Crítica: El Exorcista (The Exorcist) (1973)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1973: Jason Miller (Padre Damien Karras), Ellen Burstyn (Chris MacNeil), Linda Blair (Regan MacNeil), Max Von Sydow (Padre Lankester Merrin), Lee J. Cobb (Teniente Kinderman), Kitty Winn (Sharon Spencer), Jack MacGowran (Burke Dennings), Barton Heyman (Dr Kline)

Director: William Friedkin, Guión: William Peter Blatty, basado en su novela, Musica – Jack Nitzsche

Trama: El padre Merrin investiga en unas excavaciones arqueológicas en Irak, y encuentra señales de un culto hacia un demonio alado. Mientras tanto, en Gerogetown, la actriz Chris MacNeil comienza a notar extraños comportamientos en su hija Regan. Se le practican numerosos exámenes médicos y se elaboran diversas teorías, pero el comportamiento de Regan se hace cada vez más violento, y la ciencia no descubre ningún problema físico. Al final del proceso, Regan se ha transformado en una creatura deforme y extremadamente violenta. Chris acude a un sicólogo, pero la sesión termina con la agresión física hacia este por parte de la niña. Desesperada, acude al Padre Karras, exigiéndole que le practique un exorcismo. Karras no pasa por un buen momento – su madre murió recientemente, y se encuentra en una crisis de fe -. En su primer contacto con Regan, desconfía de las causas posibles que hayan llevado a la niña a ese estado. Pero comienza a experimentar sucesos sobrenaturales, y acude a la sacristía en busca de ayuda. Pronto se le unirá el padre Merrin, quien descubrirá que la niña se encuentra poseída por el mismo demonio que él ha encontrado en Irak.

El Exorcista ¿Es El Exorcista la mejor película de terror de todos los tiempos?. Este es el tipo de pregunta capciosa que se suele realizar en los círculos de cinéfilos. Es difícil aseverarlo, pero sin duda es una de las más fuertes candidatas. Se trata de un film brillantemente construído, que demuestra que tan bajo han caído los cineastas de terror de los tiempos actuales. Mientras uno ve El Exorcista, imagina lo que un director rutinario podría haber hecho con el guión: incorporar sustos baratos a los 5 minutos de proyección, inundar la pantalla de FX y gore, golpear con efectismos. Es una cinta ejemplar de cómo antes se hacía buen cine y buenos guiones. El estilo de la dirección me recuerda a muchos filmes de Hitchcock y, nombrando casos más recientes, de M. Night Shaymalan. Un comienzo anodino, mucho desarrollo de personajes, una escalada lenta pero indetenible de tensión hasta un clímax shockeante y soberbio. Sin dudas, es un filme de horror inteligente.

Es indescriptible el impacto que tuvo El Exorcista en su tiempo. Hoy, que hemos visto como despedazan personas vivas en Hellraiser o perros partiéndose al medio y transformados en seres abominables en El Enigma del Otro Mundo, a uno le parecen poco shockeantes las imágenes del film. Pero el comienzo de todo lo que conocemos, proviene de esa época y de películas como ésta. Ya había antecedentes de terror explícito en los 60 (sin ir más lejos, La Noche de los Muertos Vivientes, pero en un blanco y negro que atenuaba ciertamente el impacto de sus imágenes), pero recién con El Exorcista vemos algo monstruoso (y shockeante) a todo color. Mencionar las impresionantes colas de gente para verla, las toneladas de vómito de en los cines, el escándalo y debate en los medios … son impactos que sólo obtendrían otros títulos seminales del horror como Tiburón, años más tarde.

¿Pero por qué tuvo tanto impacto este film?. Es posible que tenga que ver con una cuestión cultural. En la cinematografía mundial, el terror siempre ha venido por el lado de los monstruos, contando la época de oro de la Universal con sus Frankensteins, Dráculas, Hombres Lobos, Momias o seres de la Laguna Negra. Después la posta pasó a Europa, donde la Hammer popularizó el horror gótico en colores. Pero nunca pasó a ser nada demasiado explícito, y la mayoría de creaturas tenían un espíritu malvado por naturaleza, con algún que otro atisbo de redención. Nunca hablamos de un ser común y corriente transformado en algo demoníaco. Y menos de una niña que es una simbolización de pureza e inocencia como la Regan de El Exorcista. Quizás sea este factor el que resulte más angustiante para el espectador: no es un adulto que se ha atrevido a retar a las fuerzas del mal y le ha sobrevenido una maldición. Es una criatura inocente que comienza a ser poseída, inesperadamente, por fuerzas fuera de nuestra comprensión. Si uno se atiene a la construcción del film, es en el fondo el desarrollo subliminal de una violación infantil: primero por la ciencia, con los terribles exámenes a que se somete Regan, después por la posesión demoníaca en toda su fuerza (en su punto cúlmine, con la masturbación y flagelación que Regan se hace con un crucifijo).

Pero el otro factor cultural es precisamente el demonio. Es por ello que en Europa el film tuvo un impacto menor que en América. Los europeos han vivido inquisiciones, han convivido con culturas paganas, y saben lo que es el diablo. En su historia y en su cultura, el temor al mal (y lo sobrenatural) se encuentra arraigado. Totalmente diferente es, en una America carente de misticismo, setear una posesión demoníaca en una clase media acomodada, lo cual resulta algo impensable. Esto es algo que aterrorizó a las plateas yanquis: que una fuerza externa (y sobrenatural) puede atacar a mi familia. Si uno considera la época del film, en donde no hacía mucho se habían dado los crímenes satanistas del Clan Manson, no sería muy delirante arriesgar que El Exorcista explota la paranoia de que el mal se encuentra entre nosotros y que puede violentar nuestros hogares.

