parece la madre de todas las perras – lo abandona el mismo día del accidente; se acuesta con el piloto que provocó la tragedia -, pero con el transcurso del relato va ganando algo de humanidad. Al momento que Stoddard se pasa de rosca con las drogas para mantenerse en carrera (¿en esa época no había control de dopping?) siente que su lugar es a su lado. Ve a su marido renacer de las cenizas y, en cierto modo, termina por transformarse en un hombre admirable, un héroe. El tema es que el personaje de Scott Stoddard tampoco es muy simpático que digamos – sólo quiere equiparar la gloria de su hermano, un famoso piloto muerto en un accidente de carreras -, y el personaje de Aron sólo resulta digerible por James Gardner, ya que es un individuo obsesionado con el éxito – prácticamente un amoral al que sólo le importa ganar – que exhibe ocasionales rasgos de humanidad y que, eventualmente, termina por generar un cambio en Jessica Walter. El final, con Aron y Stoddard compartiendo el podio, suena algo bizarro – con métodos poco prolijos, ambos han terminado por obtener lo que querían -.

Pero mientras que el drama apenas llega a lo correcto – quizás lo mejor desarrollado sean los personajes de los coachs de Yamura, Ferrari y BRM – , el gran mérito del film es sin duda las escenas de las carreras. Son sencillamente descomunales, aún cuando la película tenga más de 40 años de antigüedad. El director John Frankenheimer filma con una maestría insuperable – no hay dos tomas iguales; cada carrera es filmada de un modo único -. Este es realmente una película donde ver los efectos especiales son un placer. El espectador se siente dentro de la carrera, y el rugido de los motores forma una banda sonora maravillosa – un efecto que Frankenheimer repetiría en las persecuciones de Ronin – . Además, los primeros planos de los accidentes, la mezcla de distintos estilos – pantalla dividida, tomas internas desde el auto, tomas aéreas -, la música … convierten a las secuencias en un festín para los ojos. Sea mostrando la tensión entre los participantes – el clímax en Monza, con Sarti arrancando en último lugar y devorando posiciones, es sencillamente descomunal – o bien escenificando la carrera como un ballet en cámara lenta, el director saca todo el jugo que puede a los recursos que le brinda la producción, logrando tomas perfectas. No es un aburrido show de autos rápidos corriendo sino un verdadero espectáculo.

La película contó con el apoyo real de todas las escuderías de la época; si bien los modelos que corren son Formula 3 camuflados, los pilotos son auténticos ases de la Formula 1. Además cuenta con cameos de figuras de la década, desde el recordado Juan Manuel Fangio hasta Graham Hill, y buena parte del expertise de los pilotos se transfirió al guión del film – los reportajes intercalados a los pilotos de ficción contienen todo tipo de observaciones sobre los autos y las pistas que sólo los pilotos reales pueden conocer -. El único actor que condujo todo el tiempo su auto fue James Gardner, que luego terminaría probando suerte en las carreras, tal como Paul Newman y Steve McQueen, aunque con menos éxito.

Es un drama genérico standard pero que al menos funciona, atachado a un enorme y excelente videoclip de la Formula 1 que termina por maravillar a la audiencia. Sin cometer ningún pecado grave logra entretener y sorprender, y eso es lo que la hace memorable.