Crítica: Al Final de la Escalera (The Changeling) (1980)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Canada, 1980: George C. Scott (John Russell), Trish Van Devere (Claire Norman), Melvyn Douglas (Senador Joseph Carmichael), John Colicos (Capitán DeWitt), Helen Burns (Leah Harmon), Ruth Springford (Minnie Huxley)

Director: Peter Medak, Guión: William Gray & Diana Maddox, basados en la novela de Russell Hunter

Trama: El compositor John Russell ha sufrido la reciente pérdida de su esposa e hija, y por ello decide mudarse a Seattle. Mientras enseña música en la universidad local, accede a alquilar una antigua mansión en las afueras de la ciudad. Pero todas las mañanas una serie de fuertes estruendos en las cañerías lo despiertan, y no hay causa física aparente de los fenómenos. Curioseando por toda la casa Russell descubre un pasaje secreto que lo lleva al ático, en donde encuentra efectos personales de un niño que vivió alrededor del 1900. Ahora el espíritu del chico está intentando comunicarse con él, dándole pistas sobre su pasado; pero a medida que avanza en su investigación, descubrirá que el niño no obtendrá la paz que necesita hasta que Russell revele las causas de su violenta muerte hace setenta años, un hecho cuyas secuelas continúan hasta el día de hoy.

Al Final de la Escalera The Changeling es un caso ejemplar del subgénero de fantasmas y casas embrujadas. En todo caso es el modelo a la vieja usanza, tal como lo fue The Haunting en su momento, hasta que llegara Poltergeist en 1982 y transformara a todo el rubro en un show de efectos especiales con cero de atmósfera. Eran casos en donde lo que primaba era la mano del director para construir climas de suspenso, y la mayoría de los efectos pasaban por la banda sonora. Acá el responsable es Peter Medak, un tipo que ha hecho cosas inspiradas como ésta y Romeo is Bleeding, pero que también manufacturó otras cintas más cuestionables como Especies II. En The Changeling (El Intercambio) Medak estaba pasando por un momento inspirado y eso se nota.

Una de las cosas más curiosas de Al Final de la Escalera es que, créase o no, el 90% del guión está basado en vivencias reales del autor Russell Hunter (el que comparte con el protagonista uno de los nombres, lo que lo pone como su alter ego). Hunter alquiló una casa, sintió ruidos en las tuberías, descubrió una habitación secreta… y vivió toda una historia similar a la del niño muerto que figura en el filme. Con la excepción del personaje del senador, el resto está extractado de las vivencias reales de Hunter, el que incluso tuvo que llegar a practicarse un exorcismo ya que la presencia fantasmagórica lo seguía, aún cambiando de casa y ciudad. Aún cuando el relato de Hunter no sea cierto, el hecho es que toda su aventura en el terreno de lo sobrenatural tiene visos de creíble, simplemente porque se mantiene dentro de lo moderado, “realista” y coherente. Acá no hay un cementerio indio enterrado bajo una casa, ni arboles que toman vida; los shocks se reducen a objetos que se mueven y voces que aparecen en las cintas de audio. Al ser estos hechos más cercanos al espectador (más posibles de que le sucedan a uno) lo hace más inquietante. Allí es donde reside toda la gracia de Al Final de la Escalera.

En el fondo, todo el subgénero de casas embrujadas termina por reducirse a investigaciones policiales con ribetes paranormales. Tanto en The Haunting como en La Leyenda de la Casa Infernal los afectados por los sucesos sobrenaturales terminaban por revisar archivos hasta descubrir un suceso atroz e injusto que encadenaba al alma de alguien a un lugar específico por toda la eternidad. Una muerte, una aberración que necesitaba darse a conocer para poder obtener la justicia debida y así desvanecerse (o llegar a la luz). Algo así como una alma en pena que ha quedado varada en una etapa del purgatorio, haciendo lo mismo durante años hasta que alguien destrababa su trámite y podía seguir su camino al cielo.

Acá toda la historia es razonable, coherente y efectiva, y está actuada más que ok. Hay un buen clima y hay algún que otro sobresalto sin que Medak se engolosine con tomas estiradas. Quizás el problema de Al Final de la Escalera pase porque precisaba algo más de shock – una situación más de pesadilla, o que los sustos tuvieran ribetes más groseros en vez de una pelota picando o una silla de ruedas rodando -. Así como está resulta demasiado prolija, teniendo su cuota de buenos momentos, pero ninguno de ellos es tan aterrador como para quitarnos el sueño.