La construcción de El Exorcista es brillante, con un director como Friedkin en el pico de su talento. La lenta parsimonia de la secuencia de Irak sirve para ir escenificando el tono de la obra. Ciertamente quedan algunos puntos no muy claros en el film: si la medalla que encuentra Merrin en las excavaciones – que después aparecen en los sueños de Karras, en la versión extendida del film, y que resulta ser la medalla de éste, que Chris MacNeil quiere darle al padre Dyer al final – es algún tipo de señal sobre el destino, o es una prueba de que en ese lugar se han cometido exorcismos antes. Tampoco se explica el porqué del atentado a la virgen de la iglesia. ¿Acaso Regan se fugaba por las noches y cometió el sacrilegio de la estatua?. Y por cierto, hay algunos personajes algo descolgados de la trama, como el teniente Kindermann. Precisamente ingresa a la historia para investigar el sacrilegio de la Iglesia así como la muerte del director de la película en la que trabajaba la madre de Regan. Pero su papel es bastante decorativo: sirve para que el espectador relacione que la muerte del director Dennings fue a manos de Regan, y que lanzó el cuerpo desde la ventana de su habitación (¿acaso Dennings había ido a molestarla a su cuarto?; hay pistas de conductas extrañas de Dennings en la escena de la fiesta). Y para brindar una presencia policial en el clímax del exorcismo.

Pero estos baches no desmerecen al film. Hay una prolija y densa construcción de personajes al inicio: el atormentado Karras, en su crisis de fe, en su depresión personal a causa de la muerte de su madre, y en su debate interno entre ciencia y religión (es cura y sicólogo) cuando presencia a la niña poseída. La construcción, en cambio, de la familia MacNeil tiene algo más de clisé – son pantallazos para mostrar una familia feliz, curándose de las heridas del divorcio -. Acá hay dos puntos para rescatar: una es la visión de inocencia de una niña de 12 años, dibujando y haciendo artesanías, que resulta algo infantil para estos tiempos cínicos del nuevo milenio. Es una imagen que uno asociaría a una niña de 8 años, pero no a una pre adolescente – que podría estar más interesada en sus relaciones sociales escolares, pasando por un período de rebeldía o comenzando algún tipo de etapa conflictiva -. El otro punto es el divorcio mismo: recordemos que las manifestaciones atípicas de Regan comienzan después de que no pueden encontrar telefónicamente a su padre para saludarla en su cumpleaños. De algún modo, el guión esboza que existe la posibilidad de que una crisis sicológica pueda ser la causante de los hechos que se suceden.

Pero el film continúa con su escalada de tensión. La investigación de los ruidos del ático pudo haber sobrevenido en una escena rutinaria, con shocks baratos, acercamientos y música in crescendo de fondo. Pero Friedkin opta por dar los shocks en seco, en pleno silencio, lo que es mucho más impactante. Nuevamente hablamos de lo malo que filman los directores de terror hoy en día. Uno puede observar que las secuencias más densas e impactantes del film transcurren en silencio, sin música de fondo ni tomas de cámara especiales. El largo clímax del exorcismo es ejemplar en ese sentido. Hay cierto realismo documental en esas escenas (la caída del padre Karras es estremecedora), donde las imágenes hablan de por sí. El director acomoda a la cámara como un espectador más, no como un protagonista.

La versión del director contiene algunas escenas adicionales. En especial, una larga secuencia onírica donde Karras sueña con su madre y se le presentan visiones de un demonio. Este mismo demonio vuelve a aparecer mientras Regan se hace los estudios (en este último caso, la aparición queda algo descolgada la secuencia, ya que Regan se encuentra violenta pero no visiblemente poseída). Hay algunas sobreexposiciones de imágenes en las paredes de la casa mientras Chris va al cuarto de Regan (previo a la escena donde le notifican la muerte de Dennings). Y claro está, la famosa escena de “la araña” donde Regan baja de espaldas y en cuatro patas las escaleras, vomitando sangre frente a la cámara, que es altamente shockeante. En algún modo realzan a la obra; salvo la mencionada secuencia del demonio en el hospital, están bien integradas. Se acoplan el final “feliz” (si se quiere) del relacionamiento de Kindermann con el padre Dyer; algunos comentan que es una suerte de continuación de la relación del teniente con Karras, cuando – como dijimos antes – Kindermann resulta ser tan secundario, y la escena donde interroga a Karras realmente no produce la química que todos comentan.

Es un gran film de terror; pero funciona más como horror sicológico, que como shock puro. Hay secuencias impactantes, sin duda, pero la película llega a ello después de un muy bien construído desarrollo dramático. Es una película al servicio de la historia y no de los efectos especiales. Es un guión inteligente y bien desarrollado, y se encuentra magistralmente dirigida. Desarrollaría toneladas de imitadores baratos, y una serie muy despareja de secuelas. Pero ninguno de los filmes posteriores ha alcanzado el grado de impacto cultural que obtuvo en su momento El Exorcista.

LA SAGA DE EL EXORCISTA

El Exorcista (1973) – El Exorcista II: El Hereje (1977) – El Exorcista III (1990) – El Exorcista: El Comienzo (2004) – Dominion: Precuela de El Exorcista (2005) – En el 2016 rodarían una reimaginación de la historia en formato televisivo con El Exorcista: la Serie (2016)