Crítica: Expreso de Medianoche (Midnight Express) (1978)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA / GB, 1978: Brad Davis (Billy Hayes), Irene Miracle (Susan), Bo Hopkins (Tex), Paolo Bonacelli (Rifki), Paul L. Smith (Hamidou), Randy Quaid (Jimmy Booth), Norbert Weisser (Erich), John Hurt (Max)

Director: Alan Parker, Guión: Oliver Stone sobre el libro de Billy Hayes, Musica – Giorgio Moroder

Trama: Turquía, 1970. Billy Hayes es un joven norteamericano que intenta pasar un par de kilos de Hachís para poder revenderla y ganar unos dólares. Pero el contrabando de Hayes es rápidamente detectado por la policía aduanera, y el joven es puesto bajo arresto. Tras un rápido juicio, es condenado a purgar 4 años de prisión en una cárcel turca. Allí Hayes comenzará a vivir un lento y doloroso descenso a los infiernos, y su única esperanza de salida reside en la apelación de su causa. Pero un nuevo juicio ampliará su sentencia a cadena perpetua, y muy pronto Hayes se verá en la encrucijada de continuar confinado en la temible carcel turca o intenta un riesgoso escape de la misma.

Expreso de Medianoche Expreso de Medianoche es otro de esos clásicos adorados por la juventud de los 70 y 80, y otro favorito de los viernes a la trasnoche junto con Pink Floyd: The Wall y The Rocky Horror Picture Show. Es también uno de los tantos títulos que entraron en la lista negra de la censura durante las décadas de la infame dictadura militar, y que recién podría exhibirse con su duración integra durante la primera época del regreso a la democracia.

Si bien Expreso de Medianoche está basada (con bastantes libertades) sobre el libro autobiográfico de Billy Hayes, no deja de ser un típico film de cárceles, de los cuales hay muestras en el cine desde los años 50. Sin ir más lejos, los años 70 parecieron revivir este subgénero, comenzando con el clásico Papillon. Chico bueno ingresa a la cárcel regida por guardias perversos, sufre todo tipo de vejámenes y logra fugarse. No deja de ser un compendio de clichés del género, con la única diferencia de haber puesto énfasis en el aspecto violento de la vida carcelaria. Aquí tenemos al muchacho yanqui bueno, adinerado y soberbio, que quiere hacerse de unos dólares extra revendiendo un par de kilos de Hachis en su patria, y termina conociendo el infierno. Los traidores de turno, los guardiacarceles brutales, la cultura subterránea de la vida en prisión son mostrados en primer plano y en gran detalle. Quizás el mayor impacto de Expreso de Medianoche no tenga que ver con su violencia a flor de piel sino con la época en que fue filmada – para las audiencias latinoamericanas les resultaba una especie de documental de la tortura en una época en que los desaparecidos por la dictadura militar resultaba un secreto a voces -. No es muy dificil adaptar el mismo argumento y trasladarlo a la Argentina de los años 70, con la única diferencia que el protagonista bien podría haber sido un sospechoso de subversión.

Mientras que los dos primeros tercios del film son rutina pura (pero bien filmada), donde realmente la película comienza a despegar es sobre su tramo final, con el ingreso de Davis al pabellón de criminales dementes. Aquí es donde Alan Parker se despacha con absoluta libertad para crear imagenes de un purgatorio sobre la Tierra, con decenas de presos dementes envueltos en sucias túnicas blancas y deambulando por catacumbas. La visión del protagonista – destruído físicamente pero aún entero espiritualmente – son lo mejor, sumado a la voz de la conciencia del prisionero turco que le explica que éste es el lugar del mundo donde las máquinas defectuosas son sacadas de circulación. Es también el segmento en donde el film se aparta – en mayor grado – de su original literario, pero en donde consigue sus mayores logros artísticos. Es una visión dantesca del submundo carcelario.

Este es el papel de su vida para Brad Davis, un actor de carácter con una turbulenta vida personal que fallecería muy joven. En roles secundarios encontramos los muy jóvenes John Hurt (nominado al Oscar por su papel), Randy Quaid y Paul Smith (la bestia Rabban de Duna).

No es muy difícil descubrir cuál es el appeal que tiene Expreso de Medianoche para haber seducido a generaciones de jovenes y convertirla en un favorito. El protagonista es un muchacho que debe pelear contra los abusos de la autoridad, y que termina por triunfar escapando a la misma – como si la autoridad carcelaria fuera la misma que la presión de la sociedad y de los padres sobre los jóvenes -. Uno puede leer a Expreso de Medianoche como una historia de rebeldía, pero también como una historia de anarquía e incluso de justicia. A final de cuentas el criminal termina por quedar libre simplemente porque los castigadores son excesivamente violentos; y el público termina por apoyar la fuga de Davis por el mero hecho de que la pena supera en demasía al delito cometido. Pero para el guionista Oliver Stone, no es más que un caso de exceso típico del autoritarismo propio de los países tercermundistas – a pesar de que el delito cometido sea el contrabando de droga, hay una sublectura política que bien puede comparar a Expreso de Medianoche con otras cintas reaccionarias al régimen preestablecido, tal como Z o Estado de Sitio de Costa Gavras, o incluso La Batalla de Argelia -. Davis no deja de ser un representante de un pueblo libre sometido a las vejaciones típicas de un poder dictatorial. Desde el momento en que no existen los derechos humanos en las cárceles turcas, el film se mete en las arenas del cine de protesta.

Quizás el mayor problema de Expreso de Medianoche pase por la tibia lectura que hace el protagonista sobre su propio grado de culpa. Aquí se intenta retratar como un error juvenil, y hay pocas escenas que muestren a Hayes como un individio reflexivo acerca de los hechos que dieron lugar a este proceso de castigo. El protagonista da pocas muestras de profundo arrepentimiento sobre el crimen que ha cometido – a lo sumo hay un buen discurso de Brad Davis en el segundo juicio sobre el caso en que el castigo excede al pecado infringido -, y pareciera que al libreto no le interesa tanto esto sino mostrar el ensañamiento violento de los guardia cárceles con los presos. Es un film xenófobo y con sabor a panfleto de patriotismo norteamericano, en donde los yanquis terminan por ser los únicos que realmente están en condiciones de juzgar los que debe ser una pena justa. Aquí tenemos a un egoísta al cual se le ha aplicado un castigo excesivo y que, por lo tanto, resulta justo que deba fugarse.