Crítica: El Factor Neptuno (1973)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Canadá, 1973: Ben Gazzara (Comandante Blake), Ernest Borgnine (Donald ‘Mack’ McKay), Yvette Mimieux (Dra Leah Jensen), Walter Pidgeon (Dr Andrews), Donnelly Rhodes (Bob Cousins), Chris Wiggins (Capitán Williams)

Director: Daniel Petrie, Guión: Jack De Witt

Trama: El comandante Blake es el piloto responsable del Neptuno, un submarino de investigación y rescate capaz de sumergirse a enormes profundidades. Ahora el Neptuno ha sido contactado por una misión científica en alta mar, la cual ha sido afectada por un potente sismo marino que ha lanzado a su laboratorio submarino OceanLab II al interior de un abismo. Con las horas contadas debido al suministro de oxigeno remanente en el OceanLab II, el Neptuno deberá adentrarse en un territorio tan inhóspito como peligroso, buscando desesperadamente pistas del laboratorio hundido; pero enorme será su sorpresa cuando se topen con un nuevo mundo, compuesto de fauna y flora gigante, el cual habita en el interior del abismo y amenaza con destruirlos a cada paso que dan.

El Factor Neptuno Cuando uno está aburrido, empieza a revisar la lista mental de cosas que le han quedado pendientes desde que era chico. No necesariamente hablamos de cosas excitantes o prohibidas, sino cosas que te llamaron la atención, que te dejaron con la intriga y que – por lo corto de tu edad – no podías acceder a disfrutar. Siendo amante del cine desde que era pequeño, solía regodearme contemplando los afiches exhibidos en las puertas de vaivén de las salas cinematográficas, los cuales solían prometer el acceso a un mundo de excitantes aventuras en el interior de sus oscuros auditorios. Por supuesto el inmenso grueso de esos títulos eran de serie B o Z, películas hechas con dos mangos y plagadas de efectos especiales baratos, pero dotadas de unos posters acalambrantes que te hacían babear en la puerta, cosa que te ponías a contar las monedas que tenías en los bolsillos para ver si alcanzaban para adquirir la platea – a final de cuentas la AIP llegó a construir un pequeño imperio en base a películas malas vendidas a través de unos afiches espectaculares -. Entre toda esa tanda de películas pendientes figura El Factor Neptuno, la cual siempre exhibían en el cine Coventry de Montevideo. Como el Coventry se especializaba en armar combos de películas viejas – llámense matinées de continuado -, de vez en cuando resucitaba los mismos títulos, casi siempre empardados con películas mas frescas y atractivas. Entre los clásicos de relleno del Coventry figuraba la película que ahora nos ocupa, algún clon barato de la saga Aeropuerto y, cuándo no, alguna que otra cinta protagonizada por una banda de dobermans asesinos. Y heme aquí, reviviendo épocas pasadas y saldando deudas antiguas.

Aún cuando hace 35 años no existía Internet y la gente era mucho mas ingenua, era sabido que El Factor Neptuno era una bobada sideral. Imaginen una aventura submarina en donde los monstruos de turno son pececitos de colores sobredimensionados fotográficamente. El otro factor que le juega en contra es el protagónico de Ben Gazzara. Gazzara podrá haber sido un gigante del cine independiente protagonizando los espesos dramas existenciales de su amigo John Cassavettes pero, cada vez que aparecía en un elenco multiestelar de algo con tufillo mainstream, éste seguramente era un bodrio monumental. Entre El Factor Neptuno, Saint Jack y esa sideral pavada que fue Inchon filme tan ridículo y universalmente repudiado que fue archivado bajo siete llaves al día siguiente de su estreno en cines, y nunca más volvieron a exhibirlo -, Gazzara se convirtió en una especie de amuleto de la mala suerte para las superproducciones (entre comillas) que estelarizaba. Luego seguiría protagonizando filmes bajo el radar o modestas producciones europeas, pero nunca más volvería a resultar atractivo para las producciones mainstream, siquiera en papelitos chiquitos.

El gran problema con Gazzara era que siempre creyó ser un intérprete que estaba por encima de la calidad del material que protagonizaba. Aun cuando trabajaba poco y espaciado, si a Gazzara no le gustaba el libreto tendía a sobreactuar – o, peor, a sonreírse de manera sobradora, aún cuando las circunstancias en la pantalla fueran aterradoras o cruciales -. Aquí pasa lo mismo: mientras que el grueso del cast pone cara de circunstancia, Gazzara se rie a mandíbula batiente de los agigantados pececitos de colores. Por contra, lo de Ernest Borgnine es encomiable: convertido por necesidad en un soldado todoterreno, el tipo pone su mejor cara de desesperación al ver cómo el mini submarino de juguete es despedazado por el papá de Nemo, dando una auténtica clase de dignidad profesional y demostrando que se puede ser serio… aún cuando se labure por el pancho y la coca.

Mas allá de la sonrisa sardónica de Ben Gazzara y los estúpidos efectos fotográficos, el gran problema con El Factor Neptuno es que tiene un libreto inexistente. No hay personajes sino un grupo de anónimos caracteres que deambulan como sonámbulos alrededor de los decorados y se limitan a decir obviedades. Aún cuando figura el nombre de Jack De Witt (que un par de años antes pariera toda la saga de Un Hombre Llamado Caballo), da la impresión de que el guión no existe y de que los actores han quedado librados a su suerte, debiendo improvisar un puñado de escenas que se alternan entre bizarras o estúpidas. Toda esta gente solo atina a mirarse mutuamente o a mascullar alguna que otra bobada, como si no pudieran creer en el bodrio en el cual fueron involucrados por sus terribles representantes artísticos. No hay vueltas de tuercas, todo es muy lineal y aburrido, los monstruos son mas ridículos que amenazantes, y no hay una maldita cosa que sirva para redimir el filme. Ni siquiera es tan horrible que termine resultando bueno por el peso de su propia ridiculez.

La deuda está saldada, y dudo de que vuelva a ver El Factor Neptuno otra vez en mi vida. Es uno de esos filmes para perder antes que encontrar, simplemente porque son 90 minutos de pura idiotez y obviedad. Bajo presupuesto no es sinónimo de falta de ideas pero aquí parece equivaler a muerte cerebral, que es lo que le ocurre a la platea que asiste desprevenida a contemplar un bodrio monumental como éste.