Crítica: Pánico y Locura en Las Vegas (1998)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1998: Johnny Depp (Raoul Duke), Benicio Del Toro (Dr Gonzo), Tobey Maguire (autoestopista), Craig Bierko (Lacerda), Christina Ricci (Lucy), Ellen Barkin (mesera), Gary Busey (patrullero)

Director: Terry Gilliam, Guión: Terry Gilliam, Alex Cox, Tod Davies & Tony Grisoni, basados en el libro homónimo de Hunter S. Thompson

Trama: El periodista Raoul Duke invita a su abogado, el doctor Gonzo, para que lo acompañe a realizar la cobertura de una carrera de motos que se celebra en Las Vegas. Pero la travesía resulta una excusa para que ambos prueben todo tipo de drogas exóticas y en dosis superiores a lo normal. Altamente intoxicados, ambos vivirán una serie de desventuras en la ciudad de los casinos mientras se escabullen de los hoteles sin pagar las cuentas, escapan de policias gays que los persiguen, y destrozan suites enteras en cada uno de los “viajes” quimicos – cada vez más extremos y peligrosos – que realizan.

Panico y Locura en Las Vegas Miedo y Asco en Las Vegas: una Jornada Salvaje al Corazón del Sueño Americano es considerado el opus de la carrera literaria de Hunter S. Thompson, un periodista especializado en la contra-cultura norteamericana de la década del 60. Publicado en 1971, el libro se convirtió en un paria desde su nacimiento, pero ese rechazo es lo que terminó por ganarle un lugar en los circuitos under, en donde rápidamente creció como objeto de culto. Imaginen doscientas páginas de incoherencias, relatos alucinógenos, y pensamientos nihilistas sobre la cultura yanqui. Los artistas lo adoraron, el público lo odió, y con el tiempo el libro fue rehabilitando su imagen pública hasta ser considerado un análisis directo de la cultura sesentista de la droga, con pasajes más o menos inspirados.

No conozco el libro, pero deduzco que debe estar mejor que el filme que ahora analizamos, y que viene de la mano del ex Monty Python Terry Gilliam – el mismo de Brazil y 12 Monos -. Gilliam terminó por llevar el cántaro al río luego que Martin Scorsese, Oliver Stone y Alex Cox (que figura como co guionista) pelearan durante años para concretar el proyecto – en donde se barajaron nombres tan dispares como Marlon Brando, Jack Nicholson, o los “Blues Brothers” Dan Aykroyd y John Belushi para los papeles principales -. Pero el resultado final parece un cartoon impregnado en ácido lisérgico, en donde sólo se busca lo bizarro y lo excéntrico sin llegar a ninguna conclusión importante.

No hay duda de que el filme es divertido, en el sentido salvaje de la palabra. Hay situaciones grotescas de todo tipo y color, algunas repulsivas y otras definitivamente hilarantes. El problema es que todo esto es repetitivo y hueco, no llega a ninguna conclusión válida, ni tampoco conserva la energía pasados los 60 minutos iniciales. Este último punto es importante, y está relacionado con la génesis del libro; en 1971 Thompson y su abogado Oscar Zeta Acosta fueron a cubrir la muerte de un periodista latino en Los Angeles, el que pereció en un incidente catalogado como exceso de fuerza policial. Hastiado por el racismo de Los Angeles, Acosta y Thompson fueron a Las Vegas – a discutir la historia – y se drogaron fuerte y duro, lo que inspiró a escribir el libro como una agenda del viaje. Como el material no era suficiente, Acosta y Thompson volvieron a reunirse para un nuevo viaje a Las Vegas, esta vez con motivo de una conferencia sobre temas de seguridad para fuerzas policiales de todo el país. Precisamente ese segundo capítulo carece de la espontaneidad del primero y se ve forzado – esta gente ya sabía lo que tenía que hacer, y fueron a provocar situaciones bizarras como para darle un climax al libro -, y en el filme eso se nota: no solo el humor desaparece casi por completo, sino que los personajes se vuelven agresivos y antipáticos.

El otro punto en contra de la adaptación de Gilliam es la falta de propósito de todo el relato. Johnny Depp actúa como una especie de Groucho Marx intoxicado, y Benicio del Toro es un depresivo mal que le gusta amenazar a la gente cuando está volado. Protagonizan mil y un incidentes – en cierto sentido satirizan la mediocridad que simboliza Las Vegas, ese gigantesco monumento al mal gusto norteamericano -, se la pasan rompiendo todo, ven todo el tiempo a la gente deformada (por el efecto de las drogas), y vomitan en cada uno de los huecos que encuentran. ¿Pero hay algo más, aparte de todo esto?. El dichoso subtitulo “una Jornada Salvaje al Corazón del Sueño Americano” parece haberse diluido en la translación, y sólo hay un momento en que Duke / Thompson se ponen reflexivo; cuando piensa en lo maravillosas que fueron las drogas – como experiencia exaltadora de la mente, cuando prometían el nacimiento de una generación que pensara diferente – y en lo vergonzosa que resultan ahora, que se utilizan como escondite lisérgico para olvidar el fracaso de la revolución hippie, y las atrocidades de Vietnam. Si Pánico y Locura en Las Vegas hubiera continuado por ese camino – explorando las señales que puso Thompson en el relato sobre este ítem, o apartándose directamente de él para investigar el punto -, hubiera resultado en una obra maestra, un análisis post mortem de la cultura sesentista y el lamento de lo que pudo haber sido y no fué. Pero Gilliam decide abrazar la comedia disparatada y extrema, y lo que al principio era gracioso, después se vuelve hastiante.

Pánico y Locura en Las Vegas tiene sus momentos, sin dudas, pero da la impresión que le faltaba un toque, algo que le diera un poquito de profundidad. Están los excesos pero no están las circunstancias – ¿por qué hacen los protagonistas todo lo que hacen? -. Las interpretaciones son geniales y está todo bien, pero a esta receta le faltan condimentos y algunos de ellos eran esenciales.