Crítica: El Estrangulador de Boston (1968)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

USA, 1968: Henry Fonda (John S. Bottomly), Tony Curtis (Albert De Salvo), George Kennedy (Phil Di Natale), George Voskovec (Peter Hurkos), William Hickey (Eugene T. O’Rourke), George Furth (Lyonel Brumley), Hurd Hatfield (Terence Huntley), Sally Kellerman (Diane Cluny)

Director: Richard Fleischer, Guión: Edward Anhalt, basados en el libro de Gerold Frank

Trama: La ciudad de Boston es aterrorizada por una serie de brutales crimenes sexuales, cometidos en su mayoría contra ancianas. Ante el pánico público el fiscal decide encomendar a su ayudante, John S. Bottomly, la tarea de coordinar los esfuerzos de los cuatro cuerpos de policía que poseen jurisdicción sobre los lugares donde se cometieron los crímenes. La fuerza especial de Bottomly asedia acosadores, gays, pervertidos y todo tipo de degenerados que figuran en las listas de la policía, pero sin éxito. Sin embargo, en un incidente menor resulta apresado Albert De Salvo, y Bottomly accede a leer su expediente. La cantidad de coincidencias será abrumadora, convirtiendo a De Salvo en el principal sospechoso de ser el responsable de los 13 asesinatos que estremecieron a la ciudad.

El Estrangulador de Boston Existe cierta fascinación morbosa con los asesinos en serie de la vida real. O quizás sea una fascinación de tipo forense con la muerte y con el funcionamiento de la mente de individuos extraordinarios, algo que tanto Seven, Pecados Capitales como series del estilo de CSI terminarían por explotar con efectividad. En el caso que nos ocupa se trata de el estrangulador de Boston, un homicida serial que cometió 13 violentos asaltos sexuales seguidos de asesinato entre 1962 y 1964. Al tiempo de montar esta producción, el juicio del principal sospechoso – Albert De Salvo – acababa de terminar y era recluído en la cárcel, donde sería ajusticiado por un interno en 1973. O sea que los hechos estaban aún muy fresquitos, y por ello falta algo de perspectiva histórica.

Eso no quita de que El Estrangulador de Boston sea una película muy buena en sus propios términos, porque en realidad – como crónica de hechos verídicos – es bastante falaz. Si bien la primera mitad del filme se ajusta a los hechos, la segunda parte – explicando la captura de De Salvo, el análisis de su doble personalidad – es pura ficción, ya que el asesino real nunca compartió dichas características. El verdadero De Salvo estaba preso en un manicomio por un ataque sexual, y en un interrogatorio terminó por confesar todo, algo de lo que se sentía bastante orgulloso. Siempre salen las estúpidas polémicas – de que De Salvo no era el auténtico estrangulador -, lo que se termina por desbaratar ante el hecho que, una vez que apresaron a De Salvo, los homicidios desaparecieron.

Al mando del filme está Richard Fleischer, un artesano realmente bueno que ha dado desde 20.000 Leguas de Viaje Submarino hasta Viaje Fantástico y Cuando el Destino nos Alcance. Acá Fleischer se despacha con una primera hora muy intensa, a la que condimenta con el uso abundante de pantalla partida (split screen, en donde vemos dos o más escenas en la misma pantalla), lo que contribuye a crear una sensación de ansiedad y paranoia. En la primera mitad la protagonista es la ciudad – la sociedad de Boston – y lo de Henry Fonda es casi un cameo. Lo más curioso de esa parte es el grado explícito que toma la narración – considerando que esto se rodó a finales de los 60, con el Código Hays de ética y censura aún vigente -, en donde los policías dan pistas (con lujo de detalles) de los ataques sexuales, se asedian a los pervertidos e incluso (en una muestra de la mentalidad de la época) se considera a los gays como desviados sexuales. La escena en que un gay es interrogado por Henry Fonda (el que se disculpa por tratarlo como pervertido) es muy ilustrativa. El sospechoso es acusado por una pareja de mujeres jovenes “que viven como un matrimonio” (sic), que lo conocen y saben de que el tipo lee novelas del Marqués de Sade. El hombre le confiesa de que, en realidad, una de las chicas lo acusa por despecho, ya que habían sido pareja. “Ah, entonces ustedes son más normales de lo que parece”. “Usted no lo entiende; cuando salíamos juntos, yo hacía de Eva y ella de Adan” (!!!). Es una manera algo artificial y rebuscada de detallar a una pareja de lesbianas peleandose con un gay, con el cual tuvieron una relación bastante bizarra, pero esto resulta shockeante para un filme de 1968 con estrellas del calibre de Fonda y Curtis en el cast. Algo parecido – esa sensación de demoler tabúes – también se vivía en El Detective de 1968, en donde Frank Sinatra asediaba homosexuales para imputarles un asesinato.

En la segunda parte la película pega un giro muy brusco, y se transforma en algo mas experimental. Son Henry Fonda y Tony Curtis sentados en una habitación blanca, con elaborados flashbacks hasta llegar a una eventual confesión. La performance de Curtis es buena sin llegar a ser brillante. Al menos se le debe reconocer el mérito de abandonar su zona de confort – sus papeles habituales de galán y cómico – para meterse con algo mucho más jugado. Curtis se transforma muy bien al momento de que su personaje abandona el aplomo y se deleita apresando a sus víctimas en un rictus de éxtasis. Pero esa última mitad del filme se alarga un poco, y resulta algo chocante con la dinámica de los 60 minutos iniciales.

El Estrangulador de Boston es un filme muy bueno. Tiene un buen ritmo, detalla los hechos del caso de manera apasionante, tiene buenas performances. La ultima mitad es un giro de tuerca ficticio creado por Hollywood, que está bien en sus propios términos, y que provee un cierre a la historia; pero es un segmento algo estirado y contrapuesto al resto de la trama. Quizás la falla de esas secuencias es que no terminan de proveer el grado de tensión y shock que es la revelación final de De Salvo, lo que requería un clima mucho más claustrofóbico. Pero, aún así, uno no debe dejar de reconocer los quilates de un filme bien manufacturado.