Crítica: Verdugo de Dragones (Dragonslayer) (1981)

Volver al índice de críticas por año / una crítica del film, por Alejandro Franco

Recomendación del EditorUSA, 1981: Peter MacNichol (Galen Brandwardyn), Caitlin Clarke (Valerian), Ralph Richardson (Ulrich), Peter Eyre (Rey Casiodorous), John Hallam (Tyrian), Chloe Salaman (Princesa Elspeth)

Director: Matthew Robbins, Guión: Matthew Robbins & Hal Barwood

Trama: Galen es el joven aprendiz del mago Ulrich. Hasta el veterano hechicero llega una delegación de la comarca, quienes han venido a pedirle ayuda para combatir al dragón Vermithrax, el cual se encuentra arrasando pueblos y cosechas. Pero Ulrich fallece en el camino y Galen es quien queda a cargo de combatir a la bestia. Sin embargo el rey Casiodorous descree del joven mago y piensa que su accionar sólo servirá para irritar al dragón, al cual intentan aplacar ofreciéndoles doncellas en sacrificio. Y las cosas se saldrán de control cuando la joven Valerian – de la cual Galen se ha enamorado – sea elegida para ser ofrendada a Vermithrax. Con el tiempo en contra, Galen deberá ingeniárselas para vencer al dragón antes que el sacrificio sea llevado a cabo esta misma noche.

Dragonslayer, Verdugo de Dragones En los 80 la Disney estaba intentando expandir su giro de negocios, probando suerte en filmes de aventuras con una temática mucho mas adulta que lo habitual. De esa época datan cosas bastante inusuales como El Carnaval de las Tinieblas (1983) y el filme que ahora nos ocupa. Por supuesto el logo de Disney significó el beso de la muerte para ambas peliculas en la taquilla, ya que todo el mundo creyó que se trataban de noñadas para chicos de 8 años, y no de serias peliculas de fantasía destinadas a adolescentes y adultos. La Disney aprendería la lección y terminaría por desdoblarse en subsidiarias como la productora Touchstone, la que le serviría para producir cintas adultas sin el prejuicio provocado por la visión del logo de Mickey Mouse en el poster de la pelicula.

En los 80 la gente estaba embelesada con Star Wars y es posible que haya visto a la fantasia como un género barato y remanido, en donde 5 tipos se visten con unos trapos y hablan a los gritos y blanden espadas como si fuera una obra barrial de Shakespeare. Ciertamente la fantasía no tenía titulos multitudinarios para aquel entonces, y uno podría decir que el fracaso comercial de Verdugo de Dragones se debe a haber llegado 20 años antes de que el género se pusiera de moda. Incluso estoy convencido de que, si el filme fuera reestrenado hoy – después del furor de las sagas de Harry Potter y, especialmente, El Señor de los Anillos – , obtendría una mayor recaudación y reconocimiento del que obtuviera en su momento.

Esta es una pelicula de fantasia hecha y derecha. Es respetuosa del relato, de los personajes y del universo que pretende pintar. Cambien un par de parámetros y podremos trasladar toda la historia al escenario de la Tierra Media – magos, dragones, doncellas en peligro – sin mayores preámbulos. Incluso se da el lujo de tener un par de epifanias realmente inspiradas – como cuando el mago que encarna Ralph Richardson le explica a su aprendiz que, si no existieran magos, tampoco existirían dragones, dando a entender que las criaturas fueron el fruto de atrevidos experimentos de hechicería -, que lo elevan por encima de la media. El héroe – un increiblemente joven Peter MacNichol (siglos antes de la serie Ally McBeal), convincente y carismático en el que debe ser el mejor papel de su carrera – no es un noño sino un muchacho realmente decidido y sagaz; y si bien la trama tiene algo de previsible, no por eso uno deja de admirar el respeto con la cual está confeccionada. Incluso el filme se mete en terrenos oscuros al pintar un mundo medieval sucio y tenebroso, cruel y expeditivo en donde no faltan las muertes en primer plano. Es bizarro ver un filme de Disney en donde una doncella es devorada viva por una horda de criaturas o en donde un sacerdote (Ian McDiarmid, siglos antes de ser el emperador de La Guerra de las Galaxias) es rostizado vivo (tomá, Palpatine, para que guardes y aproveches!).

A esto se suma el dragón Vermithrax, una maravilla de la tecnología para la época y cuyo diseño es sumamente influencial. Vean sino El Reinado de Fuego, Dragonheart o incluso pasajes de Harry Potter y el Caliz de Fuego y verán que el porte y la manera de andar han sido tomados directamente de este filme. La criatura mantiene su misterio y amenaza gracias a que el director Matthew Robbins (Milagro en la Calle 8) la exhibe poco y la deja reservada para el final.

El unico problema que tiene Dragonslayer es el climax, que es innecesariamente rebuscado. Da la impresión de que el filme debería haber terminado a los 70 minutos, cuando Galen se enfrenta al dragón – y con lo cual sobrevendría el lógico final -. Por contra, el relato hace un parate y se desvía – con el romance de Galen, el descubrimiento del verdadero propósito del anciano mago, una nueva e innecesaria batalla final -, arruinando la fluidez y la brillante coherencia que venía exhibiendo hasta ese entonces. Lo que siguen son 30 minutos demasiado estirados, una excusa para hacer un show de efectos especiales… y los cuales comienzan a denotar sus fallas al estar tanto tiempo en pantalla. Una cosa es ver al dragón por vistazos y otra tenerlo 15 minutos en primer plano, volando, escupiendo fuego y atacando poblados enteros; en esas secuencias la impresora óptica – que fusiona el filme comun con los efectos especiales – patina feo y muestra problemas con los colores y las texturas. Incluso hay planos en donde las alas del dragón se ven tan finas (o fusionadas con el color de fondo) que parecen inexistentes.

Si no fuera por esos emparchados 30 minutos finales, Dragonslayer sería una obra maestra. Aún así, creo que es un filme brillante en muchos aspectos, y un esfuerzo realmente serio para ilustrar una aventura de fantasía como se debe. Y, desde ya , es una película que merece ser rescatada del su injusto olvido.